© David Rodríguez
Antonio Galera: "Siempre quise reivindicar la belleza de mi pueblo con el Festival dels Horts"
El pianista Antonio Galera lleva ya siete años impulsando el Festivals dels Horts en su pueblo, en la localidad valenciana de Picanya. En ocasión de una edición especialmente emotiva, marcada por las consecuencias de la dana en la región, conversamos con él para conocer más de cerca la personalidad del festival y su programa de este año.
Me gustaría empezar preguntándole por la situación actual en la zona de Picanya, precisamente ahora que se cumplen siete meses desde la tragedia de de la dana. Desde fuera la sensación es que queda mucho trabajo por hacer, al tiempo que el foco mediático se ha dirigido ya a otras cuestiones de la actualidad nacional e internacional. ¿Cómo están las cosas ahí, a pie de calle?
Aquí se sigue hablando a diario de la dana, pero es cierto que fuera de Valencia ha habido un poco de apagón informativo, aunque es lógico dada la cantidad de cosas tremendas que pasan ahí fuera. Ahora mismo en la zona de Picanya, donde viven mis padres, están en una fase más lenta, que es la que corresponde a la reconstrucción de infraestructuras. Picanya perdió los puentes que cruzaban el barranco y que comunicaban las partes del pueblo. Pronto se abrirá el metro, se están ultimando obras en los accesos a la autovía… lo mismo con la iglesia, el centro de salud, centros deportivos… La parte de institutos y colegios está tardando también mucho en retomarse. A nivel municipal hay un trabajo grandísimo de coordinación pero somos conscientes de que hay cuestiones, como la canalización del barranco o la depuración de aguas, que van a tardar mucho tiempo en volver a la normalidad. A nivel local hay cansancio, hay fatiga, pero el trabajo no cesa.
El Festival dels Horts alcanza ahora su séptima edición. Supongo que cada año trae consigo una consolidación mayor del proyecto, tanto de su asentamiento local como de su proyección más allá de Valencia.
Sí, este es un festival que se ocupa un poco de dar la bienvenida al verano, en esos últimos días de escuelas, justo antes de que comiencen las vacaciones. En este sentido el festival es un desahogo, con muchas actividades al aire libre, en un espacio maravilloso. El festival empezó teniendo tres días pero ya hace años, desde la tercera edición, que la programación abarca cuatro días. Hay una consolidación del público, un público fiel y regular que cuenta con una nueva edición del festival cada año.
Entiendo que se trata de un festival muy de tierra, de territorio, concebido pensando mucho en la gente de la zona, sin que eso impida que puedan tener público de fuera, obviamente.
Sí, este es un festival para la gente de la zona pero en realidad estamos a cuatro kilómetros de Valencia, desde donde también nos viene público todos los años. Igualmente tenemos gente que se desplaza desde fuera, desde otras comunidades autónomas, intentando cuadrar visitas familiares con las fechas del festival.
¿Cómo definiría la personalidad del festival de cara a quien no lo conozca todavía?
El nuestro es un festival muy asociado al territorio. Siempre hablamos de música con sabor a tierra. El festival está muy estrechamente ligado al espacio donde se desarrolla y al hecho mismo de abrir una vivienda privada, con lo que eso implica de proximidad, cercanía y contacto directo con el público, con una interacción muy directa con los artistas a nivel de programación.
Me gusta esa idea de un festival apegado a la tierra y al territorio, precisamente cuando parecemos vivir una vorágine de grandes festivales, con grandes orquestas y giras internacionales. Todo a lo grande… El propio nombre del festival, ‘Festival dels Horts’, ya ilustra de manera muy plástica la propuesta.
Sí, además los huertos fueron mi espacio de evasión cuando era niño. Yo me escapaba por esos huertos, que en esa época estaban más abandonados, entre casas de finales del siglo XIX, una suerte de casas de indianos, de la gente que inició los negocios de la naranja. Cada rincón es una joya, tan cerca de la ciudad, de polígonos industriales y de autopistas… Siempre quise reivindicar la belleza de mi pueblo.
La sede del festival es Villa Rosita, ¿qué es este lugar exactamente, para quien no haya tenido ocasión de estar allí?
Villa Rosita es la casa familiar y huerto de la familia Montesinos. Es una vivienda de 1904, modernista, y es la sede del festival y la residencia de los artistas que pasan por el festival.
Porque otro rasgo importante del festival es esta propuesta de vida en común y experiencia compartida que se le hace a los artistas, si no me equivoco.
Sí, y esto es así tanto para los artistas como para el público. Este año hemos dedicado la programación a los puentes y con esa idea hemos generado interacción entre los artistas que conforman la programación. Pero esa misma interacción la planteamos también hacia públicos diversos.
Por otro lado, las entradas no son para eventos específicos sino para el día como tal. La gracia de la experiencia es que el público recibe eventos que se asocian a la música clásica pero con distintas ramificaciones, saliendo un poco de la compra a la carta para ver a tal artista a tal hora. Lo que nosotros proponemos es una experiencia inmersiva en la que te dejes sorprender por la programación.
Y este es el mismo planteamiento que les hacemos a los artistas. Por más que sepamos que tienen entre manos un proyecto interesante en determinado momento, siempre nos gusta proponerles algo más allá, intentando poner en contacto a artistas diversos, casi como una provocación, casi como una incomodidad de la que pueden salir cosas inesperadas.
De la programación de este año, ¿qué citas cabría señalar? Hay algunos proyectos ciertamente llamativos, como la propuesta con Néstor Calderer y Edu Comelles.
