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¿Es este el mejor disco rossiniano de la historia? Las mejores voces, batutas y discos en torno a Rossini

Con seis discos de recitales ya en el mercado, y en el mismo año (1973) que grababa lieder de Schubert, Schumann y Strauss, así como las Canciones populares de Falla y, atención, Campana sobre campana y otros villancicos, Marilyn Horne volvía a demostrar que no sólo era una espectacular todoterreno (en sus inicios combinaba el bel canto con Carmen, Don Carlo, Elektra, Pagliacci o La Bohème), sino que seguía teniendo un lugar en el olimpo belliniano, donizettiano y rossiniano; especialmente el rossiniano. Cuatro escenas, dos óperas, un compositor. Con estos mimbres salía a la luz el mejor disco dedicado a Rossini de la historia. Una rareza, una joya única que sólo podía permitirse en aquel momento alguien como Horne, capaz de hacer disfrutar a toda la parroquia de melómanos líricos con músicas prácticamente del todo desconocidas. Voy a más, la única capaz de permitirse arrancar un disco de recital con una primera pista... ¡de casi media hora de duración! Parece que haya que tener su fiato para leer ya del tirón su título: Avanziam... Non temer, d'un basso afetto... I destini tradir ogni speme!... Signor, che tutto puoi... Sei tu che stendi, O dio. En realidad, Horne canta aquí el comienzo del tercer acto de L'Assedio di Corinto, con el personaje de Neocle, pero suprimiendo todas las intervenciones de Pamira, Maometto, Omar, Ismene, los griegos y los musulmanes. Da igual. A ella se le suma el aria Non temer, de la ópera Maometto II, escrita seis años antes (los intercambios y autoplagios rossinianos, siempre tan a mano). Sigue dando igual. De ahí vuelve a L'Assedio para cerrar la tercera escena del tercer acto, con un estratosférico Ambrosian Opera Chorus, en los años que ofrecía, sin duda, sus mejores réditos. Y llega el redoble final de este Asedio. Por si las idas y las vueltas pudieran parecer pocas, Horne cambia de rol y se dueña de L'ora fatal s'appressa de la soprano, que han cantado desde Renata Tebaldi a Katia Ricciarelli y que hizo suyo Beverly Sills (con Horne en directo siempre, lo grabó EMI y esta fue sustituida por Shirley Verrett, cosas de discográficas). Marilyn lo podía todo y todo daba igual.

Y si a uno no se le han caído ya los palos del sombrajo con estos 40 primeros minutos, a continuación llega la segunda ópera, La donna del lago, con una lectura, perfecta, redonda, magistral y todos los calificativos gloriosos que a uno puedan ocurrírsele, escuchándole cantar su Mura felici, que es un puro dechado de belcanto. Técnica y formas canónicas con la morbideza de un canto a flor de labio y un sonido pleno. Esa eternidad sobre el re en a' voti miei; esas frases a continuación, desde mano crudele a mio tesoro, que estremencen a cualquiera... y luego el belcanto embotellado en 20 segundos: lo que dura su mezza di voce, coronada con un trino que es pura belleza, sobre Elena. Y así podríamos continuar con toda la página (las repeticiones de ¡s'Elena mia non è!), que llega a su clímax con una cabaletta, O quante lacrime, repleta de filigranas, subidas y bajadas imposibles y ornamentaciones que la mezzo estadounidense lleva al aún más difícil en la repetición. Y como de nuevo, Horne lo quiere y lo puede todo, vuelve a cruzar a los enamorados y a continuación se canta el Tanti afetti de Elena, jugando al lirismo y el abandono más característico de rossini.

Ahora bien, para abandono rossiniano, cambiémonos de mezzo. A Teresa Berganza le dijo su maestra, Lola Rodríguez de Aragón: "Estudia el dúo con el barítono de Il Barbiere di Siviglia. Cuando lo domines, dominarás Rossini".  Para alguien como Teresa, que canta siempre con una sonrisa, sentimental y técnicamente hablando, las protagonistas cómicas rossianas tenían que ser uno de esos lugares, sí o sí, donde su voz brillase con esa luz que le es inmanente y desde la que trasciende. ¡Y vaya si lo dominó! Lo cantó por medio mundo, desde La Scala al Met de Nueva York y llegó a grabarlo en dos ocasiones. La primera con el gran Manuel Ausensi y Nicolai Ghiaurov, la segunda bajo una de sus batutas más amadas, la de Claudio Abbado, llevándola también a la pantalla. A la Rosina hay que sumar su Italiana in Algeri, pero sobre todo su mejor creación rossiniana: La Cenerentola. Nadie ha cantado el rondo final como ella, nadie ha transmitido los valores de la protagonista en una voz abandonada, tersa y luminosa, como ella. Teresa, una avant-garde de la ópera, inició en los sesenta la rossini reinassance mucho antes de que esta comenzase. Marilyn la llevo a su cima más alta. Como óperas completas registradas en estudio, de la primera tenemos su Semiramide junto a Joan Sutherland, con unos dúos maravillosos, y tenemos su sensacional Italiana con Scimone y Ramey. De la segunda tenemos una también fantástica Italiana . Son dos formas, un paréntesis, sublimes de aproximarse a Rossini. Teresa desde Mozart. Marilyn desde el belcanto como conjunto. Su Cenerentola con Abbado (otro gigante que se acercaba a Rossini desde Mozart, por eso encajaban tan maravillosamente bien) y su comentado Barbiere, también con el italiano.

