10000 gestes tristram kenton

El valor de lo efímero (I)

Madrid. 26/02/20. Teatros del Canal. Boris Charmazt: 10.000 gestes. Mozart: Réquiem.

Es un tópico, pero no por ello es menos cierto: cada uno de los asistentes a una función, del tipo que sea, verá, escuchará, sentirá algo diferente, presenciará siempre algo distinto a lo que están recibiendo cualquier otro miembro del público. Ese es el ideal, al menos. La cuestión es que, en estos días, podemos hablar de forma literal en los madrileños Teatros del Canal. El "culpable": Boris Charmatz y sus 10.000 gestes. Veinte bailarines sobre un escenario completamente desnudo, abierto. 400 gestos cada uno. Sencillos, cotidianos, efímeros, que encuentran su razón de ser en el preciso instante en que son creados para, a continuación, desaparecer, hasta que, quizá, vuelvan a repetirse más tarde. Es prácticamente imposible memorizarlos como espectador, encadenarlos, sintetizarlos. No quiero ni pensar en la locura que debe suponer para el bailarín o bailarina.

Esa es una de las grandes bazas de esta propuesta de Charmatz: la aparente aleatoriedad, el aparente caos de lo no ordenado. Nada más lejos de la realidad, imagino. Al comienzo, uno intenta fijarse en un bailarín en concreto, intentando encontrar cierta homogeneización en el proceder, aparentes conexiones. Pronto surge el desasosiego de pensar... y darse cuenta... de que es imposible abarcarlo todo, que a la fuerza nos vamos a perder parte del espectáculo, puesto que no se puede tener los ojos puestos sobre veinte artistas que están creando de forma independiente, aunque quizá esa sea la creación del todo que busca Charmatz. Es el poder del individuo frente al conjunto. Mientras a un lado del escenario reconoces una cometa volando, un baile viral de Youtube, o el onanismo más encendido, frente a ello y al mismo tiempo, presencias un suicidio, un grito de pánico... la cabeza a punto de explotar como espectador, ante 10.000 gestos que son 10.000 estímulos diferenciados. Y por un momento, en este crescendo de una hora de duración, el conjunto, la masa, la sociedad, acaba absorbiendo al hombre, al individuo. La imagen se difumina. Ya no puedes diferenciar, sólo ves al grupo, borroso, como unidad.

El todo estalla y toma el patio de butacas. Lo cotidiano rompe no sólo la cuarta pared, también el espejo del que encuentra reflejo. Los espectadores se entrelazan con los bailareines. Algunas personas son llevadas hasta el propio escenario. Vuelan aviones de papel hechos con los programas de mano, también zapatos. Todo lo establecido parace ser puesto en entredicho. Y de fondo, el Requiem de Mozart (versión de Karajan con la Wiener en los ochenta). Como para que a uno no se le salga el corazón por la boca. Tampoco sé si me hubiese enterado. Yo estaba intentando captar, vuelvo a ello, lo cotidiando, lo efímero... en eso consiste la vida, al fin y al cabo.

Foto: Tristram Kenton / MIF 2017.