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Mauricio Sotelo: "La obra nunca es el producto final"

Mauricio Sotelo cumple 60 años siendo un auténtico referente de la música contem- poránea. Por su obra, obviamente, pero también por la emoción con la que la concibe y entrega. Pocos autores hay que sientan tanta pasión por la música como el madrileño. Así se desprende tanto de sus pentagramas como de sus palabras. Acaba de ofrecer A mitad del camino de la vida, sobre La divina comedia de Dante, por segundo año consecutivo en el CNDM, y ultima ya su De imaginum, signorum et idearum compositione II, que estrenará al frente del Klangforum Wien. Pendiente, debido a la pandemia, queda el estreno de su nueva ópera, Bruno, sobre Giordano Bruno, en La Monnaie de Bruselas. Sobre ellas, de su amor por la música, la cultura y la vida, crea un marco, un ventana en cada una de las respuestas que nos da en este encuentro único.

En estos momentos se acaba de ofrecer en el Auditorio 400 del Museo Reina Sofía su obra A mitad del camino de la vida, por segundo año consecutivo. No sé si es algo muy habitual que esto suceda... Desde luego, el año pasado la cola para acceder a escucharla, doy fe, ¡era kilométrica!

He de decir que el otro día salió todo genial. Estamos todos encantados. Después del primer concierto, cenamos con Sakari Oramo y Francisco Lorenzo, director del CNDM, le decía: “Sotelo ha conseguido una cosa que no ha sucedido nunca: que un concierto de música contemporánea parezca uno de rock” (risas). Yo estaba alucinado, la verdad.

Personalmente, nunca había visto un concierto de música clásica donde la gente estuviese tan enfadada por no poder entrar... ¡Había auténtica pasión!

Creo que sí, que era tal y como lo está contando. Nosotros, en aquel momento, estábamos en camerinos, pero nos llegaron luego las noticias de la gente molesta al no poder entrar porque no había más aforo. Ya le digo, Francisco Lorenzo decía que era la primera vez que un concierto de música contemporánea tenía que repetirse ante el éxtio de convocatoria.

Una vez la obra está estrenada... ¿queda poso? ¿Hay una reflexión personal posterior?

Sí, completamente. Es algo que hablo mucho con los alumnos. La obra nunca es el producto final. Como repetía mucho Luigi Nono, “método es camino”. La obra es el camino hacia la obra. Yo vivo siempre ese proceso de una forma muy, muy intensa. La composición es mi vida. Lo vivo también de forma muy sentida con los intérpretes. En este A mitad del camino de la vida, además, se dan situaciones muy bonitas, como que el contra- bajista, Pablo Martín Caminero, me escribía justo ayer: “Yo estoy aquí porque tú organizaste un curso hace 30 años, en Sigüenza, en el que, entre otros invitados, vinieron músicos de la Filarmónica de Viena”. Uno de esos músicos era Herbert Mayer, quien se llevó a Pablo a Viena para estudiar con él. Estaba muy contento cuando le llamé para colaborar en este proyecto. Estar juntos en el escenario ha sido muy emocionante.

El camino compositivo siempre es largo. La resonancia de estas experiencias tan fuertes deja cola. ¡Es una resonancia de catedral! (Risas). A mí me emocionan mucho las cosas y el proceso, el concierto en sí, lo vivo a flor de piel. Una cosa que para mí es muy importante, desde hace muchísimo tiempo y que es algo que me ganó del flamenco, es la fuerza de su transmisión con el público, de comunicación. Me lo tomo muy en serio. Por eso, en esta obra por ejemplo, hacemos una pequeña introducción desde el escenario con José María Micó, cuya traducción de Dante es maravillosa. Al público que acaba de entrar de la calle, que lo mismo viene con prisa o con mil problemas en la cabeza, no puedes esperar soltarle algo directamente que muchas veces no entienden... ¡Y que a menudo no entendemos ni los propios músicos!

Siendo, además y en muchas ocasiones, algo completamente nuevo.

¡Claro! Para mí ha sido muy importante hacer una pequeña introducción en esta obra... y agradecer. Agradecer a los amigos que la han hecho posible y al público por acercarse a escucharla. Explicarles de qué se trata esta música y compartir con ellos la experiencia. Eso es lo que llega al público. Estoy emocionadísimo y muy, muy agradecido de que todos nuestros útimos conciertos estén teniendo esa resonancia por la que me preguntaba, ese eco en el público, esa acogida tan calurosa y cariñosa.

