Florez Palau 2017

Los límites y la excelencia

Barcelona. 14/02/2017, 20:30 horas. Palau de la Música Catalana. Ciclo Palau 100: Grans Veus. Obras de Rossini, Mozart, Leoncavallo, Puccini, Massenet y Verdi. Juan Diego Flórez (tenor). Vincenzo Scalera, piano.

Poco más de de un año y un mes después de su último recital en Barcelona, entonces también en el Palau y acompañado por Vincenzo Scalera al piano, regresaba Juan Diego Florez a la ciudad condal. Un lujo que confirma la querencia del astro peruano por nuestra ciudad, donde sin embargo parece no tener títulos escenificados a la vista hasta la temporada 2019/2020. Sí tiene firmada en cambio su presencia en el Palau de la Música por tres temporadas seguidas, en una suerte de mini-ciclo que se ha denominado Universo Flórez. 

Un Universo Flórez que podría llamarse también carta blanca, pues supone un compromiso por parte del Palau que acepta la propuesta que el Divo les haga. El de este año era el primero de esos tres recitales, con un repertorio siempre exigente y atractivo para el público. Con un aforo lleno, incluso con venta de localidades last minute en el propio escenario, de espaldas al tenor, Flórez se presentó de nuevo pletórico y hasta se diría campechano, a tenor, nunca mejor dicho, de la naturalidad con la que habló -para algunos demasiado- con el público. Dio las buenas noches, explicó anécdotas, teorizó sobre la edad madura media del público operístico, en suma, buscó siempre una complicidad con la audiencia, quienes cortejados, le siguieron el juego y hasta le llamaron guapo.

Anécdotas aparte, la carrera de Juan Diego Flórez sigue un curso espléndido pero no exento de riesgos en su apertura de nuevos repertorios. En el belcanto estricto italiano demuestra dominio y elegancia, con su arte perfeccionista e irreprochable; muestra de ello fueron las tres primeras piezas del recital, La Lontananza, el Bolero (cambiado a última hora por la anunciada L’orgia en el programa impreso) y la bella Addio viennesi, tres canciones rossinianas sin mácula. De esta primera carta de presentación del repertorio con el que más se le identifica y en el que más ha brillado como ningún otro, pasó a Mozart, terreno todavía nuevo para él, puesto que nunca ha cantado un rol completo en escena.

Si con Rossini, su canto limpio, fraseo y articulación precisas y naturales, haciendo gala de un legato bordado siempre a piacere, confirman al solista excelso, con Mozart la prueba se aborda de otra manera. En el aria de Belmonte Ich baue ganz, se percibió a un solista que busca su adecuación a un estilo que todavía le es extraño. El timbre, color y características vocales parecen ideales para este repertorio clásico, del que ya ha anunciado sacará un cd entero dedicado al compositor de Salzburgo, pero el estilo, siempre aparentemente sencillo, nada más lejos de la realidad, todavía le es en cierta manera distante. La coloratura fluida y el lucimiento del fiato fueron irreprochables, así como un alemán más que decente en una articulación medida, pero la sensación de poca adecuación estilística se notó en una cierta rigidez expresiva, la famosa naturalidad con la que aborda Rossini, todavía con Mozart no la tiene. Con el Belmonte casi no se notó, pero con la siguiente aria, el Vado incontro del Mítridate Re di Ponto, la extrañeza del estilo se hizo evidente. Una frase dicha por el propio Juan Diego: “es la única aria que canto con atril porque no se me queda en la memoria, ¡No hay estructura!”, lo puso en evidencia. La pregunta es, si no se la puede aprender de memoria y siente esa distancia de estilo que no le hace comprender la estructura del aria, ¿Por qué la canta y la presenta en el recital? No hay duda que aquí está uno de los retos futuros del tenor.

El final de la primera parte con Ah dov’é il cimento de la Semiramide rossiniana fue un volver a sentirse cómodo y en su repertorio. Un gesto dice más que mil arias, antes de empezar a cantar la pieza, lanzó un suspiro de liberación, pasado el reto mozartiano con suficiencia, Rossini fue coser y cantar. 