Junto a ellas, además, no deberíamos olvidar a Lucia Valentini-Terrani, a Giulieta Simionato o a Cecilia Bartoli, las tres mezzos de gratas interpretaciones. Esta última muchas veces acompañada de la batuta de Riccardo Chailly en unos años, los del Comunale di Bologna, donde conseguía (Cenerentola, Turco in Italia...) magia en los atriles. Entre las sopranos, aunque menos dadas entre la discografía, aparece la pizpireta, inmaculada Rosina de Victoria de los Ángeles, en la que para mí es una de las mejores versiones en conjunto del Barbero. Y como rarezas, una joven Mariella Devia en Adelaide di Borgogna, con el grandísimo Alberto Zedda en el foso y al que los amantes rossiniantos tanto debemos. Además, en una versión más bien personal, la magnífica Elisabetta, Regina de Inghilterra, de Montserrat Caballé, junto a Josep Carreras. Un operón con todas la letras que en su voz encuentra un redescubrimiento que hace las delicias de cualquiera. ¡Cómo no sumarla a su Elisabetta verdiana y su trilogía Tudor donizettiana!

Entre las voces masculinas se erige un nombre como un tótem en medio del desierto: Samuel Ramey. La mejor y prácticamente la única voz de auténtico bajo rossiniano, que podía mostrar la entereza de su parte, la enjundia y la profundidad, con las agilidadades y piruetas que Rossini exige a sus partes. Como protagonista le tenemos, fulgurante, en Maometto II, pero también podemos encontrarle como agradecidísimo secundario en L'Italiana in Algeri antes comentada con Scimone y Horne; los Viaggio a Reims de Abbado, Il Barbiere de Chailly y Horne; La Donna del Lago de Pollini (¡Sí, Maurizio Pollini soltando el piano y cogiendo la batuta!); o en la exquisita Gazza ladra de Gianluigi Gelmetti, otra innegable batuta rossiniana, junto a Ricciarelli, Matteuzzi y D'Intino; aquella generación noventera que recogió el testigo de los ochenta.

En cuanto a los tenores, tengo que citar aquí, sí, a Luciano Pavarotti. ¿Por qué? Pues porque aunque nunca quiso entrar en agilidades rossinianas, creó un sello discográfico, CIME, junto a Mirella Freni, para grabar aquellas rarezas que, a pesar de su nombre, DECCA no se atrevía a llevar a los estudios de grabación. Además del Requiem de Donizetti, llegó a grabar el Stabat Mater (con Pilar Lorengar) y para mí, la mejor Petite Messe Solennelle del maestro de Pésaro; además de un Arnoldo en italiano de referencia para el Guglielmo Tell. A mí Rossini es que me gusta en italiano, sí, como Donzietti, aunque hoy en día a veces parezca pecado decirlo. Javier Camarena, espectacular cantante rossiniano, bien se merecería una atención discográfica a la altura del otro gran rossiniano que es Juan Diego Flórez, por el que se llevaron a los estudios títulos menos conocidos como Le Comte Ory o Mathilde di Shabran y que grabó discos de recitales dedicados al compositor, así como algunas de sus cantantas junto a Chailly y Bartoli, de primer orden.

Aún cabría hablar de La Scala di Seta con Bartoli; de las antiguas formas rossinianas con el Mosè de Nicola Rossi-Lemeni; de otra magnífica batuta rossiniana como era la de Carlo Maria Giulini, quien firmó el mejor disco de oberturas que pueda escucharse, y eso que debe haber como trepecientosmil; del Otello de Carreras y Frederica Von Stade (también con Ramey), más como rareza en sí que como aporte rossinano del tenor catalán; o de la Zelmira de Scimone con otra hornada más reciente de cantantes rossinianos: Gasdia, Merritt... y todo esto en cuanto a tomas de estudio. Si entramos en los live, las joyas se elevan al cubo, ciertamente. Empiecen por donde quieran empezar, esto son solo unas pinceladas a modo de ejemplos, espero que bien escogidas; y por favor si no terminan por ellas, al menos ¡pasen por ellas!

Foto: DECCA.