Betty Olivero: "Durante un tiempo hubo también fascismo en la creación musical"

La compositoria israelí Betty Olivero (Tel-Aviv, 1954) es una de las voces musicales más autorizadas de su país natal. No en vano, la Orquesta Filarmónica de Israel lleva ahora en gira por Europa su obra 'Many Waters', estrenada el pasado mes de julio y que el próximo día 4 de septiembre podrá escucharse en la Philharmonie berlinesa, en el marco del Musikfest Berlín. Nos atiende al teléfono desde Tel-Aviv, recordando al principio de la conversación que sus ancestros, cuatro siglos atrás, estaban precisamente en España y Portugal.

Me gustaría empezar comentado la obra que se escuchará mañana en el Musikfest de Berlín. Bajo el título ‘Many Waters’, se trata de una pieza para orquesta, soprano y sonidos electrónicos. Fue estrenada hace unos meses en Israel y ahora llega a Europa. ¿Qué se esconde detrás de ese título tan enigmático?

En hebreo esta expresión es prácticamente una única palabra y está presente en muchos textos bíblicos. Es en cierto modo una contradicción en sí misma, porque el agua es algo difícil de contabilizar, hasta qué punto puede decirse que hay mucha o demasiada. Por esto, se trata de una referencia poética; en cabalística esta expresión es un símbolo del amor, de la piedad sobre todo. Es una expresión abierta a muchas interpretaciones, pero para mí sugiere una cierta exageración, algo inabarcable. 

El agua puede ser una bendición o puede ser una catástrofe, según como se presente. Y lo mismo sucede con nuestras pasiones y nuestra manera de gestionarlas. La cuestión del agua está muy presente en mi obra, como una alegoría del amor. Tengo otra pieza que se llama ‘Rivers, Rivers’, por ejemplo. 

El texto en ‘Many Waters’ procede de una referencia muy antigua, ‘Hoshana’ que podríamos traducir como ‘sálvame’. A principio del año judío hay una celebración llamada Sukot, una especie de ritual que implica una peregrinación alrededor de la sinagoga entonando diversas plegarias y llevando consigo diversos objetos con carga simbólica. Una de las plegarías que se entonan precisamente ruega que no llueva demasiado, que la naturaleza no se presente de un modo catastrófico. 

Hace veinte años escribí una pieza, que ha sido la base de esta que ahora presentamos, a la que he añadido la música electrónica, que empleo como una manera de extender la obra hacia otra dimensión, un modo de exagerarla, podría decirse.

Las raíces culturales de su país y la tradición judía están muy presentes en su obra. Imagino que es algo natural e inconsciente, pero me pregunto si hay una pretensión de escribir una música en clave israelí, no digo ya en términos nacional sino culturales.

Bueno, obviamente todo eso está muy presente en mi obra porque forma parte de mi vida desde mi niñez. Pero no hubo un día concreto en el que, de manera consciente, decidiera escribir música en una clave israelí (risas). No represento yo precisamente ese perfil. Mi obra pretende ir mucho más allá, aunque todo lo mencionado forma parte de mi identidad y está presente en mi música. Lo cierto es que yo crecí bajo la influencia de la música occidental, desde la música medieval hasta las vanguardias pasando por el Romanticismo. Y como pianista, por supuesto, estudié todo el repertorio, de todas las épocas. 

Por otro lado, Israel es un país de inmigrantes, una mezcla extraordinaria de culturas. Aquí se dieron cita judíos procedentes de Europa, pero también del norte de África, de países árabes, de lugares como Egipto o Irak… Mis padres procedían de los Balcanes y traían consigo las raíces hispanas y griegas de la cultura mediterránea. 

Y todas esas referencias han formado y forman parte de mí como compositora. Obviamente, de manera consciente acudo a determinados textos bíblicos. Sabe, yo no soy una persona religiosa pero me fascina el hecho mismo de la oración. Me emociona mucho ver a alguien orando, rezando, es un ejercicio fascinante desde un punto de vista humano. Y es todavía más emotivo cuando uno piensa que seguramente no hay nadie ahí fuera escuchando. Pero eso ni siquiera es relevante, lo importante es la oración misma, el proceso personal de quien reza. No es algo que suceda ahí fuera sino aquí dentro, no sé si me explico. Eso es lo fascinante de la religión, que tiene mucho más que ver con lo que pasa aquí que con lo que pasa en un lugar lejano, llámese cielo o como se quiera llamar.

