Florian Helgath Holger Jacoby 

Un Bach bipolar

21/12/2019. Madrid, Auditorio Nacional. J. S. Bach, Cantatas 1, 2, 3 y 6 del Oratorio de Navidad. Soprano, Sarah Wegener; Mezzo, Marie Henriette Reinhold; Tenor, Fabio Trümpy, Bajo, André Morsch. B'Rock Orchestra. Chorwerk Ruhr. Director musical. Florian Helgath.

Un grupo joven, especializado en música antigua, se incluye en la selectísima programación de Ibermúsica. Causa cierta sorpresa y curiosidad, reforzada por el ingenioso nombre con el que se han bautizado: B’Rock.  Algunas ideas preconcebidas nos asaltan la cabeza: historicismo, mocedad y algo de espíritu transgresor. Esperamos encontrarnos entonces con una de esas interpretaciones de Bach que dominan el panorama desde hace algunas décadas, energéticas, ágiles, vivaces y, en un exceso imaginación, electrificantes y hasta con un punto de swing. Sí, seguramente nos hayamos venido algo arriba, pero ellos se lo han buscado eligiendo el nombre.

Estos son los peligros de dejar volar la imaginación alentada por los juicios previos, y esta es también la magia del directo; suele haber sorpresas. En esta ocasión, nos encontramos con una lectura formal, estricta y, sobre todo en su primera parte, fría y distante. Es así difícil conectar plenamente con este Bach. Al margen de si entendemos la partitura como un texto abierto, como un elemento subordinado a la mirada creativa del director, cualquier interpretación del Oratorio de Navidad debería al menos guardar complicidad con las palabras iniciales de su primera cantata “Jauzet, frohlocket”, “Alegraos, cantad felices”. La declaración de intenciones no puede ser más explícita, es un mandato de goce; al fin y al cabo, el Mesías no nace todos los días. 

El coro inicial que abrió las celebraciones comenzó con cierto desorden, los timbales con un punto de desenfreno, mientras en la formación vocal ejecutaba una entrada en la que el necesario júbilo se sustituyó por finura y recogimiento, más propio del Adviento que de la Pascua. Los colores arcaicos de los instrumentos originales se desplegaron cierta produciendo sensación de nostalgia que no acabó de cuadrar con los textos de las cantatas. Como tantas veces ocurre con los grupos barrocos, la formación exhibió un carácter camerístico que se encontró algo perdido en el inmenso espacio del Auditorio. Habría que esperar todavía un buen rato para que la alegría encontrara la armonía.

Los solistas ofrecieron un muy buen nivel. Desde su primera aria, la popular “Berite dich Zion”, la mezzo Marie Henriette Reinhold mostró una notable proyección, atractivo color oscuro, rigor en la interpretación, y comedidos adornos en los da capo. Fue la suya, sin embargo, una interpretación rigurosa, severa, sin rastro de la emoción y ternura maternal que sus piezas tanto hubieran agradecido. El tenor Fabio Trümpy mostró más humanidad como narrador, desplegando una pertinente afectación espiritual construida sobre toques de esperanza y algún fleco doliente. 

Cada entrada del bajo (barítono) André Morsch supuso la irrupción de un sensual carácter terrenal que contrastó con perfecta y algo lejana perfección angelical el Coro Ruhr; acertó en los recitativos y cumplió con unas arias en las que se echó de menos algo más de musicalidad.

La noche resultó tener un carácter bipolar, como se demostró tras la pausa con las cantatas números 3 y 6. Pareciera que en el descanso los diversos integrantes resolvieron sus diferencias y se dispusieron a actual como un todo. De la complicidad pasamos entonces a la armonía interpretativa y, de allí, a la alegría. Las trompetas naturales, brillantes, redimieron su irregular actuación de la primera parte y cumpliendo su función heráldica, marcaron un tono festivo que se mantendría hasta el final. Fue éste el momento de lucimiento de la soprano Sarah Wegener, ligera y casi saltarina, que resolvió “Nur en Wink…” apoyada en un precioso vibrato y mostró una ejemplar coordinación y empaste con el bajo en el dúo “Herr mein Mitleid…”

Pero lo mejor de la noche aconteció en un momento casi divino, en el aria de la tercera cantata “Schliese, mein Herze”. El magnífico violín de David Wish, amoroso, habló desde en corazón mientras la voz de la mezzo se retiraba al continuo para acompañar laúd y el cello. Un momento de mundo al revés que funcionó a la perfección si convenimos que la música debe el tocar y mover el alma. Ojalá hubiéramos tenido muchos más de esos.

Foto: © Holger Jacoby