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CERVANTES + SHAKESPEARE = MÚSICA

Más que festejar el libro, lo que debemos hacer este 23 de abril es homenajearlo. No son tiempos de celebraciones y quedará tiempo de retomar costumbres de rosas y regalos. Pero no hay que olvidar que la literatura está siendo una gran compañera, como es su costumbre, en estos momentos de incertidumbre. Como también buena compañera es la música, siendo bueno recordar la alianza establecida en múltiples ocasiones entre estas dos artes con el recuerdo de dos autores que son básicos en el mundo de la cultura: Miguel de Cervantes y William Shakespeare. Alrededor de sus obras se han tejido partituras, coreografías, libretos. Hoy, en su día, vamos a recordar, aunque sea más brevemente de lo que se merecen, alguna de estas creaciones musicales que se han inspirado en estos dos genios. No voy a hacer un repaso exhaustivo (sería demasiado extenso y agotador para el lector) ni tampoco establecer un orden cronológico en este repaso, sino señalar algunas de las obras que yo pienso más significativas inspiradas en estos dos autores.

Sobra decir que el nombre de Cervantes va unido para siempre a su obra maestra, a esa novela que muchos consideran la “Novela”: Don Quijote de la Mancha. El Manco de Lepanto fue también poeta y dramaturgo pero no de la relevancia que logró como novelista. Crear un personaje inmortal como Don Quijote está al alcance de muy pocos, y la perfecta caracterización del personaje con la que tantos y tantos lectores se han sentido identificados ha propiciado que el mundo musical lo haya tomado, en numerosos momentos, como modelo. Esa figura poliédrica, llena de diversas facetas, que es Don Quijote ha permitido que los compositores y libretistas hicieran suyas cualquiera de las características que conforman al caballero manchego.

De las obras más conocidas sobre Don Quijote podemos destacar la del francés Jules Massenet y su ópera Don Quijote. Como tantos libretos, el de esta obra no bebe directamente de la fuente principal, la novela cervantina, sino de una adaptación para el teatro (Le chevalier de la longue figure de Jacques Le Lorrain-1904) estrenada unos pocos años antes de que viera la luz la ópera (1910). Al pasar por el tamiz de esta interpretación, los personajes sufren una transformación que distorsiona su esencia, pero esto es inevitable. Lo que hace el libretista, Henri Caïn, es adaptar la historia a los gustos imperantes en el París de comienzos del siglo XX. Prueba de ello es el gran protagonismo que tiene un personaje como el de Dulcinea, transformada de posadera idealizada por la mente de Don Quijote en una joven bastante liberada en tema de amores. También la locura del hidalgo (aprovechada para la siempre efectista batalla contra los molinos de viento) es más aceptada socialmente y aunque puede producir chanza entre otros personajes, su figura no es para nada grotesca. De muy diferente forma aparece nuestro protagonista en el ballet Don Quijote con música del austriaco Ludwig Minkus y coreografía del gran padre del ballet clásico tal como lo conocemos ahora: Marius Petipa. Estrenado en el teatro Bolshoi de Moscú en 1869, la trama se centra en el episodio narrado entre los capítulos XIX y XXI de la segunda parte de la novela, Las bodas de Camacho. El ballet esquematiza la historia, tan repetida en la literatura, de la intención del viejo y rico Camacho por casarse con la joven Kitri (Quiteria en la novela) que a quien quiere es al barbero Basilio. Los enredos y equívocos se suceden, siendo don Quijote el defensor a ultranza de la relación de los jóvenes que, como no podía ser de otra manera, triunfan. Sobre este argumento Petipa y Minkus levantan uno de los ballets más bellos del repertorio clásico, que además puede servir a los curiosos para internarse en un mundo que parece sólo estar plagado de lánguidos cisnes y princesas durmientes.

En el apartado sinfónico quizá la obra más conocida sobre el héroe de Cervantes sea Don Quixote op.35 del catálogo de Richard Strauss. Don Quixote, (Variaciones fantásticas sobre un tema de carácter caballeresco sería su título completo) es un poema sinfónico escrito para violonchelo, viola y orquesta  escrito en 1897 y estrenado al año siguiente. Forma parte del grupo de obras programáticas fundamentales en el opus sinfónico de Strauss y que se estrenaron entre 1886 y 1915. Su inspiración no es otra que la obra cervantina planteada en tres partes: la introducción que nos muestra el gradual deterioro mental del hidalgo,  diez variaciones referentes a diez episodios de la novela tomados de distintos capítulos de las dos partes de la obra. Entre los más destacados, la segunda variación Victorioso combate contra los ejércitos del emperador Alifanfarón, tomada del capítulo XVIII del primer libro, la lírica variación quinta, Don Quijote vela las armas: dulces expansiones ante el pensamiento de la lejana Dulcinea, o la séptima, Cabalgada por los aires, de una rica expresividad. La obra concluye con un Finale en el que don Quijote, casi cuerdo, reflexiona contemplativamente sobre la vida y su inminente muerte. Es una obra de difícil ejecución y que no ha tenido la difusión ni el éxito de otros de sus poemas sinfónicos. Pero muchos críticos y musicólogos la consideran “...un firme hito en la música orquestal de la Escuela Post-romántica” como sostiene Norman Del Mar.