¿Procura usted esa conexión, además, directamente a través de su música? ¿Es el compositor quien ha de adaptarse, buscar al público?

Desde luego. Para mí, conectar con el público es una obligación. En mi cabeza yo no escribo notitas o especulaciones abstractas, no. Vivo la música de una manera muy intensa en mi interior y, luego, cuando la tengo en la cabeza, cuando está vibrándome... cuando ya la he dirigido, tocado y cantado en mi imaginario, es entonces cuando la plasmo en el papel. Lo más importante, para mí y desde hace muchísimos años, es la comunicación. Como le digo, uno no puede esperar, desde esa especie de narcisismo intelectualoide, que el público ha de entender cosas que, a veces, ni siquiera nosotros terminamos de comprender.

Yo llegué con 18 años a Viena para estudiar. Tuve la suerte, la fortuna de vivir cosas musicales muy intensas, como la última Flauta mágica de Karl Böhm. Ensayos de Karajan, Kleiber, Brendel... Todo eso, a mí, me impactó muchísimo. Cuando regresé a España, además, me metí de lleno en el mundo del flamenco. ¡Yo vivía impactado por todas partes! (Risas). Tenía, por un lado, la mejor y más pontente proyección de la músia clásica y, por el otro, el mejor flamenco... Con todo ello, lo que quiero exponer es que uno de los máximos problemas de la sociedad actual y de todo el mundo virtual que vivimos es la pérdida del ritual de la escucha. ¡El ritual de la escucha colectiva! Esa razón de ser por la que usted y yo hemos hablado tanto y estamos ahora aquí charlando de nuevo. ¡Vibrar todos juntos! ¡Como en misa, digamos! Un ritual muy potente, muy hermoso, que nos hace sentir muy vivos.

Hablando del público y habiendo mencionado antes a Luigi Nono, quien fue uno de sus maestros, el dejó escrito en una ocasión que el público, en buena medida, se aplaude a sí mismo en un acto de vanidad.

Es algo muy complejo. Hay que pensar que Nono murió en 1990. Como pasa con todos los grandes creadores, vivió varias etapas. Tenemos una con Nono marcado por un condicionamiento político de izquierdas muy fuerte, con una cierta radicalidad musical, aunque siempre con ese lirismo, digamos, de lo italiano, y luego una última etapa con un Nono más reflexivo, más silencioso, con una serie de obras que tienen, de alguna manera, el espíritu de aquellos versos de Machado, “Caminante no hay camino”.

Hay que entender cómo ciertas manifestaciones o expresiones tienen un momento concreto. Nono se situaba ante la obra como un producto de consumo estético, que es algo que ahora sucede con frecuencia. El Like, el me gusta, no me gusta de las redes sociales. Lo bello como producto. A Nono le preguntaban: ¿es la música la más abstracta de las artes? Y él decía: “¡No! ¡Es la más reaccionaria! Se ofrece como objeto de consumo estético y no como aportación al conocimiento sobre el presente, pasado y futuro”. Así que sí, hay siempre cierto narcisismo, tanto por parte de quienes escuchamos, como por parte de quienes se exponen: compositores, intérpretes... Lo que Nono quería hacer ver con la reflexión que usted apunta, o así lo entiendo yo, es la profundidad de la música, sobre el hecho musical y el tiempo que necesitan las cosas para madurar.

Sentimientos y profundidad hay en el flamenco, que usted tantas veces menciona y que forma parte indisoluble de su obra. ¿Su relación con él también ha necesitado de tiempo?

Hay gente que piensa que yo todavía estoy intentando juntar un cajón con un cantaor, pero son ya 30 años de investigación... ¡y de vivirlo! Carmen Linares fue madrina en mi boda... en el flamenco tengo una familia, un reconocimiento que no esperaba, porque al principio se me mostró un rechazo tremendo. Las cosas necesitan mucho tiempo para madurar, sí... Para mí había algo que me impactaba en la música que yo vivía, que era esa idea de verdad, de autenticidad. La inmediatez de la transmisión en el flamenco. Es algo que he querido conseguir en mi música. No rechazar lo bello e intentar buscar algo resplandeciente, luminoso... algo que te llegue directamente no sólo al intelecto, sino al corazón. Quiero que mi música beba de la magia del flamenco, como sus rituales rítmicos, circulares... y tansmitirla así al público, que no sea un mero papelito con elucubraciones que no tengan nada que ver con el sonido y su proyección. Quiero que mi música llegue a la gente también desde su parte más emocional.

