Músicos y dictaduras
Los músicos de Stalin. El resultado de cien años de música rusa. Pedro González Mira. Ed. Berenice. Córdoba, 2022.
Precisamente en estos tiempos de incertidumbre y guerra en el Este de Europa es bueno recordar (la historia se repite cíclicamente) cómo los problemas políticos, las guerras y los regímenes dictactoriales afectan al mundo de la cultura, y, en el caso del libro que comentamos, a la música. Rusia lleva siglos bajo dictaduras, autocracias y sometimientos políticos y sociales. Sea en nombre del Zar o del comunismo, el pueblo ruso y también sus artistas han estado bajo el ojo escrutador de un poder que ha maniatado muchas veces sus expresiones culturales. Pedro González Mira en su nuevo libro para Berenice (dentro de la colección Sinatra) hace un repaso de una de las épocas más negras y crueles de la historia europea del siglo XX y cómo esta influyó en el mundo musical ruso: la dictadura de Josef Stalin.
González Mira dedica, con buen criterio, las primeras páginas a contextualizar la aparición de la música clásica en el Imperio Ruso a partir del siglo XVIII, cuando este se abre a las corrientes europeas. Hasta entonces era la música religiosa ortodoxa y el folklore el que predominaba en las manifestaciones musicales. Ya en el siglo XIX surgen una serie de compositores con una relevancia que ha llegado a nuestros días y que se pueden clasificar en dos escuelas, con todas las matizaciones que siempre hay que señalar al generalizar. Por una parte están los occidentalistas que, como su propio nombre indica, siguen cada uno de su particular manera, las corrientes musicales que se desarrollan en Europa en ese fructífero siglo XIX. La figura más destacada de esta escuela es, sin duda Piotr Chaikovski, pero no hay que olvidar los hermanos Rubinstein o el gran Aleksandr Skriabin, del que este año celebramos el 150 aniversario de su nacimiento. Por otra parte está la escuela nacionalista, que aunque de formación occidental en lo técnico, busca en temas y melodías el enraizamiento con la tradición musical música. Mijaíl Glinka será el pionero y le seguirán otros compositores, entre ellos el famoso Grupo de los Cinco (Mili Balákirev -el líder-, César Cuí, Modest Músorgski, Nikolái Rimski-Kórsakov y Aleksandr Borodin), artistas que también marcaron, y de qué manera, la música rusa posterior.
El autor ataca a partir de ahí lo que será el núcleo de su trabajo: los compositores que desarrollarán su trabajo en los finales del zarismo, los primeros años de la revolución y, sobre todo, la terrorífica dictadura de Stalin. Sin olvidar nunca el marco político y social en el que se desarrolla el trabajo de estos compositores, aunque se repasan diferentes músicos, son cuatro compositores los que González Mira pone más bajo su lupa. El primero, Serguéi Rajmáninov, al que algunos califican de conservador (así, con interrogantes, se subtitula el capítulo dedicado a él) y que, formado en la Rusia zarista, emigrará ante el triunfo de la Revolución. Será en Estados Unidos donde triunfe y desarrolle la mayor parte de su carrera como compositor y concertista. Igor Stravinski (bastante ajeno a los avatares políticos, aunque no podrá nunca librarse de ellos) se exilia debido a la entrada de Rusia (antes de la Revolución) en la I Guerra Mundial. Como dice González Mira: “No es, naturalmente, un músico de Stalin, pero sí un espejo inequívoco de todo lo que musicalmente sucede en su país, y que él observa desde su cómodo (aunque a veces no tanto) palco”.
Después es el turno de los dos compositores que vivieron más en sus carnes la dictadura stalinista. En primer lugar, Serguéi Prokófiev, un compositor de ida y vuelta en el mundo soviético. Abandonó la Rusia ya soviética en 1917 pero nunca enfrentándose al poder, simplemente buscando nuevas oportunidades. Regresó en 1936 y a partir de ahí sí que sufrió, sobre todo desde el final de la II Guerra Mundial, la tiranía del régimen. Pero es Dmitri Shostakóvich el compositor que por muchas y dolorosas razones se identifica con la represión stalinista. Siempre en la cuerda floja, unas veces ensalzado, otras perseguido, hasta la muerte del dictador siempre tuvo la veleidosa espada de Damocles del tirano encima de su cabeza. También a Shostakovich se dedica el epílogo con el que acaba la obra (después de los siempre necesarios índices).
La obra de González Mira es ambiciosa. Abarca, en su esencia, el final del siglo XIX y la primera mitad del XX. Sin embargo, el autor lo aborda con gran soltura, con una prosa fluida y un pensamiento claro. Es una lectura asequible y amena, sin perder rigurosidad, ideal para todo aquel que se quiera hacer una idea de la música rusa de ese periodo y su íntima relación con los acontecimientos políticos. Se nota el conocimiento del autor del periodo y de cómo ha resumido todo lo acontecido para servirlo a un público que no siempre está acostumbrado a los tecnicismos de otros textos. Un muy estimable libro que, como decía al principio, nos recuerda cómo ha sido la historia del pueblo ruso y las consecuencias que, como en tantísimas más facetas de la vida, tiene en la cultura.