Orchestre de la Suisse Romande Jonathan Nott 6 ️Festival Internacional Santander Pedro Puente Hoyos

DOS CLÁSICOS Y UN INTRUSO

Santander. 31/08/2019. Palacio de Festivales. Festival de Santander. Obras De Ludwig van Beethoven y Richard Wagner. Orchestre de la Suisse Romande. Jonathan Nott, dirección de orquesta.

Dos figuras indiscutibles de la música clásica occidental como son los alemanes Ludwig van Beethoven y Richard Wagner han sido las columnas sobre las que se ha sustentado el programa del último concierto de la 68 edición del Festival Internacional de Santander. Junto a estas dos columnas una orquesta de enorme tradición y que está en la memoria de cualquier melómano, la centenaria Orquesta de la Suisse Romande, institución creada en 1918, año del fin de la I Guerra Mundial, por Ernest Ansermet. En este concierto la batuta era la del reconocido Jonathan Nott.

Ya se sabe que en estos festivales se busca la complicidad del público y, habitualmente, se arriesga muy poco a la hora de redactar los programas, caso del concierto que nos ocupa. Con Beethoven y Wagner el riesgo es cero. En el caso del músico de Bonn la obra elegida ha sido la Sinfonía nº 7 en La Mayor, op. 92 que fue delineada de forma briosa e impetuosa, por un Nott que nos llevó a todos los espectadores al borde del precipicio. Sin apenas descanso entre movimientos Nott supo marcar con brillantez a una orquesta que supo responder de forma adecuada las exigencias del director. Especialmente emocionante fue la lectura del segundo movimiento, Allegretto, que nos llevó a la pura trascendencia. Jonathan Nott dirigió la obra sin partitura y resulta ser todo un espectáculo verle utilizar la mano derecha, con batuta, para marcar el ritmo mientras una enérgica izquierda sirve para buscar el matiz, subrayar la intensidad o acentuar el brío exigido en la partitura.

En la segunda parte cuatro fragmentos wagnerianos de tres de sus óperas, a saber, Lohengrin, Die Meistersinger von Nürnberg o Der fliegende Holländer. De la primera, el preludio del acto I, música etérea que va construyendo en un enorme crescendo el inicio de esta ópera romántica y que a pesar de algún sonido sospechoso Nott llevó a buen puerto. Brillante sin paliativos la obertura de la segunda ópera, quizás el mejor momento wagneriano de la noche; menos efectiva la Suite del acto III de la misma ópera y que no me consta esté compuesta por el compositor de Leipzig. Quizás fue el único momento en el que el concierto dejó de navegar por niveles de excelencia. Y la obra final, la obertura de Der fliegende Holländer nos trasladó de nuevo a las mejores cotas. Una cuerda de gran ductilidad, con sonidos profundos de la sección más grave; imponentes las solistas de flauta y otros instrumentos de viento, una sección de metales sin mácula y suficiente percusión son los elementos que nos hacen entender la relevancia de esta agrupación centroeuropea.

Acabado un concierto tan clásico un servidor apostó con su acompañante que la inevitable propina iba a ser el preludio del acto III de Lohengrin. Y ¡cómo no!, me equivoqué. Porque Jonathan Nott, con mensaje incluido, abrió la puerta al intruso. Quien firma esta reseña ha sido siempre contrario a las propinas. Muy excepcionalmente puedo aceptarlos, siempre que se respete la estructura y la coherencia –si las hubiere, claro- del programa. Por ser gráfico, no tiene sentido hacer un programa de música alemana y servir como propina un fragmento de La vida breve. Y aunque pueda parecer exagerado, estas cosas ocurren.

Pues bien, tras las largas ovaciones Nott se dirigió al público en inglés para decir que siendo consciente de que el programa abordaba música de los siglos XVIII y XIX, quedando huérfano el siglo XX. Y nos anunció que quería ofrecer un fragmento de una obra de la centuria anterior pues, de lo contrario, apenas podría ser escuchada. Y para nuestra sorpresa Jonathan Nott nos presentó el cuarto movimiento del Concert Romanesc (1951) o Concierto Rumano, de György Ligeti.

Este fragmento, de un Ligeti juvenil (apenas tenía 28 años) y que aun no ha llegado a los niveles de experimentación con los que nos deslumbraría, por ejemplo, en Le gran macabre, provocó una reacción del público desaforada, plena de satisfacción. Y uno no puede sino pensar qué tipo de reacción hubiera tenido parte de ese público si en el concierto se hubiera programado tal obra en su integridad. ¿Cuántos, afectados por los prejuicios que rodean los apellidos de muchos compositores del siglo XX hubieran pensado que para oír semejante obra no merecía la pena ir al auditorio? Ahí radica la reivindicación del director y la aprobación que me merece –siquiera de forma excepcional- el bis propuesto.

Así termina una nueva edición del Festival Internacional de Santander, una cita obligatoria para los melómanos y que aunque “peca” del típico conservadurismo a al hora de programar los conciertos, sigue proponiendo orquestas de notable interés. Quizás Jaime Martín decida hacer caso a Nott y pida a alguna de las orquestas que vendrán en 2020 que programen íntegro el concierto de Ligeti. Por pedir…

Foto: Pedro Puente Hoyos / Festival de Santander.