Esa búsqueda, esa necesidad de conexión con el público y su lado más emocional, ¿siempre ha sido así en el camino de Mauricio Sotelo? ¿Cómo ha sido su relación con las vanguardias en su época de estudiante?

Con 15 años siempre estaba muy fascinado con cosas como ciertas músicas de Boulez, Ligeti, Stockhausen... me gustaba mucho Bruckner, porque en aquel momento era muy raro. Pude disfrutar de su Novena, por ejemplo, dirigida por Eugene Jochum y la Filarmónica de Viena, o con Bernstein... Aún a día de hoy me sigue gustando mucho. El caso, ya le digo, es que me gustaba porque era raro (risas). Me gustaban las cosas que se salían de lo habitual, cosas modernas. ¡Schubert! Siempre he sido un apasionado de su obra. Con todo, no he rechazado la vanguardia, porque formo parte de ella. Muchos de los multifónicos que veo hoy en día en el saxofón, por ejemplo, son parte del trabajo que yo hice con Marcus Weiss. Lo que ocurre es que no me voy a quedar en la música que yo hacía hace 30 o casi 40 años.

También habría que ver cómo definimos la vanguardia...

Sí, yo lo veo más como algo de actualidad, algo fresco. Desde luego la vanguardia de los años cincuenta, sesenta, setenta, o la nuestra de los años ochenta, se queda ahí. Son cosas viejas.

Pasan a ser academia.

Sí, ¡desde luego! Por decirlo de al-guna manera: en mi obra, lo fresco, lo distinto, lo absolutamente actual sobre un escenario, es Dante. Dentro de 10 años ya será otra cosa. Hace 30, en la Semana de Música Religiosa de Cuenca, en 1993, mi primer concierto con Enrique Morente (junto al Klagforum Wien) creó un rechazo tanto en el mundo flamenco como en el de la música clásica. ¡Pero fue hace tres décadas! Hay obras de mi catálogo, como De Imaginum, que han sido referentes para compositores de generaciones posteriores a la mía y que han condicionado ya no sólo su escritura, sino su estética... Es algo normal, ley de vida. Así que no puedo, ya digo, rechazar la vanguardia porque formo parte de ella.

Ahora, en el programa que voy a dirigir en el CNDM con Klangforum Wien, hay obras como el mencionado De Imaginum que, al estudiarlas de nuevo, me digo: “¡Madre mía qué difícil es esto!” (Risas).

Hoy por hoy, ¿dónde encuentra inspiración, qué enciende el interés de Mauricio Sotelo?

Hay varias fuentes. Desde luego la filosofía es una de ellas. Como usted bien sabe tengo una vinculación muy importante desde hace años con la obra de Giordano Bruno y estamos pendientes de estrenar una ópera dedicada a él. También, por supuesto, la poesía. Mi vinculación con alguno de los grandes poetas de este país, como José Ángel Valente, es importantísima. O la pintura, que ha sido mi pasión desde muy, muy joven. La lectura... y también, por supuesto algo fundamental es que soy un gran escuchador. Para mí, los conciertos, como oyente, son un regalo. Voy mucho a conciertos de clásica y salgo de ellos, siempre, con inspiración. Soy un amante de la ópera. Para mí ir a Berlín para escuchar a la Filarmónica o una representación de Così fan tutte, por ejemplo, es toda una experiencia. Mientras estaba escribiendo mi ópera El público, recuerdo que Barenboim dirigía Le nozze di Figaro en Berlín. Creo que de nueve representaciones, fui a siete u ocho. Eso era de lo que se nutría la música de El público, que tanto asociamos, sin embargo, al flamenco. La propia música me inspira mucho.

Otra de las bases de su música, como venimos comentando, es el flamenco. ¿Cómo ve usted la relación entre este y la clásica? Parecen dos géneros sobre los que aún recaen muchos prejuicios...

