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Perry So: "La música es, hoy en día, un puente hacia el cosmopolitismo"

Desde el pasado mes de septiembre, el director de origen hongkonés Perry So ha tomado posesión de su cargo como nuevo director titular y artístico de la Orquesta Sinfónica de Navarra. Algunas semanas después, en el mes de noviembre, nos recibió en Baluarte para conversar en torno a sus orígenes, sus planes para la formación navarra y sus valores e ideales en torno a la actividad de una orquesta pública como la que ahora lidera. 

Me gustaría volver a su primera ocasión al frente de la Orquesta Sinfónica de Navarra, en 2019. ¿Cómo recuerda aquel primer encuentro?

Sí, fue poco antes de la pandemia, a finales de 2019, con un programa quizá un tanto aventurado (risas). Y es que hicimos la Sinfonía en do mayor de Stravinsky, la Sinfonía no. 1 “Clásica” de Prokofiev y el estreno del Concierto para percusión y orquesta de Jesús María Echeverría, un compositor navarro, de Olite, contando con nuestro percusionista Javier Odriozola como solista.

Aprendí mucho de la orquesta en aquellos días, de manera muy rápida, con un repertorio a la vez variado y ambicioso, incluyendo un estreno en primicia mundial. Recuerdo que fue una semana muy intensa y gratificante. Me marché de Pamplona con la idea de haber hecho un gran trabajo, de haber logrado conectar con los músicos. Y para mi sorpresa, poco después llegó la propuesta de incorporarme como director titular de la formación. Fue increíble y no dude en aceptar, por supuesto. 

¿Es este su primer cargo como director titular en una orquesta?

Sí, he sido director invitado en muchas otras orquestas durante los años anteriores, pero esta es mi primera titularidad. Fui el número dos en la Filarmónica de Hong Kong y durante un tiempo estuve impartiendo docencia en la Manhattan School of Music, en Nueva York. 

La tendencia ahora, soy consciente, es la de nombrar directores titulares muy jóvenes, quizá buscando una vinculación muy temprana y a largo plazo con las orquestas. Lo puedo entender pero, sabe, me alegra no ser ya tan joven (risas), de veras, me da una impresión de mayor estabilidad a todos los niveles.  Cuando veo a directores tan jóvenes y tan extraordinarios ya como Klaus Mäkela, veo en ellos un talento innato que yo seguramente no tenía a su edad; yo necesitaba entonces tiempo para crecer, estudiar y desarrollarme como músico.

Por eso me alegra tanto que esta titularidad en Navarra haya llegado precisamente ahora, cuando realmente siento que puedo estar a la altura de las exigencias. 

Es, por tanto su primera oportunidad para pensar en una temporada, en lo que implica trabajar un determinado repertorio, a medio y largo plazo.

Eso es. Una titularidad te da la posibilidad de marcar objetivos a medio y largo plazo, más allá de la semana en curso, de los conciertos que hay a la vuelta de la esquina. Con una titularidad puedes pensar en un viaje junto con los músicos, con un punto de llegada pero sobre todo con un itinerario bien meditado. 

La Sinfónica de Navarra es una orquesta muy antigua, es probable que se trata incluso de la más antigua de España. Y a su vez, por su historia reciente, es una formación muy internacional, con muchos músicos venidos desde Polonia en su plantilla, por ejemplo. 

Dicho esto, en 2022, me pregunto ¿cuál es la manera adecuada de plantear una temporada sinfónica? Creo que no hay una respuesta “correcta” a esta pregunta y eso es lo fascinante. Para mí se trata de empezar un diálogo, abrir una conversación que va a durar unos cuantos años. 

Creo que hay toda una generación de directores, la suya y la de quienes vienen después, que solo pueden concebir su labor en el podio como un diálogo. Diálogo y escucha en lugar de autoridad, sin renunciar por ello al liderazgo y al carisma, por supuesto.

