SPINOSI ES LA ESTRELLA

Madrid. 22/11/2015. Auditorio Nacional. CNDM: Ciclo Universo Barroco. Haendel: Serse. José Maria Lo Monaco, (Serse), Hanna Husáhr (Romilda), Sonia Prina (Arsamene), Kerstin Avemo (Atalanta), Ivonne Fuchs (Amastre), Christian Senn (Elviro), Luigi De Donato (Ariodate). Ensemble Matheus. Dirección musical: Jean-Christophe Spinosi.

Cuando en el aria con que finaliza el primer acto, Un cenno leggiadretto, el mismo Spinosi tomó prestado el violin a la concertino para doblar a la soprano, quedó de manifiesto tal vez más que ningún otro momento que en este primer plato fuerte del Universo Barroco de la temporada la estrella era el director; y por extensión, su conjunto, el magnífico Ensembre Matheus. Protagonismo de ambos, director y orquesta, que se sustentó no solamente en su propio hacer sino además fue consecuencia del escaso lustre de un equipo vocal que no proporcionó mayores alegrías, cuestión sobre la que nos detendremos más tarde. En cualquier caso este Serse, que como es habitual se ofreció en dos partes sin respetar la división natural de la misma en tres actos (lo que no es nunca ideal, aunque tal vez inevitable en versiones de concierto), siendo como es por sí misma una “rara avis” de la producción operística de Haendel parece obra adecuada para que la inventiva de los intérpretes, empezando por el máximo responsable de la representación, se permita alegrías que no resultarían tan justificables en otros títulos más apegados a las convenciones. Y es que las particularidades de esta obra, tanto en lo que concierne a la forma de tratar la historia (mezclando lo cómico con lo dramático) como formales (con una abundancia de números alejados de la omnipresente aria da capo, ariosos, arias bipartitas, arias dobladas por dos cantantes, etc) la distancian en buena medida de la Opera Seria. Ello en cierta forma sirve de justificación a Spinosi para realizar una versión a la que añade multitud de elementos de cosecha propia; los ejemplos que se pueden poner son múltiples: pizzicatos de las cuerdas, puntuaciones del fagot en recitativos, finales alargados retóricamente, incluso añadido de palmas a cargo de la orquesta, que también hace de coro en el tercer acto. ¿Son permisibles tantas libertades en la ejecución? Es una cuestión que no tiene facil respuesta, pues si bien es indudable que aportan variedad y teatralidad, en particular enfatizando los momentos más cómicos, no lo es menos que puede ocurrir que se vaya la mano buscando de forma “facil” la complicidad del auditorio; en mi opinión algo de esto se puede achacar a la interpretación, que por defecto de mesura eclipsó una concepción más global de la obra. Cuestión esta, la de los “efectos” añadidos discutibles, que no debe confundirse con una ejecución cuidadísima en los detalles, donde el Ensemble Matheus demostró una flexibilidad absoluta en manos de su director, destacando una dinámicas enérgicas (la ejecución de la famosa Crude Furie, por ejemplo, de quitar la respiración), ritardandos, pausas, acentuaciones muy marcadas... una variedad digna de destacar que nos habla de una dirección muy preocupada por el espectáculo en sentido amplio (y no reñida con la atención a las necesidades de los cantantes) y que necesitaría de más de una escucha para apreciarla en su totalidad; una vía todo lo alejada que se puede suponer de lo académico y antes bien coqueteando con el exceso, que produjo los mejores resultados en los momentos de mayor fuerza, construyendo tensión musical a base de oleadas sonoras perfectamente medidas. Muy a destacar también la labor de Felice Venanzoni al clave, que llevó el mayor peso del continuo y en la línea general se mostró en los recitativos creativo y un poco excesivo en la parte que le tocaba.

A la brillantez de la parte orquestal no le acompañó en absoluto una equivalente en la vocal, de lo más gris en su conjunto. Empezando por José Maria Lo Monaco en el papel titular que convenció tan poco como en la reciente Alcina del Teatro Real, desde los mismos comienzos con un discreto Ombra mai fu, en ningún momento pudo añadir con su interpretación algo más que indiferencia hacia una voz con problemas (siempre atrás, con un registro grave de cuya falsedad da cuenta que por momentos resultase inaudible), con la que no pudo dar relevancia a su parte a pesar de disfrutar de ocasiones: en el aria Se bramate d'amar, chi vi sdegna, donde su temperamento no se adaptó en absoluto al carácter del aria, además de adornar mal el da capo con un agudo final fuera de lugar; visto lo cual, su Crude Furie degl 'orridi abissi no resultó tan mal como era de temer, por más que se vió arrastrada por la orquesta que llegados a este punto no estaba –ni debía estar- para contemporizar con la cantante.

Sonia Prina tiene la virtud de parecerse siempre a sí misma, y conforme pasa el tiempo y va dejando atrás sus mejores momentos aún más; quiero decir que sus defectos se van consolidando casi hasta la caricatura, que aflora en particular en los momentos de coloratura, martilleada, antimusical, que acostumbra a acompañar con espasmos y contorsiones, además de respiraciones extemporáneas. También presente en las representaciones de la Alcina madrileña, es justo decir que al contrario que Lo Monaco creo que convenció más en este papel de Arsamene, donde sin abandonar su manera de cantar telúrica y carente de sutilezas al menos dejó buenos momentos en particular el aria Amor, tiranno Amor del tercer acto, o sus escenas del segundo acto (Quella che tutta fe... Per dar fine alla mia pena... Si la voglio, e la otterró!); cantante indudablemente carismática fue muy aplaudida, seguramente más allá de sus merecimientos, pero el público es soberano. Sin demasiada pena ni gloria las dos sopranos Hanna Husáhr (Romilda) y Kerstin Avemo (Atalanta). La primera, poseedora de una voz bonita y de fácil agudo, sin embargo no deja huella alguna, para bien o para mal, siendo su papel de poco calado. Mucho más lo es el de Atalanta, que la soprano sueca decidió afrontar con un exceso de histrionismo y queriendo llevarselo al terreno vocal que cree más propicio, el de la tesitura superior, introduciendo cuando pudo agudos en los da capo que sí, sonaron brillantes y expansivos, pero poco apropiados (lo hizo en Un cenno leggiadretto, y repitió en Dirà che non m'amó); concesiones al espectáculo que redundaron en su lucimiento personal pero poco aportaron realmente. 

Muchos más elogios que todas las anteriores se merece Ivonne Fuch en un papel que no deja de ser secundario, el de Amastre, luciendo una voz realmente bien construida en toda su extensión (compárese con las guturalidades y lo irregular de la de Prina), con una preocupación por la homogeneidad que se diría pasada de moda, un canto con escuela que le permitió resolver sin aparentes dificultades las complicadísimas coloraturas de Saprà delle mie offese, ejecutada además a toda velocidad, y con otro carácter completamente diferente, mostrar gran clase en el fraseo en Cagion son io. Mas bien testimoniales los hombres en este caso, Christian Senn (Elviro), bien en su parte cómica, dejó intuir una voz interesante, pero por desgracia su papel apenas dispone de breves ariosos; Luigi de Donato (Ariodate) al menos dispuso de dos arias con las que poner de manifiesto su voz resonante, valiéndole algunos aplausos.