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Lo vasco y lo inglés

Vitoria-Gasteiz. 04/11/2019. Teatro Principal. G. Erkoreka: Zuhaitz, Concierto para percusión vasca y orquesta. G. Holst: Los planetas, op. 32. Trío Kalakan, Coro Vocalia Taldea (Dirección: Basilio Astúlez) y Orquesta Sinfónica de Euskadi. Dirección musical: Juanjo Mena.

El segundo concierto de abono de la Orquesta Sinfónica de Euskadi unía de forma consciente –y, quizás, también de forma inconsciente- lo vasco y lo inglés. Y esto no solo por lo obvio del diseño del programa al tener a Gabriel Erkoreka y Gustav Holst como protagonistas sino porque una de las principales atracciones era la presencia de Juanjo Mena a la batuta, vitoriano de nacimiento, vizcaíno de formación en sus fructiferos años en la Sinfónica de Bilbao y que alcanzó relevancia internacional por su trabajo en la inglesa Orquesta Filarmónica de la BBC. 

Lo vasco quedaba subrayado por la elección para la apertura de la velada de Zuhaitz (Árbol), Concierto para percusión vasca y orquesta del vizcaíno Gabriel Erkoreka (1969), obra que se convierte en una especie de muestrario de instrumentos peculiares y propios de la tradición vasca y que, de forma tan sorprendente como acertada, quedan fusionados con el instrumento natural de la música denominada culta, la orquesta sinfónica.

Erkoreka utiliza fundamentalmente la txalaparta, instrumento antiquísimo en el que pequeños bloques de madera se golpean contra tablones también de madera y que provocan sonidos naturales. Es, en definitiva, una forma de percusión primitiva que antaño servía también para comunicarse entre caseríos por distintos acontecimientos sociales. Los instrumentistas solistas son el Trío Kalakan, el mismo que alcanzó celebridad tras su participación en la gira de Madonna durante los años 2012 y 2013. Este grupo ha colaborado, así mismo, con la pareja pianista, también vasca, que componen las hermanas Labéque.

El árbol, la txalaparta,… tienen en común la presencia de la madera. Y así, el mismo compositor anuncia su obra como un grito a favor de la naturaleza dando forma a una especie de compromiso ecológico. La madera como elemento natural nos traslada a una constante en la presencia de música tradicional vasca: el permanente contacto con la naturaleza y la importancia del caserío, del hogar. Por ello, Erkoreka exige al trío que además de la txalaparta utilice otros instrumentos como el tamboril, el pandero (todos ellos de percusión) además de otros de viento ajenos a la tradición de la música llamada “culta”, caso de la txirula (una especie de pequeña flauta), la alboka (una especie de gaita de mano de sonido similar) o el cuerno. Es decir, Zuhaitz es una compilación de instrumentos tradicionales que quedan incardinados a la orquesta sinfónica, que juega un papel secundario aunque importante.

Y es que Erkoreka utiliza a la orquesta de forma percutida hasta convertirse en alter ego de los instrumentos tradicionales. Una obra muy importante por su significado artístico, que ahonda en la preocupación del compositor por la unión de lo tradicional y lo clásico y que juega con elementos constantes en la literatura tradicional vasca. De hecho, por si fuera poco lo hasta ahora exigido, Erkoreka pide a los miembros del trío que canten, huyendo del canto lírico impostado y buscando el canto natural, espontáneo, entonando los solistas versos en los que naturaleza, tierra y casa están presentes.

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Toda la segunda parte estuvo ocupada por Los planetas, op. 32, (1918) la obra más conocida de Gustav Holst. Juanjo Mena se levantó aquí como referencia absoluta, como protagonista mayor del concierto. Cierto es que Mena jugaba en casa pues Vitoria es su ciudad de nacimiento pero no es menos cierto que el director supo llevar a la enorme plantilla de la Sinfónica de Euskadi hasta ser capaz de delinear una interpretación subyugante.

La contundencia del Marte guerrero, la explosión de la alegría de Júpiter o el misticismo reflexivo del Neptuno final contrastaban en adecuada lectura con la sobriedad de Venus, el carácter etéreo de Mercurio, la serenidad de Saturno o lo juguetón y simpático, tan dukasiano, de Urano. Y en este sentido es legítimo subrayar lo acertado del trabajo de Mena al conseguir los contrastes necesarios entre movimientos, creando transiciones de gran valor. Y en ese sentido hay que mencionar el muy buen trabajo de distintas secciones orquestales como la de percusión y el grupo de trompas, en concreto, y de metales en general.

El grupo vocal Vocalia Taldea, bajo la dirección de Basilio Astúlez, fue situado a espaldas del director y alrededor de la platea lo que quizás conllevó una cierta desconexión entre escenario y coro que se superó al momento.

El habitualmente gélido público vitoriano celebró el concierto. Quizás animado por la presencia del hijo de la ciudad, al que se veía feliz al termino del mismo. Sorprendentemente se anunció al inicio del concierto que por razones técnicas no concretadas la primera obra prevista en el programa, a saber, los Choral Hymns from Ring Veda, op. 26, del mismo Holst no se interpretaba en Vitoria aunque parece que sí en el resto de los cuatro conciertos del ciclo. Intuyo que las escasas dimensiones del Teatro Principal provocan tan desafortunada decisión, que fue levemente protestada por algunos asistentes. En cualquier caso legítimo sería pedir explicaciones más concretas pues el abonado de la capital alavesa tiene que poder disfrutar lo mismo que los abonados de las otras tres ciudades.

Concluyendo, un concierto en el que lo vasco se concreta  a través de la tradición, el lenguaje de vanguardia y la fusión con lo clásico de la obra de Erkoreka; lo inglés, a través de la obra de Holst y su peculiar orquestación además de lo previsto en la frustrada primera. Y lo vasco-inglés o anglo-vasco, tanto monta, a través de una batuta experimentada, acertada y vitoreada.

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