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Con motivo del centenario de la legendaria pianista Alicia de Larrocha, una de las mejores intérpertes al teclado que ha dado nuetro país y que se celebra hoy, 23 de mayo, recuperamos nuestro análisis discográfico, firmado por Víctor Mourelle, aparecido por primera vez en nuestro numero impreso de Abril-Junio 2023.

El sonido de los discos es falso. Está todo retocado. Se pierde el sonido personal del artista y, sin eso, no hay nada.
- Alcia de Larrocha

Iniciar un artículo bajo la premisa anterior parece una quimera o una contradicción evidente que, sin embargo, me atrevo a acometer por devoción a la artista y porque, aunque posiblemente tenga razón, no deja de ser cierto que las grabaciones nos permiten disfrutar del arte y del legado de aquellos que ya no están.

Lo sorprendente

En un primer pensamiento sobre la discografía de Alicia de Larrocha, es complejo que nos venga a la mente obras como la Sonata de Liszt o la Fantasía, op. 17 de Schumann (Decca, 1975). Tampoco el último legado de Schubert, la D. 960. Lo sorprendente no es cómo técnicamente resuelve, con aparente facilidad, toda la suerte de endiablados vericuetos que Liszt propone, teniendo en cuenta siempre el tamaño de sus manos, sino la manera que tiene de dar globalidad a toda la estructura de la sonata, su capacidad de destacar casi sísmicamente los diferentes temas, y hacer de lo apolíneo de la obra, una suerte de leit motiv que recorre de manera increíble toda la propuesta musical. 

La Fantasía de Schuman es, en sus manos, de una claridad abrumadora, con esa característica tan suya de destacar todas las diferentes voces sin perder línea melódica ni contexto musical alguno. La manera de jugar con los tempi, las pausas, los silencios, ese fraseo de una elegancia sublime sin caer en amaneramientos, mostrando una coherencia en el discurso, son una ligera muestra de su arte y compromiso con la partitura. 

El Schubert (Decca, 1978), su última sonata en si bemol mayor, D 960, es de una transparencia melódica y estructural de primer nivel,  que mira más a hacia ese Clasicismo que se agota que a un Romanticismo incipiente,  y aún así, magistralmente se posiciona en el término justo entre ambos mundos. 

Si bien no hay grabación oficial, la versión que se puede encontrar del de Brahms con André Previn y la Pittsburgh Symphony Orchestra es del todo apabullante - preferible a la de Jochum y Deutches Symphonie-Orchester Berlin (Weitblick, 2009) Una orquesta de primerísimo nivel, que no siempre se tiene en cuenta, un director que acompaña como pocos y se pliega al fraseo e interpretación en directo (Heinz Hall, Pittsburgh; 28-November-1982) de una pianista que se marca - pese a algunos roces e irregularidades - una versión realmente señera, musical y de una fuerza arrebatadora. 

Lo maravillosamente cotidiano

El acercamiento al maestro de Leipzig sin dejar de ser altamente expresiva, se decanta por una pulcritud en la articulación y un sonido atemperado, cálido y bellísimo; con una variación en la pulsación asombrosa que hace que tanto el Concierto italiano, como en la Suite Francesa nº 6 y la Suite Inglesa nº 2 (Decca, 1972) se escuchen todos los contrapuntos de manera extraordinaria.  El Concierto en fa menor (Decca, 1981) cierto que es serio, elegante, riguroso en cuanto a estilo se refiere, pero tiene uno de las interpretaciones más bellas del segundo movimiento junto a David Zinman y London Sinfonietta.

Lo clásicamente necesario

La integral de los Conciertos de Beethoven (Decca, 1986) junto a Chailly y la RSO de Berlin son notables, técnicamente muy bien grabados y ciertamente, la versión de los dos primeros son dos joyas por su manera pulcra y equilibrada de interpretar esta música.

El Mozart de Alicia siempre ha sido de referencia, por su naturalidad, belleza exquisita de sonido y propuesta lógica en el fraseo. Uno tiene la sensación de solo puede sonar así, que la interpretación no debe ser otra. De todas las grabaciones, son preferibles en general las de RCA frente a las de Decca, destacando de manera prácticamente magistral en la Sonata No. 15, K 533 (RCA, 1984) y Sonata No. 10, K 330  (RCA, 1991). En cuanto a los conciertos con orquesta, las versiones junto a Solti y la Chamber Orchestra of Europe, (Decca, 1986) del 24 K 491 y 26 “Coronación”, así como , y el 27 K 595  con London Philhamonic (Decca, 1978) son de primer nivel, de un entendimiento entre solista y director magnífico, además de un sonido diáfano, cristalino, puro, con ese punto de espontaneidad necesario en estas partituras. 

