Alessandrini OBC JavierSierra 

Una versión de lujo

Barcelona. L´Auditori. Obras de Mozart y Rossini. Orquestra OBC. Enea Scala, tenor. Mara Mathéu, soprano. Marianne Beate Kielland, mezzosoprano. Riccardo Zanellato, bajo. Rinaldo Alessandrini, dirección musical.

Precedido de una breve introducción mozartiana, la “Sinfonía no 25, KV183, pulcra y cuidada, la OBC, bajo la batuta del prestigioso Rinaldo Alessandrini, pudo escucharse en el Auditori de Barcelona el “tabat Mater una de las obras magnas pero relativamente menos divulgadas del gran Rossini, de cuya talla, hoy en día reconocida, esta obra resulta un magnífico ejemplo. La génesis de esta obra es sumamente curiosa. Rossini, después de su “Guillaume Tell” de 1829, había visto anulado su contrato (¡para escribir cinco óperas más!) por el nuevo régimen francés de la monarquía de Luis Felipe de Orléans que había expulsado a los Borbón en la Revolución de 1830. Por otra parte, Rossini se había declarado fatigado tras el esfuerzo de la composición desu Guillaume Tell y –aunque entonces aún no lo sabía- estaba notando los primeros síntomas de desgana y decaimiento provocados por una sífilis de la que tardaría años en curar. Seguramente para cambiar de aires, decidió viajar a España con su amigo el rico  banquero español Dionisio Aguado, que tenía que cobrar cantidades importantes en Madrid. Durante su estancia en la capital española fueron presentados en la corte al rey Fernando VII (muy palurdo pero amante de la ópera). El rey incluso le ofreció su puro medio fumado –y mascado- a Rossini (!).

En la corte se presentó al compositor un sacerdote amable y admirador suyo, Antonio  Varela, quien importunó a Rossini con insistencia pidiéndole una obra suya, que seguramente pagó bien, porque Varela era el comisario en España de la Bula de la Santa Cruzada, un tributo eclesiástico que muchos españoles pagaban con gusto porque eximía del precepto de abstinencia de todos los viernes del año salvo los de Cuaresma. Tanto importunó a Rossini el sacerdote que aunque el compositor no tenía ganas de hacer nada, inició la redacción de este “Stabat Mater” para complacer a Varela, pero su desidia aumentó mientras trabajaba en él, y decidió “pasar” la segunda mitad del encargo a  un amigo y discípulo suyo, Giovanni Tadolini (1785-1872) para que acabara la obra. Rossini la hizo pasar toda por suya ante Varela, pero con la condición de que éste no la diera a conocer más que en una única audición, que tuvo lugar en Madrid en la iglesia de San Felipe el Real (1833). Después, Varela guardó cuidadosamente la obra en su casa, y cuando murió unos años más tarde, sus  sobrinos y herederos creyeron haber encontrado un tesoro: ¡una obra inédita de Rossini!

Entraron en contacto con un editor musical de París, el famoso Choudens, y se dio a conocer el hallazgo en la prensa. Rossini, por entonces aún más decaído, reaccionó de modo inmediato (enfermo o no, tenía un sentido del valor de su propia obra) y obligó a Choudens a detener la impresión del “Stabat Mater”. En un arranque de actividad, completó la parte que faltaba y apartó lo que había compuesto Tadolini. Por esto el “Stabat Mater” de Rossini se pudo dar a conocer en París en 1842 y llegó pronto a toda Europa en la versión definitiva, que es la que se escucha siempre. Tuvo una fama inmensa; digamos sólo que es la obra que en “La Regenta” de Clarín emociona a los feligreses que acuden a escucharla con emoción mal contenida en la catedral de “Vetusta” (Oviedo). Esta es la obra que nos ha propuesto este otoño la OBC bajo la batuta de Rinaldo Alessandrini con un competente equipo de cantantes formado por la soprano Marta Mathéu, la mezzo Marianne Beate Kielland, el tenor Enea Scala y el bajo Riccardo Zanellato, en compañía del prestigioso Cor Madrigal, dirigido por Pere Lluís Biosca, que prestó su excelente contribución al conjunto. 

La orquesta barcelonesa nos dio una introducción solemne y hasta un poco atronadora que pronto dio paso a las voces del magnífico Cor Madrigal, con la invocación al dolor de la Madre de Dios llorosa junto al cuerpo del Crucificado. El primer solista en intervenir fue el notable tenor siciliano Enea Scala que se ha distinguido recientemente cantando con Riccardo Muti, y también interpretando el “Otello” de Rossini en Frankfurt. Dio impulso a su intervención inicial (que siempre se ha “criticado” por su aspecto indudablemente operístico); luego (y aquí Rossini muestra la influencia del “Stabat” de Pergolesi), las dos voces femeninas, de la soprano Marta Mathéu y de la mezzo Marianne Beate Kielland, trenzaron el hermoso dúo “Qui est homo”. El bajo Zanellato tuvo una primera intervención menos intensa, pero eficaz, en su aria “Pro peccatis”, en parte por la intensidad algo excesiva impulsada por la orquesta, pero convenció del todo en el número siguiente. La llamada “cavatina” de la mezzosoprano fue quizás el momento más brillante de toda la función, aunque después Marta Mathéu, la soprano catalana de reconocido prestigio, nos hizo gala de un timbre precioso y de una agilidad vocal de categoría; fue un placer escucharlos a todos en el cuarteto “Quando corpus morietur” y la obra terminó dejando la sensación de que siendo una obra tan operística, no hubiera estado fuera de lugar que nos hubieran concedido algún ”bis”.