Absolutamente. Creo que todo esto ha cambiado de una forma irremediable, afortunadamente. Y tiene que ver en parte con el modo en que el propio negocio de la música ha cambiado con las décadas. Todos nosotros, hablo al menos en referencia a mi generación, hemos crecido con multitud de referencias, influencias, y por ello nuestra idea de lo que es la música clásica es mucho más amplia y rica de lo que pudo serlo para las generaciones anteriores, que para bien o para mal, tenían ante ellos un modelo muy determinado de cómo debía ser un director musical, alguien con una autoridad fuerte y férrea, el mito que va de Toscanini a Karajan, digamos. Hoy en día eso es algo completamente desacreditado, nos guste o no.

Dicho sea de paso, todo este proceso de democratización de la información, no obstante, también ha traído consigo algunas consecuencias menos felices, como el hecho de que el sonido de las orquestas se haya internacionalizado de manera generalizada; se ha perdido en buena medida esa personalidad, esa tradición propia de cada formación. 

Sí, hubo un momento en el que uno reconocía el sonido de una orquesta al cabo de dos compases en una grabación. Cleveland y Szell, por ejemplo, tenían un sonido inconfundible. Hoy en día eso es mucho más complicado de identificar.

Exacto. Y no creo que podamos volver atrás en ese sentido. Sobre todo porque la formación musical, que es la base de todo esto, se ha internacionalizado. Antes había escuelas muy concretas que determinaban técnicas y sonidos muy propios, casi en cada nacionalidad, había tradiciones interpretativas, pero eso ya quedó atrás. 

Lo mismo ha sucedido con el repertorio y los compositores. Hoy en día no podemos hablar de una única manera de tocar Mozart, Beethoven o Schubert. Las posibilidades son tantas… y eso es tan fascinante…  Me encantaría poder trabajar en un sonido propio, aquí en Navarra, pero soy consciente de que eso va a ser difícil. Creo que lo que más nos puede diferenciar es una actitud, una manera de comprometernos con lo que hacemos. 

En este sentido, para alguien como usted, formado en Estados Unidos, supongo que le podrá sorprender un tanto encontrarse al frente de una orquesta pública. ¿Qué significa en 2022 la existencia misma de una orquesta pública, sufragada por el dinero de los contribuyentes? Eso, imagino, determina una serie de compromisos y obligaciones. 

Absolutamente. En Estados Unidos todo el mapa musical es privado y aunque hay una gran vertiente social, cada vez mayor, al final todas las entidades se deben a sus patronos, ni más ni menos. Quien paga, manda, suele decirse. Aquí en cambio nos debemos a muy diversos intereses locales e institucionales, lo cual es magnífico, porque garantiza puntos de vista que se complementan. Es un modelo distinto y seguramente más equilibrado. 

Además, una orquesta como esta se debe a su historia, que es aquí amplia, compleja y realmente rica. En términos de repertorio aquí ha primado el repertorio alemán del Romanticismo, junto a la música rusa del mismo periodo. En cambio se ha escuchado poca música del siglo XX. Quizá sea un background un tanto conservador, pero es precisamente el mismo con el que yo me eduqué en Hong Kong.  

Para mí la música es, hoy en día, un puente hacia el cosmopolitismo. El cosmopolitismo es definitivamente algo bueno e interesante, porque nos obliga a confrontarnos con visiones diversas y enriquece nuestra mirada. Y esto es algo central en mi punto de vista sobre el repertorio sinfónico. Creo que esto es fundamental, entre otras cosas, si pretendemos hacer una propuesta a las generaciones más jóvenes, las que están llamadas a renovar y mantener nuestra audiencia. 

Para mucha gente una orquesta, hoy en día, es como una pieza en un museo y hay todo un reto internacional a la hora de intentar ponerla en el centro de una discusión pública, sobre cuestiones que nos conciernen a todos. 

No puedo estar más de acuerdo. En este sentido me gustaría evitar que nuestra orquesta sea vista en algún momento como un icono para determinadas políticas y estéticas, precisamente conservadoras. Creo que la música clásica tiene que atreverse a escapar por fin de esos clichés, de esas etiquetas tan peligrosas. 