Lo otro español también existe, y de qué manera

De todos es sabido la idoneidad y la capacidad de nuestra artista en el repertorio español. Lo que sucedes es, que su maestría, a veces, nos hace olvidar obras e interpretaciones mayúsculas como el Concierto Breve de Montsalvatge, el Concierto de Surinach, la Rapsodia sinfónica de Turina y la Rapsodia española de Albéniz con, probablemente, uno de los directores que más admiró su manera de hacer música, Frühbeck de Burgos. Personalmente me describió a Alicia como uno de los músicos con los que más se sintió a gusto en el escenario, venerando tanto su personalidad como su profesionalidad y respeto siempre a la partitura. 

Se puede apreciar esa compenetración en esta grabación discográfica junto a la London Philharmonic Orchestra y Royal Philharmonic Orchestra en el sello Decca 2004. La Sonata del Sur de Esplá, con la Orquesta Nacional de España y Frühbeck de nuevo, (Columna Musica, 2004) es la referencia de una obra lamentablemente poco frecuente en los escenarios. No se puede olvidar su paso por Mompou, unas Impresiones íntimas soberbias (Decca, 1984), hondas, profundas, que descarnan el corazón en sus manos, que hacen que apenas se pueda respirar sino de manera pausada frente a una interpretación concentrada en la esencia de la música.

No por conocido resulta menos impresionante

Hablar del Segundo concierto de Rachmaninov en esta interpretación con Dutoit y la Royal Philharmonic Orchestra (Decca, 1980) es vivir un sonido corpulento, un fraseo elegante y melancólico, destacando esa alegría afligida del compositor, que tan bien recrean ambos artistas. No hay ampulosidad y sí sensibilidad aplastante por coherencia interpretativa. 

De las Variaciones Serias de Mendelssohn existen interpretaciones magnificas como las de Richter, Horowitz, Perahia, Perianes, pero las más originales y atrevidas, quizá sean estas de Alicia, donde en una obra “menor” encuentra y descubre otras miradas, otras luces y las expone con una claridad y equilibrio mayúsculo, allí donde el clasicismo pierde su casto nombre. 

En 1975 (Decca) graba los Preludios de Chopin, un registro que se caracteriza por la naturalidad, la mesura en el fraseo y la delicadez interpretativa, no exenta de atención a los contrastes, las diferentes voces y contrapuntos, con una agilidad fuera de todo mecanicismo - nº 16, si bemol menor. No hay desgarro pasional - nº 4 mi menor, nº 6 si menor - y sí en cambio un desamparo que quiebra el alma por su serena melancolía. De igual manera plantea el Concierto nº 2 de Chopin junto Sergiu Comissiona y la Orquesta la Suisse Romande (Decca, 1971), donde cada trino tiene sentido musical, el sonido es lleno, completo, fuera de sentimentalismos, no hay severidad imperturbable sino justeza en la mirada, un celo interpretativo donde el contraste entre los diferentes temas - Larghetto - se enlazan con una franqueza serena. 

Las Variaciones sinfónicas de César Franck (Decca, 1973) se inician con ese diálogo superlativo entre la delicadeza del piano y el rigor de la orquesta, en este caso la London Philharmonic y Frühbeck de Burgos, para ir transitando entre ambos y construir una versión de total referencia. Son dos miradas complementarias, una conversación entre iguales que proponen dos caminos que convergen en una magistral interpretación. 

Lo de obligado reclinatorio

De rodillas, no hay más remedio que inclinarse por cualquiera de las tres versiones de Iberia de Albéniz, demostrando que un artista evoluciona y cambia la mirada sin perder la vista. La primera, remasterizada en 2009 por EMI de la antigua grabación de Hispavox en 1962, tiene ese carácter pimpante, un garbo interpretativo donde la danza, el jaleo, la bulla andaluza recorre toda la versión sin llegar a ser jarana, sino obra de arte en sí misma. La segunda, (Decca, 1973) deslumbra por su derroche de depuración estilística, allí donde había flamenco, hoy hay cante jondo y súplica doliente - Evocación, Corpus -,  donde antes había danza ahora zapateado redimido  - Albaicín - en una interpretación llena y rellena del arte de Andalucía. Termina su legado con su tercera traducción (Decca, 1987) donde purifica, si cabe aún más, todos los detalles, los acentos, los temas y refina de manera sorprendentemente delicada -sin perder verdad, sin alejarse de la riqueza rítmica - todo aquello que supone mirar hacia el sur.

