José Miguel Pérez-Sierra: “Me considero tan pucciniano como rossiniano”
El maestro José Miguel Pérez-Sierra (Madrid, 1981)dirige desde hoy su primera Turandot en España, en la temporada de Ópera de Las Palmas, tras debutar con este título en Metz, en 2014. Director asociado a menudo con el belcanto y en particular con Rossini, su repertorio ha dedicado no obstante un lugar muy importante a la obra de Puccini, cuyo catálogo de óperas persigue dirigir completo al llegar su centenario en 2024. Conversamos con Pérez-Sierra acerca de sus planes futuros y sus más recientes experiencias.
Quizá sorprenda a muchos lectores ver su figura asociada a una obra de Puccini, dado su perfil más bien belcantista. Sin embargo, echando un vistazo a su agenda estas funciones de Las Palmas no son ni su primera Turandot ni desde luego su primer Puccini.
De Puccini de hecho me quedan solamente por dirigir La Fanciulla del West, La Rondine, Le villi y Edgar. Todo lo demás lo he dirigido ya, a excepción de Tosca que debutaré el próximo enero de 2019 en la Ópera de Metz. No sé muy bien por qué no soy tan conocido como pucciniano, como sí lo soy como rossiniano o director del belcanto. Puccini es, de hecho, uno de los autores que más tiempo ha ocupado en mi trayectoria profesional. Óperas como Madama Butterfly las he dirigido sin ir más lejos en el Liceu, con Hui He y Roberto Alagna; y también en el Festival Puccini de Torre del Lago. Yo me considero tan pucciniano como rossiniano. Pero por algún motivo mi actividad con Puccini es mucho menos conocida que mi dedicación al belcanto.
Quizá el hecho de haber trabajado belcanto en España en ocasiones y teatros importantes, con voces como Mariella Devia o Celso Albelo, haya hecho que este perfil de su agenda gane protagonismo frente al resto de su repertorio.
Eso es cierto. Bilbao ha sido una de mis temporadas fetiche en los últimos años. He dirigido allí seis títulos desde 2012 hasta 2016 y ha sido todo Bellini, Donizetti y Rossini con cantantes como Celso Albelo, Mariella Devia o Jessica Pratt. Quizá eso haya oscurecido un poco el resto de mi actividad. Pero esa Butterfly que mencionaba en el Liceu es algo del mismo nivel y apenas se recuerda. Cosas de la vida… (risas). Espero que se me asocie más con Puccini, con quien comparto además día de nacimiento, el 22 de diciembre.
¡Qué casualidad!
Sí. Bromas aparte, confieso que con Rossini tengo una relación espectacular gracias al maestro Alberto Zedda, que fue mi gran mentor. Mi relación con Rossini no obstante es más intelectual; he aprendido a amarlo a través del conocimiento que él me transmitió y a través de todas las ocaciones que me brindó para estudiar con él las óperas más raras de su repertorio. Con Rossini además tengo la impresión de tener una cierta responsabilidad: con la desaparición del maestro Zedda, hace poco más de un año, me he dado cuenta de que herederos como tales de su legado quedamos apenas cinco o seis directores, quienes por tanto no solo debemos hacer Rossini por devoción sino también con la obligación de perpetuar su legado, poniendo en valor todas esas partituras que Zedda rescató, afianzando un catálogo de 39 títulos. Eso no se puede perder. Si no las dirigimos nosotros, óperas como La donna del lago, Maometto secondo o Mosè in Egitto… se volverán a perder. Pero si tengo que decir con qué autor de ópera me encuentro con más afinidad pasional, es seguramente con Puccini.
Hablemos pues de esa Turandot que dirige en Las Palmas. Ya había dirigido esta partitura en Metz, si no me equivoco. ¿Qué supone enfrentarse a una partitura tan emblemática para este género? El público quizá no sea consciente de lo compleja que es esta obra.
Es un título difícil y sólo sale adelante con pasión. Es una de mis óperas favoritas en absoluto, sin duda. Tuve además la suerte de poder estudiar esta partitura con Lorin Maazel, ya en sus últimos años. Aquello fue una ocasión impagable. Me abrió mucho la mente su visión de Puccini, fue algo fascinante. Dirigir Turandot es una fiesta; es una partitura difícil pero una vez en el foso, la música me arrastra.
