Un talento manifiesto
Granada. 23/07/2020. Festival Internacional de Música y Danza. Palacio de Carlos V. Beethoven: Obertura 'Egmont'. Concierto para violín y orquesta. Sinfonía no. 7. Orquesta Sinfónica de Galicia. María Dueñas, violín. Juanjo Mena, dir. musical.
Claramente de menos a más, así transcurrió la velada consagrada por entero a Beethoven en manos de la Orquesta Sinfónica de Galicia, bajo la batuta del director español Juanjo Mena y con la violinista granadina María Dueñas como solista. A sus apenas 18 años, esta joven intérprete es todo un fenómeno al que habrá que seguir bien de cerca -Barenboim estaba allí escuchando, no por casualidad-, tanto por lo aquilatado de su técnica como por lo consumado ya de su estilo, de una expresividad impropia para lo temprano aun de su edad.
Pero vayamos por partes. Decía que el concierto fue de menos a más, porque la obertura Egmont en manos de Mena no pudo sonar más decepcionante. Tremendamente básico en su enfoque, con un aire pomposo y rimbombante, sin el más mínimo atisbo de intensidad, confundiendo la grandiosidad con la ampulosidad. Un Beethoven hueco y henchido, sin rastro alguno de heroísmo, que hizo presagiar lo peor, dando la impresión de que Mena no terminaba de encontrar acomodo en la particular acústica del Palacio de Carlos V.
Afortunadamente, las cosas se entonaron progresivamente, y el tercio final del concierto nos regaló una espléndida lectura de la Séptima sinfonía del genio de Bonn, trabajada, precisa, interesante en suma. Más allá de un pequeño desajuste en el tercer movimiento, toda la lectura tuvo el pulso necesario. Mena dirigió aquí con criterio, claridad y decisión. La Sinfónica de Galicia dio pruebas de la cohesión y consistencia de su sonido, probando ser sin duda una de las dos o tres mejores formaciones sinfónicas de nuestro país, con unas maderas espléndidas y unos metales de primer nivel.
Ya en los aplausos, Mena se afanó -y con razón- en poner en valor el desempeño de todas las secciones, singularmente las cuerdas, cuyo desempeño tuvo doble mérito, habida cuenta de lo mermado de la plantilla, con apenas tres contrabajos y cuatro chelos. Me pregunto, dicho sea de paso, en qué momento nos hemos acostumbrado a escuchar la música de Beethoven con seis u ocho contrabajos y el consiguiente despliegue de la cuerda. No hace falta… a la vista está que no hace falta.
Esta cita suponía el debut en el Festival de Granada de la joven María Dueñas (Granada, 2002). Y habida cuenta de la cálida acogida del público local, bien puede decirse que saldó la cita con más que probada suficiencia, exhibiendo un potencial extraordinario. Aunque imagino que la procesión va por dentro, lo cierto es que María Dueñas -junto a su Guarnieri de 1736- se plantó en el escenario de Carlos V con un aplomo digno de asombro.
Forjada en la mejor escuela rusa con su maestro, el ucraniano Boris Kuschnir, y con otras influencias determinantes como la del ruso Vladimir Spivakov, Dueñas hizo gala de una mano izquierda de rara precisión y de un arco que parecía infinito, de fluidez manifiesta, en pro de un fraseo siempre elegante y estilizado. Sorprende la madurez del sonido, que sin ser grande, sí es nítido y de afinación precisa.
No quisiera entrar aquí en puntilismos técnicos. Ella ya sabe bien dónde brilló y dónde puede mejorar; parece ser alguien muy exigente consigo misma. Sí quisiera poner en valor el trabajo de María Dueñas con las cadencias, hermosas e inspiradas, salidas de su propio puño y letra, renunciado a emplear las consabidas y más habituales de Kreisler.
Con la batuta de Mena no puede decirse que hubiera complicidad, pero sí al menos traslució un cierto entendimiento, un tanto premeditado todo, como esperándose el uno al otro en ocasiones, quizá por la falta de ensayos, pero en suma nada que llegase a ser problemático. Mena cuidó de la violinista, quizá en demasía, con un tiempo contenido en exceso durante el primer movimiento, pero aportó seguridad, que a la postre era lo importante.
Como broche, y ante la cerrada ovación del público granadino, Maria Dueñas ofreció Recuerdos de la Alhambra de Francisco Tárrega, en una transcripción de Ruggiero Ricci, de exigentísima ejecución y manifiesto virtuosismo.
Fotos: © Fermín Rodríguez / Festival de Granada