Kampe VogtA A Bofill 1

Íntimo y personal

Madrid. 24/04/16. Teatro Real. Temporada 15/16. Wagner: Parsifal. Klaus Florian Vogt (Parsifal). Franz-Josef Selig (Gurnemanz). Anja Kampe (Kundry). Detlef Roth (Amfortas). Ante Jerkunica (Tituriel). Evgeny Nikitin (Klingsor). Vicenç Esteve / David Sánchez (Dos caballeros del Grial). Ilona Krzywicka / Khatouna Gadelia / Kai Rüütel / Samantha Crawford / Ana Puche / Rosie Aldridge (Seis muchachas flor). Entre otros. Orquesta Sinfónica de Madrid. Coro Intermezzo. Claus Guth (Director de escena). Christian Schmidt (Escenógrafo). Semyon Bychkov, dirección musical.

Todo arte, todo lo que podamos entender por arte, no deja de ser, en una visión discúlpenme algo reduccionista, la exteriorización de aquello íntimo y personal. Y Richard Wagner sea seguramente uno de los súmmum de dicha concepción, bien sea tomado como salvador de la música (en todas sus acepciones y concepciones), instructor moral o como máximo genio creador. Sea como fuere, Parsifal parece su obra más íntima y desde luego más personal, por lo que la controversia sobre la obra, sobre su significado y la forma de servirlo, traducirlo o transmitirlo, siempre estará a la orden del día.  

En el Teatro Real de Madrid se ha contado, aunque sólo por tres funciones, con el protagonista de una de las figuras wagnerianas, o al menos así se la considera, de hoy en día: la de Klaus Florian Vogt es una voz bonita, qué duda cabe, pero se antoja algo insuficiente para terminar de dar vida a un heroico, o no tan heroico, Parsifal. Su protagonismo es, además de algo histriónico en los movimientos escénicos (supongo que el no haber ensayado en esta ocasión tuvo algo que ver), camerístico en las formas canoras, recurriendo a filados y pianissimi no escritos que dibujaron el perfil de un Parsifal, también, más íntimo y personal.

Acompañaron al tenor una muy bien servida Kundry de Anja Kampe, pasional, terrenal como la orquesta parecía requerirle, atormentada y, desde luego, entregadísima y humana; con un notable segundo acto, espléndidamente acompañada por Bychkov desde el foso. Ante Jerkunica resultó un más que correcto Titurel, a quien se pudo ver en escena, mientras que a Detlef Roth le faltó voz y notas graves como un insuficiente Amfortas. Evgeny Nikitin planteó también un Klingsor algo endeble en lo vocal, falto de empaque pero, una vez más, correcto en el resultado final.

Subió enteros el Gurnemanz de Franz Josef Selig, muy trabajado y con muchas intenciones, si bien no todas conseguidas finalmente, pero sí aproximadas al menos, con una voz poderosa, con brillo y buen timbre, que le confirió una determinante presencia escénica, sobre todo en el primer acto. Estupendo el plantel de comprimarios, con las muchachas flor y algo irregular el coro, al que imperdonablemente se amplificó por medio de altavoces.

La escena de Claus Guth es de aquellas que se antojan perfectas para poner de acuerdo a propios y extraños tanto del cartón piedra como el Neues Konzept (perdónenme de nuevo el generalismo). Una propuesta estética muy acertada a través de un hospital de guerra sobre un escenario giratorio, ya visto en anteriores ocasiones, pero realmente cuidada en todo detalle, coherente y funcional. Pragmatismo estético pues este del director alemán que permite el desarrollo de la obra sin caer en rarezas o excentricidades, rozando el hiperrealismo escénico y con cierta vuelta de tuerca, mínima, para dotar de un enfoque diferente y necesario en su contenido, siempre permitiendo al espectador ser partícipe de aquello que se cuenta, haciéndolo comprensible y haciendo de todos una idea que en un principio fue íntima y personal; una de las máximas a las que ha de aspirar toda dirección de escena, supongo.

Para su antecesor en el cargo, Gerard Mortier, la Orquesta Sinfónica de Madrid no se encontraba preparada para afrontar Parsifal, por lo que hizo traer al Balthasar-Neumann-Ensemble con Thomas Hengelbrock al frente, del mismo modo que un tiempo antes invitó a la SWR Sinfonieorchester Baden-Baden para interpretar Moses und Aron de Schoenberg mientras la formación titular del Real ascendía en su calidad en manos de otros directores de orquesta. Mucho mejoró la Sinfónica de Madrid con el sistema ideado de Mortier, fue uno de sus mejores legados; pero tras su fallecimiento todo empeoró estrepitosamente, a lo que parece no haber ayudado la designación de Ivor Bolton como nuevo director principal. Pues bien, a estas alturas, el sucesor de Mortier, Joan Matabosch, ha decidido programar (o mantener más bien) un Parsifal, seguido de un Moses und Aron, con la formación del Real en el foso. Toda una apuesta… y todo un riesgo.

Aunque el riesgo no es tanto cuanto al frente de la misma se sitúa a Semyon Bychkov, acuerdo que ya cerrara Mortier para tal cometido, y la orquesta volvió a recordar a aquella de sus tiempos. Bychkov desplegó un mimosos y cuidado detalle en un magnífico trabajo de planos sonoros tan bien expuestos como hiperlaxos en su desarrollo que milagrosamente mantuvo la tensión necesaria. Milagro de Bychkov, se entiende, al que faltó cierta elevación para convertirse en referente de nuestra memoria auditiva en el Real. Y es que faltó que la Sinfónica de Madrid despegase, se elevara un tanto ya digo, para dotar de empaque a la historia que contaban. Fue este, en su cometido, un estupendo Parsifal terrenal.

¿Mortier se equivocaba? Sea como fuere, gracias a que todo suma y al encaje de las piezas apropiadas, aquí acertadas, las vocales haciendo más por el todo y brillando más desde él que individualmente, el intendente del Real, Joan Matabosch, ha acertado al mantener y programar este Parsifal, demostrando que, si se quiere, se puede y a veces, vaya si se puede.