accademia bizantina

A pesar de todo

Donostia. 20/10/2017. Auditorio Kursaal. G. F. Handel: Giulio Cesare in Egitto. Lawrence Zazzo (Giulio Cesare), Emöke Barath (Cleopatra), Julie Boulianne (Sesto), Delphine Galou (Cornelia), Filippo Mieccia (Ptolomeo), Riccardo Novaro (Aquila). Accademia Bizantina. Dirección musical: Ottavio Dantone.

Recientemente, y en relación a la aparente consolidación de la breve temporada de ópera de la capital guipuzcoana comentaba quien firma esta reseña la necesidad de que tres entidades que ofrecen –o pueden ofrecer- ópera en esta ciudad, a saber, la ya apuntada Opus Lírica, la Quincena Musical y Kursaal Eszena aunaran esfuerzos.

Esta última organización programa un ciclo de conciertos clásicos con predominio del repertorio sinfónico y, de vez en cuando, nos sorprenden con alguna ópera ya escenificada (las menos) ya en versión de concierto. Entre las primeras recuerdo la gran sorpresa que supuso poder  ver a la Ópera de Cámara de Moscú interpretando Nos, de Dimitri Shostakovich; y entre las segundas, desde L’Orfeo o el Orfeo ed Euridice hasta Tristan und Isolde o la que nos ocupa hoy, Giulio Cesare in Egitto. ¿Existe tal coordinación entre organizadores? ¿Existe una preocupación de las tres entidades por asegurar pluralidad de repertorio y un calendario racional? Sinceramente, no tengo respuesta.

Proponer esta magna obra handeliana no es tarea fácil. La ópera requiere media docena de grandes cantantes y con relevantes dosis de teatralidad y apostar por la versión en concierto supone dificultar el seguimiento del desarrollo dramático de la obra. Además, la Accademia Bizantina decidió no traer coro y hacer desaparecer de un plumazo dos personajes, Nireno, el confidente de Cleopatra y Curio, el asistente de Julio Cesar. Además, los recitativos fueron sustancialmente castrados hasta lo mínimo aceptable.

Por lo tanto Dantone nos propuso una versión de la obra de una duración significativamente reducida, calculo que en unos cuarenta minutos con respecto a la versión ordinaria. La duración musical de la ópera en el Auditorio Kursaal fue, según programa de mano, de 177 minutos aunque en realidad se alcanzaron los 185, es decir, cinco minutos por encima de las tres horas cuando otras interpretaciones convencionales rondan las tres y cuarenta y cinco minutos. 

Pues bien, a pesar de dar la obra en versión de concierto la implicación de los cantantes permitió el seguimiento fácil de la dramaturgia por aquellos desconocedores de la historia de la ópera. Y a pesar del sustancial recorte de la obra el público donostiarra demostró su “singular” afición a la ópera provocando una desbandada entre cada acto hasta provocar vergüenza ajena. 

El contratenor estadounidense Lawrence Zazzo levantó un sobresaliente Julio Cesar con una voz penetrante y una intención en el canto y en el gesto que es de agradecer. Apenas perdió oportunidad de hacernos creer que estábamos ante un general romano y su facilidad en la coloratura –con una forma de emisión particular- y la homogeneidad del color de su voz permitieron construir un Cesar perfectamente creíble. Al mismo nivel estuvo la soprano húngara Emöke Barath proponiéndonos una angelical Cleopatra, quizás menos pícara que en otras propuestas pero con una voz dueña de un centro hermoso, una coloratura suficiente y como único debe, un sobreagudo limitado y desencajado. En cualquier caso dominó todas sus escenas con un fraseo señorial y bien intencionado.

Madre e hijo fueron la contralto francesa Delphine Galou, quizás el único punto débil de la representación pues si bien el timbre de su voz era bello estaba lejos de ser la de la voz que necesita una Cornelia: sus graves eran difícilmente audibles y la voz carecía de la prestancia y nobleza necesarias, esa misma que el personaje reivindica tantas veces durante la obra por el mero hecho de ser romana. Frágil en exceso, quedo superada siempre por la mezzosoprano quebequesa Julie Boulianne, de voz más impostada y presente. Cada uno de los dúos entre madre e hijo quedaron desequilibrados en demasía, como ocurrió al final del acto I.

Finalmente, el contratenor italiano Filippo Mieccia encarnó un Ptolomeo un punto histriónico y de emisión desconcertante al intercambiar en más de una ocasión la emisión propia de la voz de contratenor con la de pecho, produciendo sonidos afectados. El personaje tiende peligrosamente a la histeria y Mieccia se dejó llevar por una arrebatada lectura del mismo. Riccardo Novaro, más barítono que bajo, se encontró mucho más cómodo en la zona aguda que en la grave, donde hubo de buscar soluciones “de urgencia” para evitar las notas más graves. En cualquier caso, una voz hermosa y un legato bien desarrollado para su Áquila.

Ottavio Dantone dirigió con maestría la obra y su Accademia Bizantina transmitió de nuevo pasión por la música barroca. En apenas cinco días hemos podido disfrutar de dos conjuntos barrocos y dos obras cumbre de la época, L’Orfeo monteverdiano en el Baluarte, con la Capella Mediterranea y esta de Haendel y en ambos casos –quizás más en Pamplona que ayer- se vislumbra una alegría colectiva, que no es sino pasión por la música que tocan.

Gran parte del público enseñó sus modales operísticos abandonando la sala en el único descanso (entre los actos I y II) y, sobre todo, en la breve parada para la pertinente afinación entre los actos II y III donde pareció declararse un incendio en la sala, saliendo la gente despavorida y a oscuras como si la duración de la obra se  tornara un problema imposible de digerir. No es la primera vez ni será la última; a algunos les sacas de Rigoletto o La boheme y no saben dónde está la luz.

Pues bien; a pesar de todo fue una velada notable con una versión muy adecuada de una obra hermosa. Kursaal Eszena haría muy bien en entender que o ellos apuestan por este tipo de conciertos, que sería deseable abarcasen otras épocas de la historia de la música y no solo el barroco o algunos aficionados nos apolillaremos obligados a oír siempre lo mismo.