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Padrino(s)

Madrid. 19/09/2019. Auditorio Nacional. Fundación Ibermúsica. Obras de Pártos, Haydn y Berlioz. David Radzynski, violín. Emanuele Silvestri, violonchelo. Christopher Bouwman, oboe. Daniel Mazaki, fagot. Orquesta Filarmónica de Israel. Zubin Mehta, director de orquesta.

En la música, como en la vida, es importante tener padrinos. Padrinos alejados de coordenadas puzinianas (si no existiera el término, lo inventamos) y más enfocados hacia aquellas personas que velan por la música, por los artistas y los melómanos; protegiéndolos, potenciándolos, respetándolos. Esta cita de apertura de la nueva temporada de Ibermúsica ha sido muy especial porque nos hemos rodeado, todos, de padrinos. Padrinos que también lo han sido, de forma directa, de Platea Magazine. Zubin Mehta fue el primero en protagonizar nuestra portada impresa (del mismo modo que Pablo Heras-Casado lo hizo años antes en nuestra web), consagrándonos de alguna manera y, desde luego, engrandeciéndonos. Esa confianza fue también depositada en nosotros, como en tantos, no es que seamos especiales, por Alfonso Aijón e Ibermúsica desde el primer minuto. Sin duda el apoyo de titanes así, nos hace a nosotros un poco más grandes. Ibermúsica cumple 50 años y lo celebra con todos durante esta temporada y la que sigue. Los mismos años, por cierto, que ha estado implicado o dirigiendo Zubin en la Filarmónica de Israel, de la que ahora se despide. Círculos que se cierran, pero siguen girando, en pro de la música, como este binomio Mehta-Israel. A otros, como el de Ibermúsia, le auguramos, por el disfrute, aprendizaje y crecimiento de todos, al menos otros cincuenta años.

La noche se abrió con el estreno en España del Concertino para cuerdas de Ödon Pártos, integrante de la propia formación durante muchos años. Una obra perfecta como apertura y engarce del programa y sus intérpretes. De origen húngaro, es innegable que este Concertino bebe directamente de su maestro Kódaly y de una influencia que lo era todo en su época: Bártok. Ideado como cuarteto de cuerdas en su origen, fue llevado a la cuerda de la Filarmónica de Israel más tarde, mostrándose de nuevo aquí en buena forma, recreándose en los colores imprimidos por Pártos.

Mehta siempre ha sido un hombre directo y sincero en esto de la música. Dejando a un lado a los grandes sinfonistas postrománticos, su camino no es en exceso contemplativo, incluso con el paso de los años, cuando muchos alargan tiempos y dinámicas como resultado de lo vivido. Como ejemplo de ello se dibujaron Haydn y Berlioz en los atriles de la Sinfónica de Israel. El austriaco más atado a la propia perfección de su forma, incluso en esta rara avis de su catálgo como es la Sinfonía Concertante, mientras que el francés voló más libre, pero también más austero y neutro en su Sinfonía fantástica.

La Concertante de Haydn se plasmó bien construida y a la antigua usanza, a lo grande, con unos solistas cómplices que llevaron su parte con cierto toque de humor conversacional, destacando el violín de David Radzynski. Lo mejor llegó en el Andante, donde el cuarteto adquiere su mayor protagonismo como unidad propia y donde Mehta, casi como aquella famosa grabación de Bernstein dirigiendo con la cara la Sinfonía 88 de Haydn, se dejó llevar por sus músicos sin levantar las manos.

Llegados a Berlioz, el mundo de la música se tambalea (como él mismo dijo a propósito de su Fantástica) a través de la locura onírica del ser amado. Su partitura podría ser, por qué no, una antesala de lo real maravilloso que Carpentier escribiese mucho más tarde. La fantasía como reflejo de la realidad. La imaginación como catalizador de lo vivido. Y es que esta obra, en realidad, es obviamente personalísima, pero también muy personal. Espero estar explicándome bien. Es única y genuina, precursora del programatismo y, al mismo tiempo, es un relato autobiográfico de una obsesión: la del compositor por la actriz Harriet Smithson, de quien se enamoró perdidamente hasta que consiguió casarse con ella... aunque terminaran separándose siete años después. Así, encontramos a lo largo de la partitura una idée fixe, más que leitmotiv al uso, sobre su amada, que va transformándose en cada movimiento: en flautas, en violines, en el clarinete... Smithson inundando la vida y la música de Berlioz entre opiáceos sueños y arrebatadoras visiones. Ya por todo lo expuesto hasta aquí, se echó en falta en esta lectura de Mehta y la Filarmónica de Israel mayor personalismo, mayor profundización y una intencionalidad más allá de una lectura bastante expeditiva. El comienzo y el final sonaron contundentes en demasía, con una apuesta generalizada por acercar cada detalle al primer plano, demasiado evidente en la Scène aux champs, donde faltó evocación y ese necesario aire bucólico. Lo mejor, sin duda, el Baile del segundo movimiento, donde Mehta se mostró de nuevo disfrutón e hizo disfrutar de la música, una vez más. Porque eso es lo suyo, un hombre y una batuta que siempre han disfrutado de la música. Así queda patente en cada una de sus subidas al podio y en cada aplauso recibido. 

Foto: José Luis Pindado / Ibermúsica.