Por eso le hablaba del cosmopolitismo, porque va más allá incluso del ideal democrático, que ciertamente es complicado de trasladar a una orquesta, en la que no deja de haber un líder, por más que busquemos el diálogo y nuevas formas en la construcción compartida de lo que queremos. Al final no deja de haber una estructura, con su verticalidad, y la mejor manera de compensar eso es precisamente introduciendo el cosmopolitismo como parte sustancial de lo que hacemos. 

En este sentido, me gustaría construir poco a poco, todavía no lo hemos puesto sobre la mesa con detalle, algo así como un consejo asesor integrado por gentes de edades, procedencias y ocupaciones muy diversas, para que nos digan qué quieren y esperan de la orquesta, desde el punto de vista de la sociedad, de la ciudadanía.  

Vivimos tiempos realmente inciertos, todavía más tras la pandemia. Por eso creo que es imperativo que reflexionemos juntos sobre cómo queremos que sea el futuro de instituciones como esta. Sean cuales sean las circunstancias, hay que encontrar el modo de crecer desde un punto de vista artístico. 

En relación a los músicos, ¿tiene previsto ampliar o modificar la plantilla en algún momento?

Mi punto de vista es que la orquesta es la orquesta. Y con esto quiero decir que tengo la convicción de que todo el mundo que forma parte de la orquesta está ahí por un buen motivo. No tengo intención alguna de plantear una revolución en la plantilla, en modo alguno. No soy un revolucionario (risas). 

En términos de repertorio, usted es también el responsable artístico de la orquesta, en el sentido de que tiene el cometido de diseñar los programas, escoger el repertorio, etc. Este proceso, ¿es dialogado con los músicos? Al fin y al cabo fueron ellos quienes le escogieron como director titular. ¿Se siente obligado a implicarles en esa tarea?

Entiendo que soy depositario de una confianza que tengo que seguir ganándome, por decirlo en pocas palabras. Recibo una confianza y la tengo que devolver a través de mis acciones y decisiones. Tengo por supuesto mis ideas, tanto acerca del repertorio como acerca de los intérpretes y directores que nos conviene invitar. Partiendo de ahí, con los músicos de la orquesta creo que el diálogo es algo más amplio y genérico, no tiene tanto que ver con el diseño de los programas concretos de cada semana. Es más una cuestión de interrogantes de peso: ¿hacia dónde queremos ir? ¿Qué queremos comunicar? Yo no soy un director intervencionista, no voy a decirle a un músico cómo tiene que hacer su trabajo, igual que no espero que ellos me digan cómo yo debo plantear un ensayo. Respecto a la programación, no me preocupa tanto qué obras concretas toquemos sino hacia dónde nos lleven, y ese va a ser un diálogo abierto y a medio y largo plazo, que evidentemente, tendremos que abordar todos juntos. 

Respecto al público, tengo la impresión de que hay un segmento de público que se fue con la pandemia y que ya no va a volver.

Hemos perdido muchos abonados durante la pandemia, pero creo que eso solo es la punta del iceberg de un cambio generalizado y no coyuntural en el modo en que la audiencia se está relacionando con los conciertos. Esto ya pasó en Estados Unidos hace diez o quince años, cuando la fórmula de temporadas de abono con casi veinte semanas de conciertos, simplemente, desaparecieron, sustituidas por fórmulas más cortas y flexibles, con ocho o diez conciertos, a menudo con fórmulas a la carta, etc. Esto ha llegado para quedarse, nos guste o no, y tenemos que pensar en convivir con ello. 

Digo esto porque creo que tiene ya muy poco sentido hablar de conciertos de abono por un lado, conciertos extraordinarios por otro, etc. Estas etiquetas ya no le dicen nada al público. Todavía queda, por fortuna, un público de cierto perfil demográfico que es extraordinariamente leal a estas fórmulas que aún se mantienen. Pero el cambio generacional es evidente y demanda otras fórmulas, más flexibles, abiertas, con un compromiso menos rígido, etc.

En este sentido, la propia plantilla de la orquesta nos puede brindar una ayuda importante; cada miembro de la orquesta conoce, pongamos, a cien o ciento cincuenta personas, público potencial, con perfiles diversos, intereses y hábitos distintos… podemos obtener mucha información valiosa empezando por ahí. 

