Pinchas Zuckerman 

Elgar se impone

Barcelona. 23/5/16. Auditori. Concierto de clausura del ciclo Ibercàmera. Elgar: Serenata para cuerdas, en mi menor, op. 20. Variaciones sobre un tema original, op.36. “Enigma”. Brahms: Concierto para violín y violonchelo, en la menor, op. 102. Amanda Forsyth, violonchelo. Royal Philharmonic Orchestra. Dirección: Pinchas Zukerman.

Concierto de clausura de la temporada 2015/16 del ciclo Ibercàmera, con un resultado global óptimo y de acorde a conciertos que se quedarán en la memoria, como los protagonizados por Gergiev y la Filarmónica muniquesa en su presentación en España como nuevo titular y esa Patética chaikovskiana que todavía retumba latente en la sala grande del Auditori, o una Maria Joao Pires toda ella grandeza con su mejor Chopin al lado de un seductor Daniel Harding y la fantástica Orquesta de la Radio Sueca. Pero también el recogimiento austero e inolvidable de Viktoria Mullova y sus partitas y suites de Bach en el Palau. Fin de temporada pues con un tándem formado por Elgar y Brahms, en un programa atractivo donde se pudo disfrutar de una obra de repertorio como las hermosas Variaciones Enigma, con una orquesta que borda esta composición. Pinchas Zukerman, principal director invitado de la formación británica, este año por séptima temporada consecutiva, planteó un pequeño aperitivo elgariano con la Serenata para cuerdas en mi menor, op. 20. Pieza de juventud del compositor y violinista donde destaca la vena melódica y la inspiración romántica con los claros ecos de Chaikovsky y Sibelius en el elegante y sedoso primer movimiento, Allegro piacevole, donde las cuerdas de la formación demostraron sonido empastado de gran calidad y destacó la voz del primer violín. Con la serena profundidad del Larguetto, la formación demostró el potencial de su sección de cuerdas, aflorando un sonido dulce y frágil pero firme, con el mejor espíritu del romanticismo finisecular que anuncia al Mahler del Adagietto, obra que se estrenará tan solo doce años después de esta Serenata. Con aire ingenuo del Allegretto final, Zukerman mostró las cartas boca arriba de la orquesta, con unas cuerdas flexibles, sedosas y de un sonido homogéneo de gran calidad. 

Las Variaciones Enigma platean siempre la dificultad añadida para los intérpretes que al ser una obra de repertorio, en el imaginario de muchos melómanos, donde las posibilidades de desencuentro o decepción son importantes, entre otras cosas por la ingente cantidad y calidad de versiones grabadas, por grandes directores y formaciones. Se explicaba en el programa de mano el deseo manifiesto de la Royal Philharmonic Orchestra, que este año cumple setenta años de existencia, de interpretar esta obra en el ciclo Ibercàmera, en esta su novena visita dentro de esta programación del ciclo barcelonés, y con Pinchas Zukerman, por fin se ha cumplido. Enfocar esta pieza desde la óptica de un director violinista en activo, como es el caso de Zukerman, recuerda a figuras como la de Yehudi Menuhin, histórico intérprete, quién además también tiene grabada la obra al podio, precisamente, de la Royal Philharmonic, sello Phillips. El hecho de que el último cd grabado de Zukerman sea con obras de Vaughan Williams y Elgar, con la Serenata op. 20 incluída, demuestra la afinidad estilística con la obra elgariana del director e intérprete israelí. Con estos precedentes arrancó la lectura siempre vívida e inquieta desde el podio, con un parsimonioso inicio presentación del tema central, dosificando las fuerzas orquestales con guante de seda. Diáfanos los instrumentos de viento en el segundo movimiento, dando el punto juguetón para contrastar sucesivamente, movimientos del III al VIII, donde todo el abanico de colores de la orquesta se presentó con transparencia. Vuelo lírico, contrastes, carácter explosivo y lacónico, para acabar con el tema cantabile del Allegretto VIII, donde una hermosa miniserenata de viento dialoga juguetona con las cuerdas para preceder a la gran variación IX “Nimrod”, pieza icónica y fundamental de la obra. Aquí la orquesta subrayó desde unas cuerdas de nuevo fundamentales, el carácter pastoral de las notas de la partitura, donde Zukerman incidió en remarcar el carácter atmosférico y mayestático, con una respuesta orquestal cadenciosa y muy expresiva, con dominio de los volúmenes y el tempo. Un guiño a Tchaikovsky y sus ballets pareció el movimiento X, llamado “Dorabella” en referencia al personaje mozartiano, y donde pareció asomar la personalidad cotidiana de un Strauss alla Sinfonía doméstica. Atención al juego de dinámicas, preocupación por mostrar la versatilidad de la formación en todas sus secciones, plegadas a las indicaciones de una batuta que intentó absorber el espíritu transversal de la obra, para llegar a la última variación, la número XIV, Finale, Con este último movimiento, el Allegro Presto “E.D.U.”, la variación más larga, Zukerman intentó hacer brillar todos los colores de la formación, desde los encendidos metales, la fuerza de la cuerda siempre en expansión y la personalidad desbordante final de una obra que pide un cierre rítmico y un sonido refulgente y dinámico. La formación respondió con un sonido brillante y pleno, lástima que el acorde final quedara seco y algo abrupto empañando la gran labor del contingente orquestal. 

