William Christie 

Abordar lo inabordable

Barcelona. 16/6/16. Palau de la Música Catalana. Ciclo Palau 100 Bach. J.S. Bach: Misa en Si menor. Les Arts Florissants. Katherine Watson. Tim Mead. Reinoud Van Mechelen. André Morsch. Dirección: William Christie.

El hermetismo medieval de lo que hoy llamamos Misa en Si menor exige mucha sutilidad, madurez y años de haber transitado por ese complejo e infinito fenómeno que es la obra de Bach. Ante ella, uno se da cuenta de lo insignificante que es y no se atreve a decir nada sobre esta “obra” que trasciende ésta y todas las etiquetas que podamos con torpeza imaginar. Es más, como uno no sabe qué decir más allá de admirarla, es preferible callar avergonzado antes que cometer la estupidez y la insolencia de hablar de esta especie de ópera suprahumana e inaccesible, que a diferencia de todos nosotros tiene su lugar en la eternidad.  

Se trata sin duda, de uno de los grandes retos de la interpretación. Por esa razón el propio director franco-americano William Christie (que ya la ha traído recientemente a España) ha declarado que durante décadas no se ha atrevido a abordar la partitura. Esta vez, desde el clave y armado con una magnífica pieza de orfebrería fundada hace casi cuatro décadas por el propio Christie –Les Arts Florissants– conjunto de indiscutible prestigio en el repertorio barroco, sí lo ha hecho. Con vigor, fluidez y buen resultado en líneas generales, particularmente en lo que respecta al equilibrio entre el dispositivo vocal e instrumental y a un dramatismo muy bien administrado hasta el final.  

No es si embargo con Bach con quien han firmado sus mejores jornadas, ni tampoco se han prodigado con el repertorio bachiano. Un inicio frío de la orquesta, con algunos desajustes ostensibles entre los que destacaron unos vientos inestables desde el Kyrie que no ofrecieron un rendimiento acorde al alto nivel esperado, empañaron otras intervenciones de calidad, como el virtuosismo del primer violín o un coro de espléndida proyección, plasticidad y estabilidad en todas sus apariciones –a destacar un Credo inigualable– como pocos se pueden escuchar en la actualidad. De solistas como Tim Mead –a quien pudimos disfrutar recientemente con Written on Skin en el Liceu– tal vez esperábamos más, aunque estuvo especialmente inspirado en un sutil y expresivo Agnus Dei que nos dejó muy buena sensación final. Con otros no teníamos grandes expectativas, como era el caso de la soprano Katherina Watson –excesivamente rígida– o la corrección técnica del tenor Reinoud Van mechelen, de modo que no hubo mayores decepciones en este sentido. Algo parecido podríamos decir del bajo André Morsch, con buenos momentos pero desigual, oscurecidos por otros de frialdad.

Tanto los pasajes cambrísticos como los de mayor volumen fueron administrados con inteligencia y sensibilidad estética por Christie, y ello junto a una notable orquesta y la excelencia del coro, sea quizás lo más reseñable de la noche. El Palau –que, reconozcámoslo, venía perfectamente predispuesto a celebrar la interpretación de Les Arts Florissants y la prodigalidad de un Christie ataviado como suele hacer, con chaqué y calcetines rojos– terminó en pie, ovacionando a director y solistas hasta obligarles a salir cuatro veces. Cerrarán su gira internacional con la Misa en Si menor dentro del Templo en mayúsculas: la iglesia de Santo Tomás de Leipzig. Pero dentro de un mes Christie volverá y de nuevo con Bach, al “Nits de Clàssica” de Girona, para seguir acercando la lejanía sacra que impone la arquitectura polifónica de una música que brota del diálogo con Dios. Difícil y arriesgado ese doble juego de lejanía (sacra) y cercanía (profana) sin caer en la anécdota (unos calcetines rojos) ni renunciar a la grandeza que en esta Misa de unidad cuestionable sobrepasa la medida humana de la simple liturgia. Sin llegar a lo sublime, en muchos momentos Les Arts Florissants mantuvieron el equilibrio sin caerse.