Desde luego. Mire, yo podría decir tranquilamente: “A Mauricio Sotelo no le gusta el flamenco”. A mí, realmente, lo que me han impactado han sido ciertos cantaores. Es igual que en la música clásica. Hay ciertos directores, cantantes, intérpretes que llevan la música a un nivel de profundidad inusitado. Lo que decía anteriormente: la clásica también puede ofrecerse como objeto de consumo estético. Yo creo, por ejemplo, en la madurez de los directores. Para dirigir determinadas óperas de Wagner tienes que conocer mucho repertorio, saber alemán, haber leído a Schopenhauer... no basta con situarse delante de la partitura. No basta con saber poner las notas en su sitio. A mí, al menos, me parece extraño escuchar un director demasiado joven al frente de una sinfonía de Mahler sin haber dirigido antes las sinfonías de Bruckner, de Beethoven...

Por otro lado, hay gente que muestra cierto rechazo al flamenco porque considera que es poco menos que un souvenir de lunares que puede comprarse en una tienda hortera de recuerdos. El flamenco no es eso. Ni cierta gente que por pertencer a cierta condición social o cierta raza se desgañita pegando gritos. Sin afinar, sin estar en su sitio. El flamenco es muy difícil y para músicos de gran categoría. Hay gente que alucina con ciertas manifestaciones del flamenco, simplemente porque aparece un tipo chillando. Sin embargo, si lo analizas, no sabe ni qué es una soleá. Son construcciones complejísimas que requieren la práctica y el arte de toda una vida, como le sucede a un pianista o a un cantante de ópera. Actualmente, uno de los grandes músicos y cantaores del mundo, con un conocimiento enciclopédico del flamenco, es mi amigo Arcángel. Tiene una voz prodigiosa, afina y tiene oído absoluto.

¿Pesa demasiado el romanticismo sobre el flamenco?

Absolutamente. Igual que hay gente que tiene un rechazo por la música clásica al ver cierto formalismo, cierta rigidez, hay personas que muestran su rechazo ante la forma simplista con la que se ha mostrado el flamenco en muchas ocasiones. En cuanto a la producción, por otra parte, también hay similitudes entre un género y otro. Y desde luego, ante la recepción también. Están los aficionados; la gente que no entiende nada, pero se emociona; la gente que lo rechaza, y los forofos que creen que saben mucho, pero que no se enteran de nada (risas).

Por cierto, ¡creo haber leído por algún lado que usted estudió guitarra!

¡Bueno, tocaba la guitarra! ¡Y bastante bien! Pero tuve que dejarla por las uñas, que eran algo incompatibles con estudiar piano y violín (risas). Durante mi juventud, la guitarra siempre fue importante. Y tocaba algo de flamenco, claro, porque cualquier guitarrista, de cualquier lugar del mundo, siente fascinación por algunas técnicas de la mano derecha del flamenco. La velocidad en los picados, rasgados, el pulgar... técnicas específicas que no existen en la literatura de la música clásica. Yo tocaba un poco, pero en realidad, con 14 años me interesaban más Schoenberg y Boulez que el flamenco, que por entonces, si soy sincero, no me interesaba prácticamente nada. Eso vendría después, con el tiempo.

De hecho, una de sus grandezas como compositor, yo diría, es el haberse mostrado siempre atento a su alrededor.

Bueno, creo que eso es parte de la formación y la herencia que he recibido. Entre los críticos, músicos e intelectuales de nuestro país hay personas con discotecas de miles de discos que apenas van a conciertos en vivo... Con los compositores pasa igual. Cuando era bien joven, antes de ir a Viena, me iba por las noches a hacer cola con mi amigo Andrés Ibáñez para poder escuchar los conciertos de Ibermúsica. Siempre he sido y sigo siendo un apasionado de los conciertos, de la música en directo, ¡y sigo siéndolo! Fue Luigi Nono quien me dijo: “¿Tú qué haces en Viena, que es una ciudad fascista? ¡Tienes que volver a España y abrir el oído en los círculos del flamenco!”. Círculo como ritual de fascinación. Y meter la oreja en las catedrales, en la obra de Tomás Luis de Victoria, me decía. Y que sacara la cabeza del papel, que estuviese atento a mi alrededor. Es algo, pues, que he heredado e intento transmitir a mis alumnos. Procuro que vayan todas las semanas a conciertos, a ensayos, a la ópera... ¡que vivan el hecho musical! Hay pianistas jóvenes qué no saben quién es Alfred Brendel... ¡O Daniil Trifonov!