La segunda parte la formó la Sonata para violín y violonchelo de Brahms, Op. 102, una obra de madurez del compositor, de hecho su última obra escrita para una orquesta, su último concierto, que sin embargo, no contó con su aprecio ni tampoco con el de muchos de sus coetáneos que lo consideraron una obra menor. Aquí se presentó la chelista Amanda Forsyth, nacida en Ciudad del Cabo. Esposa de Zukerman y pareja artística de éste en numerosos conciertos,  este concierto de Brahms es uno de sus trabajos en común más reconocidos, grabado incluso para el sello Analekta. Comenzó el concierto con el fogoso Allegro en la menor, con una decidida Forsyth, mostrando un bello color en las resonancias graves del chelo, sobrevolada por la voz lírica y pasional del violín de Pinchas. Ambos buscaron y encontraron un empaste de color y sonido encontrando en sus diálogos con la orquesta y los diferentes trinos embellecedores lo mejor del movimiento. La compenetración y la complicidad de ambos artistas es más que evidente, aunque hay que reconocer la primacía del sonido amplio, redondo y rico de del arco de Zukerman, por encima de una solista de buena técnica y sonido noble, pero por debajo del nivel de excelencia del sonido del israelí. La orquesta acompañó con tersura a los solistas, doblando en ocasiones las voces pero destacando siempre por encima de todo la finura del violín de Pinchas, quien demostró que todavía es un solista de primera magnitud pese a ciertos momentos de titubeo en su doble faceta de violín y director. Con el segundo movimiento, el Andante en re mayor, las dos voces solistas resaltaron la complejidad de la escritura brahmsiana, que si bien no parece la más inspirada a nivel melódico, si lo es en búsqueda de un equilibrio frente a las voces solistas del violín y el chelo, en medio del magma orquestal, rompiendo la tiranía romántica impuesta por los grandes conciertos para instrumento. 

Con el Vivace non troppo final, en la menor-la mayor, el acompañamiento orquestal volvió a resentirse y las voces solistas sufrieron de nuevo inexactitudes que emborronaron el movimiento. El tema enérgico de los ataques del violín y el chelo, sonó demasiado brusco y la orquesta mecánica, se adivinaron buenos balances con ciertos atropellos en los conjuntos, aún así se llegó al final con el trabajo salvado pro la calidad indiscutible de la orquesta. Aplausos formales y dos bises cerraron un concierto donde lo mejor fue la elegancia seductora de un Elgar interpretado con el nivel de una de las mejores orquestas del mundo.