Me gustaría saber ahora algo más sobre los inicios de su trayectoria, antes de llegar a Navarra. Creo que fue director asistente de algunos importantes maestros como Edo de Waart y Gustavo Dudamel. 

Sí, mi carrera profesional empezó en 2008, en Rusia, en el Concurso Prokofiev de San Petersburgo. Inmediatamente después de este concurso, recibí una llamada desde Hong Kong, para proponerme trabajar como asistente allí del maestro Edo de Waart. Y por supuesto acepté, no tuve la menor duda. 

En aquel momento yo era muy joven y tenía muy poca experiencia, por lo que el trabajo con Edo de Waart fue determinante para mí, sobre todo a la hora de concebir y planificar el trabajo con la orquesta, con unos objetivos determinados. Trabajé con él durante dos años, entre 2008 y 2010. Edo de Waart pertenece a una generación dorada de directores de orquesta, con un oído increíble, con una idea de la musicalidad extraordinaria, con un genuino concepto del sonido. 

También trabajé con Gustavo Dudamel en Los Ángeles, donde asistí también a Herbert Blomsted, Lorin Maazel y Rafael Frühbeck de Burgos, un maestro elegantísimo, fenomenal, con esa mezcla de lo alemán y lo ibérico, muy interesante. En España he trabajado bastante, teniendo una relación habitual con la OSPA, en Asturias. También estuve varias veces trabajando la Sinfónica de Tenerife.

Ahora que ha podido pasar más tiempo aquí, ¿cuáles han sido sus impresiones en Pamplona? Creo que es una ciudad muy diferente de Hong Kong (risas).

Muy diferente, sí (risas). Pamplona es un lugar maravilloso. La primera vez que estuve aquí, el concertino de la orquesta fue Miguel Borrego, procedente de la Orquesta de RTVE, y fue un fantástico guía para mí. La ciudad es pequeña, íntima, pero tiene todo lo que una ciudad necesita. Y hay un nivel cultural alto, desde todo punto de vista. La gastronomía es extraordinaria. Y Navarra en general, me estoy dando cuenta poco a poco, tiene una tradición musical imponente: Sarasate, García Leoz, Arrieta… Para mí es un regalo estar aquí, se lo digo sinceramente. Hong Kong es un lugar con mucha vocación musical, pero sin historia musical alguna a sus espaldas, y eso se nota.  

La orquesta ahora está ofreciendo también conciertos en otras localidades, como Tudela o Tafalla. Creo que es un esfuerzo importante y loable para una orquesta que, no en vano, lleva el nombre de la región y se financia con los impuestos de todos los ciudadanos, no solo los que viven en Pamplona.

Retomando la reflexión de antes sobre los cambios en la audiencia de nuestros conciertos, creo que esa lógica por la cual el público se acerca a la orquesta está cambiando; ahora ha de ser al revés, es la orquesta la que tiene que acercarse al público. La cuestión es cómo lo hacemos. En primer lugar es complicado porque tiene unos costes altos, implica desplazamientos, etc. Pero resolver esto es parte de nuestro trabajo, por supuesto. La cuestión determinante es cómo hacerlo cada vez mejor. Hay algunos obstáculos, como el hecho de que el escenario en Tudela sea relativamente más pequeño que el que tenemos en Baluarte y a su vez en Tafalla la acústica es muy distinta. Esto nos obliga a concebir programas con plantilla más reducida para aquellos conciertos que van a salir de Pamplona. En septiembre hicimos un programa específicamente para Tudela, con sinfonías de Haydn y Brahms, y funcionó muy bien, sin ser un repertorio especialmente popular. Me gustaría hacer esto más a menudo en el futuro, con programas diseñados específicamente para cada lugar, pero soy consciente de que es difícil. 