La segunda parte del recital la inició con tres valores seguros como fueron Aprile, Vieni amor mío y Mattinata, de Leoncavallo. Su edición del disco Italia, dedicado al repertorio de napolitanas y canciones italianas, ya mostró lo ideal de un repertorio en el que la seguridad del registro, expresión extrovertida y fraseo atractivo, casan espléndidamente con el instrumento más lírico y redondo del Flórez actual. La voz ha ganado en profundidad expresiva y en cuerpo, lo agudos más plenos y generosos, ideales para los finales de las piezas, lejos de la exuberancia de un Pavarotti, eso sí, pero con una punta y un esmalte atractivo de sello personal inconfundible, lo hacen un intérprete ideal que se regala con elegancia en las frases apuntando con sus hermosos agudos finales un nuevo triunfo acabado en ovación.

La evolución del repertorio presentado en este recital meditado y medido con inteligencia de cirujano vocal, siguió con el aria Avete torto del Gianni Schicchi de Puccini. Ópera que ha cantado en escena y que se adecua como un guante por color y generosidad tímbrica. Vincenzo Scalera supo dotar, como en todo un impecable recital, del toque melódico y el estilo atractivo de cada compositor, haciendo sonar el famoso tema del Babbino caro, cómplice y siempre generoso en la administración del mejor tempo y respiración para Juan Diego. 

Que el tenor peruano presentara en el recital "Che gelida manina" de La Bohème puede entreverse como otro de los retos futuros del divo, pero más allá de entrar en disquisiciones de si aguantaría la potente orquestación pucciniana, hay que sacarse el sombrero frente al enfoque meloso y delicado de su versión. Calidez en el fraseo, búsqueda hedónica de un sonido justo sin caer en el acaramelamiento peligroso que se tiene siempre en este repertorio. Atractivo sin ser relamido, Florez hizo de la popular aria toda un creación de colores, matices y un exultaste registro agudo, imperial y desahogado. Se llevó al público en el bolsillo con un Rodolfo de sofisticados acentos que exprimió hasta la última nota del texto con un sello personal de auténtico maestro.

¿Qué decir del Pourqoui me réveiller? Todavía con el triunfo del tenor polaco Piotr Beczala en el Liceu con el Werther visto hace poco, había mucha curiosidad de escuchar en vivo la versión de Flórez, quien como no podía ser de otra manera, ofreció una recreación sofisticada y cálida marca de la casa. El fraseo esculpido y la preocupación por dotar al texto de matiz y colores doto al aria de un aura volátil y melancólica donde el canto aristocrático en la mejor escuela krausista brotó en la frase final O souffle du printemps con irresistible maestría.

Una última muestra de los nuevos retos que se ha fijado Flórez, quien ya ha anunciado su debut para final de año como Alfredo de La Traviata en el Met de Nueva York, fue el final dedicado a Verdi. El instrumento más lírico y redondo, con una proyección siempre eficaz y un color terso y comunicativo se hicieron ideales en el aria La mía letizia infondere, de I Lombardi, pieza de toque de los tenores líricos, donde Flórez campó a sus anchas. Con O mío rimorso…De’miei bollenti spiriti, las cartas vocales del tenor para su futuro debut quedaron claras. Su instrumento brilla en su nueva faceta más lírica, la musicalidad de su canto luce donde otros buscan espectacularidad, se reservó antes de abordar el agudo final, brillante y pulido, el triunfo fue total.

Un público rendido buscó en las propinas seguir con la fiesta vocal, pero Juan Diego prefirió salir con su guitarra y ofrecer un final con tres canciones latinas mostrando su lado más íntimo y cercano. Un final algo anticlimático después de su escalada desde Mozart a Verdi, pero la decisión del artista no se puede objetar, al fin y al cabo las propinas siempre son un regalo, y con Juan Diego Flórez en el escenario, ¡que cante lo que quiera y bienvenido sea!