Sus Goyescas son las Goyescas. Su acercamiento inicial de los años 60, EMI -Hispavox (remasterizado Warner 2006 con mejor sonido) posee esa simpatía castiza y altanera en los Requiebros, una solitud del Coloquio y ese desgarro baile del fandango, cerrando el ciclo con robustez y vigor de la certidumbre de que el discurso en Granados no puede ser otro. En 1977 se adentra de nuevo con Decca para avanzar en una poesía más clara todavía, una ensoñación mayor y una incipiente serenidad en el discurso musical. Los acentos y los diferentes temas se desgranan son suma facilidad y lógica; y las imbricadas melodías son diáfanas, para dar de sí, una versión de total referencia. No obstante, por si no fuera suficiente, con RCA en 1990 y con el mejor sonido de todas, abandona en cierto modo ese casticismo para llegar a un aspecto más romántico sin perder el carácter. Hay calma, sí; también serenidad que da el poso de los años, pero no exenta de temperamento, de garra amable para firmar una balada, por ejemplo, de una profundidad descomunal. 

Cierto que es que su reputación Schumaniana es de primer orden - Carnaval, Kreisleriana, Humoreske… - pero de todas sus interpretaciones sobresalen dos de manera inequívoca. El Quinteto con piano (RCA, 1993) con el Cuarteto de Tokyo - una suerte en realidad de concierto solista reducido - es una versión magistral, compenetrada de manera absoluta, y líricamente tratada con el justo equilibrio de todo el conjunto. El Concierto para piano con Colin Davis y la Sinfónica de Londres (RCA, 1993) plantea una interpretación de una belleza emocionante, una sonoridad soberbia, un fraseo inconmensurable, solo escuchar el segundo tema del primer movimiento nos muestra una creatividad sonora fascinante. Además es contundente cuando es preciso, brava cuando es necesario, y dialoga con la orquesta, quien la escucha y atiende, de manera insólita. Cuando un director acuna de esa forma al solista - minuto cinco - surge esa magia de saber que se está ante una obra maestra interpretativa. 

De igual manera podríamos hablar de los dos conciertos de Ravel, -sin olvidar su Gaspard de la Nuit, los Valses y la Alborada - donde se desenvuelve con soltura y naturalidad en una grabación de 1974 (Decca) con la London Philharmonic y Lawrence Foster a la batuta. ¿Hay un Adagio assai más lacerante en el Sol mayor que este? Si la melodía de la mano derecha hiere, el acompañamiento de la mano izquierda mata. Y cierto es que baila y danza cuando la partitura lo exige, cuando el jazz surge y delimita el cariz de la obra, allí también deambula con tranquilidad virtuosística. Uno tiene la impresión de que todas las notas son importantes, incluso aquellas que discurren de manera sorprendentemente veloces y del mismo modo claras y con sentido: un presto de antología. 

El Concierto para la mano izquierda lo resuelve de manera espectacular, sin dejarnos de sorprender por la aparente facilidad con la que, como si fueran dos manos, una sola frasea, tematiza y cuenta que la música de Ravel puede ser, y es, maravillosa. 

Y no podemos terminar sin Falla. Un Don Manué del que Alicia se enamora, y nos enamora. De las tres versiones de las Noches en los jardines de España, siendo notable la de Comissiona /Suisse Romande (Decca, 1971) y formidable la de Dutoit/Sinfónica de Montréal (Decca, 1990), probablemente no haya mejor conjunción que la de Frühbeck  y Filarmónica de Londres (Decca, 1984). La enjundia racial, el intercambio temático, los diálogos entre piano y orquesta son de una pareja sola, enlazan de manera maravillosa y se entienden a lo largo de toda la obra con un fraseo del todo embriagador, siendo rítmicamente étnicos cuando la música lo requier: hay folclore, hay cante, copla, tonadilla, … lo tiene todo.

Y a ese Don Manué también se adentra en las Cuatro piezas españolas, y los arreglos de El sombrero de tres picos, El amor brujo, (Decca, 1974) para llegar a una Fantasía Bética que mira más hacia el contraste entre lo virtuoso y lo sereno, desde lo guitarrístico y el primitivismo que de alguna manera dulcifica Alicia, para darnos una mirada hacia esa Andalucía profunda a través de una interpretación sublime.