También queremos empezar una nueva serie de conciertos familiares, más interactivos, es parte de la misión fundamental de una orquesta pública como la nuestra. El verdadero afán de una orquesta en el siglo XXI es crear una comunidad alrededor de la música. Por eso tenemos que crear rutinas, espacios y ocasiones para que la música se disfrute sin rigidez y sin miedo. No podemos esperar que el público más joven se acerque a nuestra temporada de abono si no hemos hecho un trabajo previo para llevarles de la mano, desde abajo.

El reto ahora, en este sentido, es crear una propuesta transversal, que vaya más allá de la separación en compartimentos, entre programas de abono, conciertos familiares, etc. ¿Hay alguna manera de crear una experiencia intermedia, donde se puedan dar cita perfiles de edades y procedencias diversas? Nuevamente son muchas preguntas y no tengo aún las respuestas (risas).

Bueno, es muy importante tener las preguntas, es el primer paso para encontrar las repuestas. Mucha gente ni siquiera tiene las preguntas…

Sí, es importante desde luego tener claro que es un momento para interrogarse, para pensar en lo que queremos ser. Nuestros trabajo con la orquesta consiste simplemente de decidir qué obras tocamos y a qué solistas invitamos. Es algo mucho más complejo y extenso.

Con la Sinfónica de Navarra estarán también en Madrid en enero, en un intercambio con la Orquesta de la Comunidad de Madrid. 

Sí, eso es, hacemos un intercambio con la ORCAM. Es realmente magnífico ser titular aquí en Navarra y tener a la vez la ocasión de tocar en Madrid. Para la orquesta es una oportunidad importante, para dar visibilidad a nuestro trabajo. En verano la orquesta estuvo en Malta, tras un tiempo con poca actividad internacional. No es que sea un objetivo para nosotros, sabemos que el grueso de nuestra tarea está en Navarra, pero sí que nos gustaría estar preparados para cuando lleguen propuestas interesantes en este sentido. 

En términos de repertorio, no le pregunto ahora tanto por lo que la orquesta necesita sino por lo que usted querría hacer.

¡Todo! (Risas) Es broma, en realidad ahora mismo estoy muy concentrado en Mozart y en Haydn. Y creo que la orquesta también es consciente de esto, de una manera bastante intuitiva. Quizá, incluso, es uno de los motivos por los que me escogieron. Yo crecí con Bach, como clavecinista. Soy un músico con mentalidad del siglo XVIII, por decirlo de alguna manera. Y adoro ese tipo de plantilla orquestal. Nuestra plantilla aquí en Navarra no es muy extensa. Si hacemos repertorio más pesado, de finales del siglo XIX y principios del XX, dependemos de refuerzos externos y de algún modo perdemos la identidad de la formación, la continuidad del trabajo, etc. Mi pasión artística con la Sinfónica de Navarra sería crear un estilo clásico hermoso y reconocible, vibrante. Por supuesto quiero dirigir Rachmaninov, Tchaikovsky, lo que haga falta (risa). Pero creo que hoy en día es mucho más difícil y apasionante construir un sonido propio en torno a Haydn y Mozart.

Sin duda, con una sinfonía de Haydn es la mejor manera de constatar cómo es en realidad una orquesta, qué sonido tiene, qué flexibilidad alcanza, qué complicidad interna, etc. Es como la prueba del algodón, es transparente.

Interpretar Haydn es como una confesión (risas). Si lo haces bien, con entrega genuina, no te puedes esconder. Con otros repertorios es fácil dar gato por liebre, pero con Mozart y Haydn, es imposible. Se requiere una limpieza en la ejecución, una minuciosidad en el sonido… Soy consciente de que no llegaremos a eso de inmediato, pero es importante tener el objetivo. La orquesta es capaz de tocar con precisión y con estilo, pero llegar realmente a un entendimiento profundo de este repertorio, eso es algo que requiere tiempo. Por eso hemos planificado contar con determinados directores invitados y concertinos invitados que nos pueden ayudar a la hora de elaborar esta perspectiva. Cada año me gustaría invitar al menos a un contrastado experto en Barroco y Clasicismo. Será una visión distinta de la mía, por formación, por recorrido... per creo que para la orquesta puede ser una experiencia importante, creando una confrontación fecunda de puntos de vista.

Foto: Iñaki Zaldua.