El genio de William Shakespeare inevitablemente tenía que ser inspiración en el mundo de la música. Hablar de Shakespeare es hablar de dramaturgia, de poesía, de personajes arquetípicos pero con los que se puede perfectamente identificar el espectador y el oyente. Sus obras más conocidas han sido ampliamente adaptadas musicalmente y su poesía ha sido la base de lieder y canciones bellísimas. Entre tanto catálogo es difícil elegir, pero una de las relaciones más fructíferas entre un músico y el escritor inglés es la que estableció Giuseppe Verdi, con tres de sus óperas basadas en obras teatrales de Shakespeare. Son tres obras maestras, una de su época más prolija o de “galera”, Macbeth (luego revisada en una época de madurez) y las otras dos sus últimas aportaciones al mundo operístico: Otello y Falstaff. Esta última es un ejemplo sublime del artista que se reinventa y se supera a si mismo. Verdi sólo escribió dos comedias, la temprana Un giorno di regno, y Falstaff. El genio del compositor se despliega sin ambages en toda la partitura, que se basa casi completamente en Las alegres comadres de Windsor de Shakespeare, aunque también hay alguna escena entresacada de Enrique IV. Con la imprescindible ayuda de su libretista, Arrigo Boito, Verdi recrea a sus casi ochenta años una comedia de enredo donde se yergue, con su famosa panza, la figura de Sir John Falstaff. Pocas veces literatura y música darán al mundo del arte una obra tan llena de vida y tan aleccionadora, tan lírica, tierna y grotesca y donde la perfección de la partitura esté a la altura de la comedia original.

Pocas historias forman parte de manera tan profunda de nuestra cultura como la de Romeo y Julieta y su frustrado amor. Como en Las alegres comadres, Shakespeare se inspira para su tragedia en fuentes italianas, pero transforma los personajes de los cuentos medievales en dos figuras con las que millones de personas se han sentido identificadas. Es difícil fallar con el argumento, pero para levantar una obra musical de categoría se necesita un compositor de talento, como es el caso Sergei Prokofiev y su música para el ballet Romeo y Julieta. Creado entre 1935 y 1936 a su vuelta a la Unión Soviética después de un exilio de 15 años, aunque no se estrenará hasta 1940 en Rusia (había tenido una buena acogida en la ciudad checa de Brno en 1938), el libreto es obra del propio compositor, el director de escena Sergei Radlov y el coreógrafo Leonid Lavrovsky. Además, genialmente, compuso una música que como un traje multiusos se puede usar como ballet, como tres suites orquestales o como diez piezas para piano. Compuesto de tres actos, quince escenas y cincuenta números musicales el ballet de Prokofiev es un despliegue musical espectacular, plenamente descriptivo, siempre original y estimulante. El mundo shakesperiano se ve reflejado en una música que, como la del famoso baile de máscaras, forma parte de nuestra memoria musical. Prokofiev no gustaba a Stalin y su camarilla. Como Shostakovich, siempre estuvo bajo el ojo escrutador del dictador y su música considerada modernista y degenerada.

El sueño de una noche de verano es una de esas comedias de Shakespeare que despierta la imaginación de cualquier artista. La mezcla entre el mundo humano y el divino, la magia de la noche de san Juan y las intrigas amorosas han producido obras tan extraordinarias como la ópera A Midsummer Night’s Dream de Benjamin Britten o las dos obras con este título de Felix Mendelssohn. El compositor alemán creó una obertura antes de cumplir los 18 años. Es una pieza de concierto inspirada por la lectura del joven de la obra de Shakespeare. En pleno romanticismo el tema no podría ser más sugerente para ponerle música y Mendelssohn lo hizo con esa elegancia y clasicismo tan propios y que ya despuntaban en esta obra de juventud. Dieciséis años después compone la música incidental para El sueño de una noche de verano, op. 61. Son catorce números (incluida la obertura antes mencionada) en las que se mezclan escenas habladas sin música, con momentos orquestales (como la famosa Marcha nupcial) o lieder. Todos nos describen vivamente el ambiente de tan fantástica noche: las hadas reunidas alrededor de su reina, Titania, las travesuras de Puck, los amores de Herminia y Lisandro o las grotescas andanzas de los artesanos y actores aficionados encabezados por Bottom. Mendelssohn vuelve hacer gala en esta obra de su maestría en el manejo de la orquesta evocando el mundo mágico y lírico de la obra.

Este artículo pretende ser un pequeño homenaje a esos dos grandes (¿quizá los más grandes?) escritores que han hecho tanto por humanizar el mundo gracias a esos personajes en las que nos podemos reconocer todos pero que, a la vez, gracias a su arte y a los artistas que se han inspirado en ellos, nos han elevado un poco más cerca de los dioses.