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Tragedias y raíces

Madrid. 30/12/19. Teatro Real. Electra, con dramaturgia de Alberto Conejero. Música de Moisés P. Sánchez, Diego Losada y Pablo Martín Caminero. Ballet Nacional de España. Inmaculada Salomón (Electra). Antonio Najarro (Egisto). Esther Jurado (Clitemnestra). Albert Hernández (Orestes). Antonio Correderas (Agamenón). Vanesa Vento (Ifigeia). Sandra Carrasco (Corifeo, cantaora), entre otros. Orquesta Sinfónica de Madrid. Diego Losada, Víctor Márquez y Pau Vallet, guitarristas. Roberto Vozmediano, percusión. Manuel Coves, dirección musical. Antonio Ruz, dirección y coreografía.

Recuerdo como hace casi una década ya, en el mismo escenario del Teatro Real y después de haberlo intentado con Bellini, Rossini, Donizetti o Verdi, la que ahora es mi mujer, por entonces al principio de nuestra relación, se levantaba en el patio de butacas para aplaudir, entre lágrimas, al final de una función de Elektra, de Richard Strauss. Yo que gozo mucho del belcanto, pensé: "Estoy saliendo con una psicópata". Nada más lejos de la realidad. Quien era ajena a la ópera, pero ducha en Sófocles y Eurípides, había encontrado un nuevo camino, una nueva verdad y un nuevo sentir de la tragedia griega que tanto amaba. Estos últimos días de 2019, el coliseo madrileño y el Ballet Nacional de España nos han vuelto a ofrecer la oportunidad de disfrutar de esta obra inmortal con unos mimbres bien diferentes, pero igualmente reveladores: Electra, con dramaturgia de Alberto Conejero y dirección y coreografía de Antonio Ruz.

Una tragedia que es nueva creación, sin dejar de beber de las esencias y de las raíces que le dieron vida. Así, encontramos una danza contemporánea entretejida de flamenco que es maravilla, mirándonos hacia nosotros directamente y, al mismo tiempo hacia la Grecia donde nació y creció Electra, con infinidad de detalles en el baile y la dirección que nos llevan hasta la parte más oriental del Mediterráneo. Los primeros cuadros, donde brilla la colaboración de Olga Pericet en la coreografía, son de un lorquianismo que sofoca (¡oh maravilla!), la comentada conexión del Mediterráneo que nos une a través de sus aguas, del modo que es llevada aquí por Ruz, realmente plástico y matizado, fascinante. Brillante expresividad la de Inmaculada Salomón como protagonista, muy bien secundada por el resto del cuerpo de baile y contando con la aparición estelar de Antonio Najarro como Egisto, todos a través de unas músicas hilvanadas con maestría desde el foso (con Manuel Coves al frente) y combinando los cuadros orquestales con la intervención de guitarras y percusión. Mención aparte requiere la participación de la cantaora Sandra Carrasco, quien se llevó la función de calle gracias a su entrega y arte, que emocionaron en cada una de sus intervenciones.

La escenografía de Paco Azorín (que empieza a ser el escenógrafo y director de escena "de moda", con numerosas producciones en su haber) es atractiva y funcional, aunque la auténtica belleza reside tanto en el sublime vestuario ideado por Rosa García Andújar, que recuerda a estéticas de escuelas alemanas y estadounidense del pasado, como en la bellísima iluminación de Olga García, quienes elevan esta producción (estrenada en 2017 en el Teatro de la Zarzuela) a cotas de perfección. 

Foto: Javier del Real.