Sí, sin duda esa va a ser una cita muy especial. Y tiene detrás una historia muy singular. Néstor Calderer es un amigo desde la infancia, estudiamos juntos de hecho; y el piano que él tenía en la casa de sus padres, que además era un taller de alfarería, se vio afectado por la dana. Allí entraron más de dos metros de agua, el piano volcó y quedó destrozado pero las cuerdas del instrumento mantenían la tensión. Edu Comelles, que es otro colaborador del festival de otros años, visitó esa casa porque estaba documentando los sonidos de la dana y les propuse hacer algo en común para el festival y esto es lo que estrenaremos el próximo día 17 de junio.
El festival se abre con la presencia de la violinista Leticia Moreno.
Sí, aquí hemos propuesto otro puente interesante, esta vez entre Leticia Moreno y la Orquestra de l´Horta Sud, que es un proyecto de tecnificación. Así, tenemos estudiantes que trabajan con músicos del conservatorio de Torrent y músicos de la Orquesta de Valencia. Y hemos puesto a esta orquesta en comunicación con Leticia Moreno para que trabajen conjuntamente en las Cuatro estaciones de Vivaldi, que es el concierto con el que abrimos el festival.
También destaca la presencia de dos solistas con trayectorias importantes, como Conrado Moya e Isabel Villanueva.
En el caso de Isabel Villanueva se trata además de un concierto que debía haberse celebrado en noviembre. Isabel ha venido varias veces al festival y teníamos previsto presentar su disco Ritual, precisamente cuando irrumpió la dana. Y no habido mejor ocasión que el festival de este año para retomar esa colaboración con ella.
En el caso de Conrado se trata de un artista que llevaba muchos años queriendo traer al festival y finalmente este año ha cuadrado con un proyecto que vamos a dedicar a las cadenas de ayuda que se pusieron en marcha de manera espontánea para ayudar los días después de la dana. La idea es que Conrado hará su recital, encadenado con el recital de Isabel Villanueva al tocar la misma chacona de Bach que ella. Y a su vez, Conrado Moya interpretará una pieza de María Faubel, que es una compositora y percusionista residente en Picanya. Y para seguir con la cadena, la propia Faubel ha creado una obra de percusión a cuatro manos que tocarán con Conrado Moya.
Qué interesante esta idea de encadenar las distintas actuaciones.
Sí, tenemos otra propuesta semejante para el último día del festival, con Carles Marigó y su proyecto Piano portraits, en el que él improvisa sobre las caras y reacciones del público. Le hemos puesto en comunicación con Carmen Amoraga, que es una escritora del pueblo que fue finalista del Planeta y ganó el Premio Nadal. Carmen ha escrito unos textos sobre cómo personas del pueblo, de diferente edad, vivieron la dana. Varias personas del pueblo van a leer esos textos y Carles va a improvisar sobre la lectura y sobre las reacciones a esos textos en el público.
Y para la clausura reunirán a Rocío Márquez y Pedro Rojas.
Eso es. Pedro es un guitarrista muy polivalente, alguien que ha grabado la integral de la música de Rodrigo pero que está ahora con proyectos de guitarra eléctrica, música electrónica, fusión con flamenco… Y es un lujo contar con alguien del talento de Rocío Marquez, qué voy a decir yo (risas).
Respecto al festival, ¿cuál la evolución del respaldo institucional durante estos años? Entiendo que el festival es un poco su criatura, por así decirlo, en el sentido de un proyecto muy personal, hecho con mucho cariño y mucha dedicación, pero al final este tipo de iniciativas necesitan la estabilidad de los respaldos públicos y el impulso del patrocinio privado.
Todos los años el festival tiene el apoyo del Ayuntamiento de Picanya, a través de un convenio que renovamos periódicamente. El Ayuntamiento es de hecho nuestro principal patrocinador. Además tenemos ayudas del Instituto Valenciano de Cultura, Generalitat Valenciana, Diputación de Valencia…
Y luego contamos con patrocinadores fieles como Fundación Cañada Blanch, que lleva muchos años ya con nosotros, o algunos más recientes como el Institut Français y AIE. Además tenemos un apoyo muy valioso de empresas locales, como por ejemplo la imprenta, que perdieron todos sus materiales y su maquinaria con la dana y que siguen manteniendo la colaboración con el festival. La página web del festival la hace una empresa local, lo mismo la parte de iluminación… Y sin olvidar el propio huerto, que es una propiedad privada que nos cede todas sus instalaciones.
También hay una parte más pequeña de mecenazgo, a través de la Sociedad Filarmónica. Todo suma, todo ayuda. Y con el paso de los años sí que tengo la sensación de que el festival se apoya cada vez en más patas, por lo que si alguna falla, son más los apoyos que permiten que el festival siga en pie. A nivel de equipo también hemos construido un grupo muy fiel y muy vocacional, con el paso de los años.
Y ya por último, ¿hacía dónde querría que apuntase el festival en los próximos años? ¿Se plantean crecer en fechas o en espacios?
Por la propia filosofía que defiende el festival, de cara a los próximos años no buscamos tanto crecimiento como consolidación y estabilidad, un desarrollo hacía adentro, digamos. El festival es un bombón, tiene una identidad muy definida y no es parte de nuestra ambición el crecer por crecer. Sí me gustaría mantener viva la capacidad de seguir sorprendiendo a la gente, que es lo que ha marcado la experiencia de nuestro público desde el principio; somos un festival de música clásica que no es un festival de música clásica (risas). Y me gustaría mucho que eso siga siendo así.