OCASO DIOSES oviedo ivan martinez

EL DINERO O LA BELLEZA

Oviedo. 19/09/2019. Teatro Campoamor. Richard Wagner: El ocaso de los dioses. Mikhail Vekua (Siegfried), Boaz Daniel (Gunther), Zoltan Nagy (Brunilda), Taras Shtonda (Hagen), Stéphanie Muther (Brunilda), Berna Perles (Gutrune/Tercera Norna), Agnieszka Rehlis (Waltraute), Cristina Faus (Primera Norna), Sandra Ferrández (Segunda Norna), Vanessa Goikoetxea (Woglinde), Marina Pardo (Wellgunde), Marina Pinchuk (Flosshilde) Orques Sinfónica del Principado de Asturias y Orquesta Oviedo Filarmonía. Carlos Wagner, dirección de escena. Christoph Gedschold, dirección musical.

Todos a los que les gusta la fotografía saben que existen dos momentos en el día donde la luz, por sus características únicas, resulta especialmente propicia: el amanecer y el atardecer. Y podríamos pensar que, en estos momentos, la luz resulta única por sus colores, su ángulo de incidencia, su intensidad… Pero lo cierto es que resulta única, siempre y llanamente, porque debemos esperar todo un día para volver a verla. Porque para disfrutarla durante unos minutos, debemos esperar horas.

Siempre he pensado que esto mismo sucede con la tetralogía wagneriana en general y con el “Ocaso de los dioses” en particular. Pues Wagner fue capaz de componer en ella fragmentos tan bellos y reveladores que suponen una experiencia casi espiritual para quien los escucha. Pero para llegar a ellos, a ese auténtico ocaso iluminado por las llamas del Walhalla, es necesario pasar por toda una infinidad de pasajes musicales e historias cada vez más enrevesadas. Y es que, la mayor virtud de Wagner fue también su gran debilidad, pues su pretensión por llevar a la ópera a otra dimensión dramática y musical le hizo verse abocado a escribir también los libretos de sus propias óperas, sin reconocer que su verdadero talento siempre fue la música, jamás la literatura.

Sea como fuere, esos espectaculares momentos musicales jamás tienen la misma fuerza si se escuchan aislados, desde el ordenador de casa, que cuando se viven tras varias horas de expectación en la butaca de un teatro y, por ello, ver en directo toda la tetralogía wagneriana es una experiencia para hacer, como tantas otras cosas, al menos una vez en la vida.

Fue una suerte, por tanto, que hace ya 8 años se iniciara este ambicioso proyecto en la Ópera de Oviedo: representar la totalidad de la tetralogía en temporadas alternas. Un proyecto que arrancó con un “oro del Rin” que recuerdo haber disfrutado, con quince años escasos, desde una butaca de “gallinero” del Teatro Campoamor. Una localidad realmente estrecha que, en términos wagnerianos, podría definirse como “apta para nibelungos”.

Así las cosas, el proyecto de la tetralogía fue avanzando y, cuando los requerimientos orquestales se fueron incrementando, a la par que disminuían los recursos presupuestarios, mutó hacia unas versiones semi escenificadas a cargo del regista Carlos Wagner, cuyo trabajo acompañó “Siegfried” y este “Ocaso”. En esto, mis impresiones sobre el trabajo del director de escena se repiten, con el agravante de que se ha reutilizado gran parte del material audiovisual generado para “Siegfried” dando lugar a una escenografía, o mejor dicho, un concepto visual, pobre y que no hace sino evidenciar las dificultades técnicas y económicas de una temporada con el valor de programar unas obras firmadas por un compositor que, insatisfecho con el mundo, construyó incluso su propio teatro.


La parte positiva es que, por no haber espacio en el foso, pudo verse a los músicos de ambas orquestas locales: la OSPA y la Oviedo Filarmonía, tocar con entrega desde el propio escenario, separados únicamente de la escena por una cortina negra semi transparente. Fue una lástima, desde el punto de vista orquestal, no haber podido contar con el gran Guillermo García Calvo, cuya sintonía con ambas orquestas parecía evidente y quien ya había dirigido los tres títulos anteriores de la tetralogía. Se cubrió su lugar con el maestro Cristoph Gedschold, quien dirigió solventemente ambas orquestas en una lectura atenta con los cantantes y moderadamente ambiciosa en tiempo y dinámicas. Destacó sobre todo ello el excelente trabajo de las secciones de viento metal de ambas orquestas, que rindieron a gran nivel durante la totalidad de la función. Lo cual, hablando de Wagner, no es decir poco.

Desde el escenario, repetía en el rol de Siegfried el ruso Mikhail Vekua, tenor de voz robusta y agudos contundentes que logró aguantar el tipo durante toda la representación, amén de algunas dificultades para sostener las medias voces hacia el final de la representación. Una presencia la de Vekua que, sea como fuere, no es fácil encontrar hoy en día. En este aspecto destacó sin dudas el trabajo de Stéphanie Muther como Brunilda, que defendiendo el rol con brillantez vocal y gran presencia escénica, firmando así un trabajo realmente loable que fue recompensado con generosos aplausos por parte del público.

El resto de roles, se cubrieron igualmente con gran acierto, destacando especialmente la presencia vocal de Boaz Daniel, el barítono israelí que encarnó a Gunther, rey de los guibichungos, desde una vocalidad densa, rotunda y de oscuro timbre. Gran trabajo, asimismo, el de Berna Perles, en su doble papel como tercera norna y Gutrune, interpretando ambas con gran lirismo y peso escénico. El rol de Alberich recayó en Zoltan Nagy, quien lo cubrió con oficio, mientras que Agnieszka Rehlis, cumplió con creces en su intervención como Waltrute, la valquiria hermana de Brunilda, que supo perfilar con arrojo, dando vida a una interpretación poderosa, sobrada de carácter vocal y escénico para enfrentarse al amor que su hermana siente por Siegfried. Por su parte, el rol de Hagen se confió a Taras Shtonda que se mostró asimismo solvente confirmando el buen nivel vocal general del elenco elegido.

Cerraban este otras voces ya conocidas en el Campoamor como las de Marina Pardo (Wellgunde), Sandra Ferrández (Segunda norna) o Cristina Faus (Primera norna), todas ellas de gran nivel y que supieron adaptarse con gran ductilidad a todas las peculiaridades del universo wagneriano.

Se cerraba, con todo lo anterior un proyecto ambicioso como pocos de los que ha afrontado la Ópera de Oviedo. Un ciclo que, difícilmente, volveremos a ver en corto plazo sobre las tablas del Campoamor. A no ser que, aprovechando ahora el cambio de gobierno municipal, Oviedo apueste de forma decidida y desacomplejada por la ópera como un elemento cultural que históricamente ha sido, y debe seguir siendo, diferencial para la ciudad. Todo depende, tal y como refleja magistralmente Wagner en el personaje de Alberich cuando este es advertido por las hijas del Rin antes de robar el oro que aguarda en sus profundidades, de si finalmente -quienes tienen el poder de hacerlo- escogen, o bien quedarse el dinero, o renunciar a él para alcanzar la belleza.

Foto: Iván Martínez / Ópera de Oviedo