That’s entertainment
24/01/2020. Nueva York, Metropolitan Opera House. The Gershwins, Porgy and Bess. Eric Owens, Porgy; Angel Blue, Bess; Alfred Walker, Crown; Frederick Ballentine, Sportin’ Life; Latonia Moore, Serena; Donovan Singletary, Jake; Janai Brugger, Clara. Camille A Brown, coreografía. James Robinson, director de escena. The Metropolitan Opera Chorus and Orchestra. David Robertson, director musical.
Al entrar en el imponente edificio del MET para asistir a la representación de este Porgy and Bess, lo primero que uno se encuentra es una fotografía de Marian Anderson, la primera cantante afroamericana que cantó un papel protagonista sobre su escenario. Intercambia una mirada de complicidad con Rudolf Bing, el mítico director general, que le abrió la puerta en 1955. El afiche anuncia la exposición “Voces negras en el MET” y su presencia no es en absoluto oportunista. Por su temática, esta ópera ya sería suficiente para justificar la exhibición, pero es que, además, la obra tuvo bastante que ver con el logro de Anderson. Para su estreno absoluto en Broadway, Gershwin insistió en que sus cantantes debían ser todos afroamericanos causando un maremoto de cambio cuya marea llegó hasta el Metropolitan. Podría decirse que Porgy es parte de la historia de los derechos civiles en los Estado Unidos. Esto puede explicar en gran parte el éxito de esta producción, con lleno total y un público más representativo de la diversidad neoyorquina –algo que no ocurre a menudo en el Lincoln Center– e incluso tres funciones extra por la alta demanda.
En todo caso, la relación del Metropolitan con esta obra ha sido cuando menos paradójica; ha alojado tan solo dos producciones en su historia, una a mediados de los ochenta y esta que hoy comentamos. Es poco, teniendo en cuenta que estamos hablando de la que para muchos es la gran ópera americana y del que sin duda alguna es el gran teatro de ópera del país. Para esta segunda ronda, tenemos una propuesta que nos llega desde la English National Opera y lo hace con una calidad escénica cuestionable. Nos presenta una recreación del libreto del modo más sencillo en el que se pueda reflejar el imaginario colectivo. Se echa de menos una mayor dosis de creatividad y atrevimiento bien sea en el aspecto estético, en el dramático o en el político. Le falta, al menos, un pellizco de gran arte.
En la vertiente estética, la obra se desarrolla en un escenario giratorio sobre el que se ha levantado una estructura que resume todas las viviendas de Catfish Row, un barrio imaginario de Charleston, Carolina del Sur. Es una plástica neutra y estereotipada a la que el giro no aporta ninguna perspectiva nueva, el edificio parece idéntico desde cualquier ángulo que se observe. La distribución de los actores es plana y fundamentalmente inalterable: todos los artistas se agrupan en el piso bajo formando un corro que rodea al cantante que protagonice el momento. En el aspecto dramático, la dirección de actores no acaba de explorar la profundidad de los personajes. Aunque Porgy posea elementos de comedia, también contiene maltratos, violaciones, asesinatos y adicciones fatales. Todo esto se suaviza hasta la disolución de su carácter perturbador y trágico. Por último, se echa de menos la vertiente política. En la era de Trump, de Black Lives Matter y de #MeToo, hay asuntos como el acoso sexual y el racismo estructural sobre los que uno esperaría contemplar alguna posición actualizada. No hacerlo, ni siquiera intentar ofrecer una interpretación contemporánea de los tropos machistas y racistas latentes en una obra del 1935, es ya tomar partido en la dirección menos adecuada.
En el aspecto vocal, sin embargo, el asunto mejora; es de hecho un reparto magnífico. Las cantantes femeninas ofrecieron, todas, una calidad impecable. Por la solidez de su técnica se les adivina una buena escuela clásica, pertinentemente modificada para dotarla del imprescindible carácter de jazz que la obra exige. La soprano estrella de la costa oeste, Angel Blue, se abre con esta Bess las puertas del Met. Su canto es carnoso, sensual en el tercio bajo y brillante en unos agudos que ejecuta jubilosa mientras se recrea en la belleza exuberante de su vibrato. Janai Brugger cautivó los corazones con la hermosura de sus dinámicas y sus pianos sostenidos, haciendo de “Summertime” una nana maternal y doliente a la vez. Lo más memorable de la noche, sin embargo, nos llegó con en la espiritualidad desgarrada del “My Man’s Gone” de Latonia Moore, como Serena recién enviudada. El cartel masculino, aunque notable, tuvo alguna irregularidad. Eric Owens, como Porgy, tuvo momentos vocales verdaderamente ejemplares y otros extrañamente olvidables. No falló en todo caso en ninguna de sus piezas emblemáticas y mostró muy buenas dotes como actor, en la medida que la producción se lo permitió. Alfred Walker, combinó presencia física y canto rotundo para construir la maldad infecciosa de Crown. Para el otro elemento corruptor, Sportin’ Life, Frederick Ballentine optó por la simpatía y el ritmo. Destacó en un “It Ain't Necessarily So” con el que muchos en el patio de butacas no pudieron evitar mover los pies.
El coro del Met es un ente de otro mundo, que puede con lo que le echen, nunca falla y siempre enamora. Esta vez lo hizo a través de una ejecución de los fraseos de jazz desenfadada, cómoda y rotundamente coordinada. Los cantantes se mezclaron con un equipo de dedicados bailarines que ejecutaron una coreografía propia de musical de Broadway, siempre energética y a veces intrusa. En el foso, David Robinson ofreció una lectura eficiente, efectiva y efectista. Brillos, claridad y volumen, dando siempre prioridad a la melodía frente a las armonías; como consecuencia, al espectador le entran ganas de acompañar cantando, mientras la profundidad de la partitura se queda algo tocada.
El resultado del conjunto de esta producción es una propuesta fácil, amable, accesible, construida sobre el sentido más ligero de eso que llaman entertainment, de espectáculo para todos los públicos, como si el único denominador común que uniera a una audiencia variada fuera la trivialidad. En la era de la lucha por la diversidad, me resisto a creer que esta sea la mejor lectura de una obra tan revolucionaria como Porgy and Bess.
Fotos: © Ken Howard