Viena, Berlín, Hollywood
Barcelona, 24 de abril de 2025. Palau de la Música Catalana (Petit Palau). Mireia Tarragó, soprano. Victoria Guerrero, piano.
Desde la temporada pasada, en la sala de cámara del Palau de la Música de Barcelona, se está desarrollando el ciclo Viena 1900. Coproducido por el mismo Palau, la Asociación Franz Schubert -responsable de la Schubertíada a Vilabertran- y el CNDM, el proyecto se centra en uno de los períodos de mayor ebullición musical, artística, social y política de inicios del siglo XX, un momento que marcaría decisivamente el devenir, tan fascinante como dramático, de la historia contemporáneo de Europa. Si el primer recital de los tres programados esta temporada estuvo dedicado a la transición del Lied romántico a la concepción del género por parte de las vanguardias representadas por la Segunda Escuela de Viena, esta segunda propuesta, protagonizada por Mireia Tarragó y Victoria Guerrero, ha ido por otros derroteros. En este caso, el eje temporal se ha desplazado más adelante, hincando el eje en los años de la República de Weimar y en compositores que, por un motivo u otro, principalmente a causa de la represión política, se vieron obligados al exilio a la América de la libertad y las oportunidades.
Gustav Mahler y su esposa, Alma Schindler, abandonaron Viena el 1908 por motivos artísticos y se trasladaron a Nueva York en búsqueda de unos horizontes que no fueron precisamente satisfactorios. Arnold Schönberg, Hans Eisler y Kurt Weil lo hicieron años más tarde huyendo del nazismo tanto por cuestiones raciales como ideológicas, y se instalaron en Los Angeles, California. Como elemento cohesionador de un programa integrado por canciones de compositores de personalidad y estéticas tan dispares, las intérpretes han encontrado en Lotte Lenya la figura ideal. Nacida en un suburbio vienés en 1898, el año en el que Mahler tomó posesión de la dirección de la Ópera de Viena y estaba en plena etapa Wunderhorn, la carismática cantante-actriz revolucionó el cabaret literario berlinés del que participó Arnold Schönberg en 1901. Ahí conoció y se casó con Kurt Weill, con quien creó, junto a Bertolt Brecht, obras míticas como Die Dreigroscheoper o Mahagonny, y coincidió, en ese Berlín revolucionario y volcánico con Hans Eisler. Un programa apasionante, perfectamente estructurado que, además, fue servido con gran calidad.
Mireia Tarragó siempre ha poseído un atractivo instrumento, impecable afinación e indiscutible musicalidad, pero en este recital ha demostrado una evolución técnica y sobre todo expresiva realmente notable. Una variedad de matices y capacidad interpretativa que ya se puso de manifiesto en tres canciones del ciclo Des Knaben Wunderhorn mahleriano (“Scheiden und Meiden”, “Rheinlegendchen” y “Ablösung im Sommer”) que abrieron el recital. Especialmente sensible fue la lectura de los sugerentes y tonalmente atrevidos Fünf Lieder, de Alma Schindler/Mahler, una compositora de excepcional talento cuya carrera fue castrada por la inseguridad y machismo de su esposo. “Die Stille Nacht”, primera pieza del ciclo, e “Ich wandle unter Blumen” fueron expuestas con el abandono y elegancia adecuados. La única compositora que no encajaba en los parámetros del programa fue Dora Pejacevic, de la cual se escucharon tres canciones de dos ciclos cronológicamente distantes: “Taut erst Blauveilchen”, de Sieben Lieder, op. 23 y los Zwei Schmetterlingslieder, op. 52. Figura fundamental de la música croata, Pejacevic, de origen aristocrático, legó un opus amplio y variado entre el que destaca su Sinfonía, op. 41 y un gran número de canciones que abarcan desde el romanticismo de la primera (1907) al desinhibido tratamiento armónico de las últimas (1920).
Si Mireia Tarragó las cantó con un fraseo e intención remarcables, es obligado destacar aquí la extraordinaria ejecución por parte de la pianista. Victoria Guerrero, afincada en Salzburgo, demostró una vez más que es una de las mejores especialistas en el acompañamiento liederístico no solo de España sino a nivel internacional. La belleza del sonido, la profundidad de su fraseo y el conocimiento que demuestra tanto del repertorio como de las necesidades del cantante son realmente excepcionales. La sutil, tornasolada paleta de colores que desplegó en la primera parte contrastó con la desenfadada brillantez con la que abordó los Brettl Lieder de Schönberg y las dos canciones de Kurt Weill que cerraron, como no podía ser de otro modo, el recital. La soprano optó por una lectura elegante y refinada de estas piezas de cabaret, más convincente en las primeras que en las de Weill, a las que les faltó ese punto arrastrado y de nicotina que Lenya dominaba a la perfección. Pero si hubiese que destacar algo por encima de todo lo escuchado en este excelente recital sería la conmovedora versión que ambas intérpretes ofrecieron de seis canciones procedentes del Hollywood Liederbuch, de Hans Eisler. Este ciclo, uno de los más importantes del Lied moderno, refleja como ningún otro la soledad, el desarraigo y la nostalgia de una generación de músicos extraordinarios que tuvieron que lidiar con tiempos convulsos.
Fotos: Silvia Pujalte