berlioz memorias

La isla desierta y un libro  

A menudo, en entrevistas sin mucha imaginación o en cuestionarios cerrados aparece la pregunta “¿Qué libro o disco se llevaría a una isla desierta?”,  con la intención de que el entrevistado elija un título que ha significado o significa  para él algo especial, un interés o una unión que perdura a lo largo del tiempo. Desde Platea, siendo poco originales, le hemos pedido a colaboradores y amigos que eligieran un libro sobre música que sea o haya sido importante en sus vidas como melómanos. En estas reseñas (que irán apareciendo puntualmente) seguro que va parte de sus vidas, de lo que ha hecho que amen este arte.

Memorias
de Hector Berlioz

Los compositores se nos aparecen, con el paso del tiempo, como seres de otro mundo, entendidos solamente a través de su obra mientras nosotros, los mortales, deseamos ignorar que sus vidas son sustancialmente similares a las nuestras, llenas de momentos felices y sinsabores. Y así cuando uno se encuentra con Memorias, de Hector Berlioz entiende la realidad de una vida repleta de problemas cotidianos, esos mismos que nos condicionan nuestra vida continuamente, tal y como le condicionan al compositor.

Berlioz, con un estilo literario tan directo como sencillo nos hace entender –y ello, a pesar de su estricto deseo de guardar en la intimidad aspectos de su vida personal- que los compositores viven y sufren igual que los “mortales” porque a fin de cuentas lo único inmortal en sus vidas son sus obras.

Recorremos a través del libro sus primeras experiencias musicales, la admiración sin límites por la obra –casi podríamos precisar “por la ópera” - de Christoph Willibald Gluck, la pasión por el teatro o la tormentosa relación con su padre. Más tarde,  y a través de Shakespeare y la actriz Miss Smithson, el conocimiento del amor, que tanto tiempo permanecerá oculto ante los ojos de sus coetáneos y ante los de los lectores; además, sus nada productivas relaciones con la administración oficial de la cultura en Francia, sus peleas con todos los críticos musicales, con los de la pluma de a diario y con los de comentario insultante fácil. Y aceptando la contradicción, terminar él mismo siendo crítico para poder garantizarse unos mínimos ingresos.

El libro nos cuenta su viaje musical a Italia que le abre un mundo nuevo donde el arte en sus distintas facetas se le presenta hasta inundarle mente y corazón. El compositor continúa con el desarrollo de una obra plural en sus formas y que encuentra las más de las veces incomprensión cuando no dificultades para su interpretación. Más tarde nuevos viajes a Alemania o el postrero a Rusia que le descubrirán un mundo musical más organizado, complejo y receptivo y que provocarán en el compositor cierta envidia y donde además de dinero encontrará reconocimiento. Y Francia, siempre su Francia, el país que tanto le duele, que tanto le hace sufrir, esa Francia, a la que ha de volver, siquiera para completar su ciclo vital.

En este recorrido Berlioz nos lleva de la mano por la música europea de la época con un estilo literario no excesivamente académico pero riguroso; prima el humor, la reflexión con escaso filtro y comedida diplomacia, la complicidad con el lector. Hector Berlioz no evita sino que más bien busca la confrontación y trata de provocarnos la reflexión bien ante la interpretación musical no adecuada, bien ante la incompetencia burocrática o ante la crítica malintencionada. Y así las memorias de Hector Berlioz, leídas con nuestra forma actual de entender este mundo tan complejo que es el de la música, se nos aparecen frescas, atemporales, llenas de lozanía. Ese es el principal mérito de un compositor que fue capaz de levantar sus Memorias con acierto literario notable.