Es curioso que, quizá, vivimos un momento de acceso inmediato y fácil a todo, pero se percibe cierta falta de interés, de capacidad para focalizar en el hecho musical por parte de la juventud.

Sí, ¡es que tenemos que vivir la música! Hablando con muchas personas, el ser capaces de vivir y sentir el hecho musical me parece algo fundamental. Elemental. El ser y estar aquí, en este momento. También ese algo que tiene que ver con formar parte de la comunidad, en el sentido del ritual de la escucha, como ya he apuntado. No digo que sea algo que se vaya a perder y habrá gente que, leyéndome, piense que estoy en contra de las plataformas digitales, pero en absoluto. Ahora mismo tenemos acceso a una cantidad de información increíble. Cuando yo estudiaba, para conseguir una determinada partitura había que viajar... era muy difícil acceder a algunas de ellas. Hoy en día tenemos la ventaja de que encontramos todo en la nube, de que cualquier cosa que quieras hacer, ¡alguien te lo explica o ya lo ha hecho en Youtube! (Risas). Eso tiene el peligro, también, de que hay quien cree que poniéndose un par de videos en Internet ya van a comprender qué es el flamenco, o cómo se ha compuesto determinada obra de música clásica.

Tenemos que ser conscientes de que el tiempo, el lugar, la casa, nuestro habitar las salas de conciertos, donde todo se gesta... eso es la verdad. Eso es lo verdadero. Yo venía de estudiar de Viena, de soñar en sus salas de concierto... y venía a España y me metía en tablaos con Enrique Morente y salía tres días después (risas). He trabajado con todos: Esperanza Fernández, Carmen Linares, Pitingo, Jesús Méndez... y ese trabajar no es ensayar de 10 a 12 e irse después del concierto, no. Es que convivíamos todos. Comíamos, cenábamos y estábamos de juerga flamenca. Horas de cante y palmas. ¡Eso es necesario! Sin eso... sin el vivir, el sentir las cosas en su plenitud... no tenemos nada que hacer. Es ciertamente triste cuando alguien joven acude a mí y al preguntarle cuáles son sus referencias, se remite a videos de Youtube. ¿Cómo puede escribirse algo de flamenco sin haber escuchado nunca a un cantaor? ¿Cómo se puede ser compositor si nunca se ha ido a las salas de conciertos? ¿Cómo hay jóvenes narcisistas y arrogantes que reclaman atención y oportunidades en la ópera cuando no han ido a escuchar una en su vida? ¡Quiero ver a todos los jóvenes yendo a los ensayos, acudiendo a sentir la música a la más mínima oportunidad!

La juventud siempre requiere, exige de inmediatez, supongo.

Es que hay quienes enseguida hablan de lo que requieren, de lo que se merecen, pero hay que luchar, hay que trabajar, mucho. Y ser pacientes. Y sobre todo, tener amor a la música.

Tengo la sensación de que esa intensidad, ese amor por la música, lo siente usted igual que hace 35 años.

¡Y más! (risas). Es que... ¡Es mi vida! Uno vive muy intensamente...

¡No todo el mundo! Desafortunadamente... Pero da gusto escucharle, de verdad. El sentir que ese amor, esa pasión, esa intensidad con la que uno está recibiendo la música, ha sido también el germen que la ha creado.

No sé... es que para mí, la intensidad es verdad. La idea de la obra de arte como un resplandecer. Ese miedo que hay en ciertas posiciones no intelectuales, sino intelectualoides, a lo bello, al trascender, a la emoción... yo lloro contínuamente. ¡Y me siento bien por ello! En una de las representaciones de un Tristan und Isolde que se hacía en Madrid, aún conociendo muy bien el Preludio, a los 10 compases lloraba con lágrimas como puños. De pronto, me di cuenta que un señor mayor, a mi lado, también lloraba. Al salir me contó que su madre le había llevado a escuchar Tristan cuando era pequeño y que, siendo una persona con una buena situación económica, llegó un momento en la vida en el que decidió que lo que más le apetecía en el mundo era viajar para escuchar esta ópera. Y siempre lloraba. ¡Eso es maravilloso! Es una condición, el asombro ante la belleza, la naturaleza, que no debemos perder jamás. Eso es lo divino.

 

Foto: Carlos Díaz de la Fuente.