Mencionaba ahora la tradición musical occidental, que usted conoce muy bien porque pasó tiempo en Europa estudiando. Entre las personas con las que usted trabajó estaba Luciano Berio, de cuyo fallecimiento se cumplen ahora veinte años. ¿Qué recuerdos tiene del tiempo pasado con él? 

Conocía relativamente bien la música de Berio antes incluso de conocerle a él en persona. De hecho, siempre sentí una profunda conexión con su música, como si lo que yo hago y lo que él hacía fueran parte de un mismo sustrato. No quiero sonar presuntuosa con esto, no digo que mi música sea como la suya ni nada parecido, pero sí que sentí siempre una conexión profunda con su obra.

En 1982, mientras yo estudiaba en Estados Unidos, Berio fue compositor residente durante tres meses en el Festival de Tanglewood. Me presenté como candidata y me escogió como una de sus estudiantes. Tuve el honor de que él dirigiera algunas de mis obras allí mismo en Tanglewood.

Después de esa experiencia me propuso viajar con él a Italia para seguir trabajando a su lado, con su grupo de estudiantes. Él dirigía un gran proyecto en el Maggio Musicale, en Florencia, para reorquestar el Orfeo de Monteverdi. Y viaje finalmente a Italia para trabajar con él en ello. Fue un tiempo extraordinario para mí.

Sabe, una de las cosas que más me fascinaron siempre de Berio es su manera de pensar, casi más bien como un arquitecto. Tenía una mirada creativa muy amplia, estructural, realmente ambiciosa, con un plan detallado de lo que quería lograr. Berio tenía un gran interés por las generaciones más jóvenes, sabía que el futuro estaba en sus manos. Nos dio mucho y daba la impresión de ser capaz de recibir también mucho de nosotros, de nuestra energía en aquellos años. 

Era una persona muy práctica y a la vez muy espontáneo en su forma de componer. Trabajaba por impulsos creativos muy fuertes. Yo tuve algunos puntuales desencuentros con él, siempre dentro de la más absoluta cordialidad, pero es que yo soy lo opuesto a la hora de componer: yo dedico horas y horas, lo pienso todo una y otra vez. Él en cambio me animaba a volcar en el papel todo lo que pasase por mi mente 

¿Cómo ve el actual panorama de la música contemporánea? Décadas atrás había algunas escuelas y tradiciones bien fijadas, a veces demasiado estrictas con sus preceptos, y hoy en cambio hay un amplísimo panorama de tendencias y posibilidades.

Yo estoy muy contenta de ver cómo han cambiado las cosas en los últimos años. Hoy en día hay muchas maneras de expresar la creación musical contemporánea. Quizá incluso se diría que hay una inflación un tanto acrítica. A veces se diría que cualquiera capaz de unir dos sonidos con un ordenador puede reconocerse ya como un compositor. Tenemos que tener cuidado con esto. 

Yo he sido muy afortunada, a mis 69 años, porque he podido vivir otra época, otra manera de hacer y entender las cosas, mucho más artesanal. Hoy en día las generaciones más jóvenes están muy expuestas, para lo bueno y para lo malo. Hay tantas posibilidades que resultan alienantes, en referencia a la relación entre el artista y la obra. Yo sigo escribiendo con lápiz y papel, el proceso para mí es completamente diferente. No tengo nada en contra de la escritura por medios digitales, también la empleo, por supuesto, pero me gusta ser yo quien escoja cuándo y para qué, no al revés.

Por otro lado, nunca hubo tanta libertad para la creación musical. Sabe, durante un tiempo hubo también fascismo en la creación musical. Si uno no escribía exactamente como unos señores en Darmstadt habían decidido, parecía que uno no podía escribir música de calidad. Y lo cierto es que tiempo después, muchos de los autores que siguieron por la vía de emplear un lenguaje que no era propio, han desaparecido. Boulez, Schoenberg… fueron revolucionarios, grandes pensadores, iniciadores de una manera nueva de concebir la creación musical. Pero mucha gente creyó que escribir música consistía en tomar prestado su lenguaje y hacerlo pasar como propio, y esto no tiene interés alguno.