No es tampoco su primera vez en Las Palmas, pero hacía tiempo que no regresaba.
Sí, exacto. No volvía aquí desde 2010, cuando hice L´italiana in Algeri, mi primer Rossini en España. Yo había debutado en Pesaro, en el ROF, en 2006. Y por unas circunstancias u otras no había dirigido Rossini en España hasta ese 2010 en las Palmas. Ahora he tardado ocho años en volver a la temporada de Ópera de Las Palmas, aunque es verdad que el año pasado dirigí una gala con Maiella Devia y la final del Concurso de Canto Alfredo Kraus, también en Las Palmas. En aquel 2010 fue mi primer Rossini en España y ahora se trata de mi primer Puccini en España, así que Las Palmas siempre está ligado a ocasiones muy importantes para mí.
Mencionaba ahora el Festival Rossini de Pesaro y la figura de Zedda. A la vista están esos dos conciertos en París, en lo que supone su debut en la capital francesa, en ocasión del 150 aniversario de Rossini.
Es una ocasión muy bonita para mí. En realidad, mi debut en París ya estaba apalabrado, con Rigoletto en la Opéra de Massy. Pero Radio Classique ha querido contar conmigo para estos conciertos en homenaje a Rossini, que yo asumo también como un homenaje a mi maestro Alberto Zedda. Es todo un orgullo pensar que el último teatro parisino donde Zedda dirigió antes de fallecer fue precisamente el teatro Champs-Élysées. Debutar en parís precisamente aquí, casi dos años después, es algo muy hermoso.
Antes de esta Turandot en las Palmas, en los últimos meses ha encadenado varios compromisos sinfónicos importantes, con la Orquesta Nacional de España o la Sinfónica de Navarra, por ejemplo. De alguna manera se está poniendo en valor también su perfil sinfónico, frente a una agenda predominantemente operística.
Así es. Yo aspiro a ser director de todo. No por una cuestión de ambición sino por una cuestión de gusto. Cuando me preguntan en qué soy especialista… siempre digo que soy especialista en música. A lo mejor cuando tenga setenta años tengo claro que quiero dedicarme solo a algunas partituras o repertorios. Pero a día de hoy, me considero formado y preparado para dirigirlo todo, a mis treinta y seis años. Incluso el barroco, que hoy parece un territorio vedado para quienes no somos especialistas y afines a los criterios historicistas. yo no hago barroco simplemente porque no me lo dejan hacer. A mí me encantaría dirigir un Giulio Cesare de Haendel, sin ir más lejos.
Hoy en día creo que hay una auténtica obsesión por el encasillamiento, especialmente en nuestro país. Si no te meten en un cajón donde pone “Puccini”, “Rossini” o “belcanto”… es como si no supieran para qué llamarte. Yo comprendo que un interprete como yo a veces descuadra un poco… pero eso me encanta (risas). Espero seguir así y poder poner en valor esos ámbitos de mi repertorio que la gente conoce menos.
¿Qué próximos compromisos sinfónicos tiene a la vista, para la próxima temporada?
Haré mi debut con la BOS, en Bilbao. Y volveré a casi todas las temporadas de orquestas en las que he estado. Tengo también un compromiso con la Orquesta de RTVE, en la que haremos una rarísima cantata de Elgar, The Music Makers. Rarísima en España, al menos, donde quizá sea el estreno.
Otra pieza importante de su repertorio ha sido siempre la zarzuela, que nunca falta en su agenda.
Yo siempre he dirigido la zarzuela con mucho orgullo. Igual que a un director francés no se avergonzaría jamás de hacer su opereta, creo que en España tenemos que afrontar la zarzuela con el mismo orgullo. Es un deber hacerlo y máxime con un coliseo como el Teatro de la Zarzuela, que desde que tiene a Daniel Bianco al frente funciona como cualquier teatro de primer nivel del mundo. Este año tuve a ocasión de hacer Maruxa, un título que hacía casi medio siglo que no se representaba. Disfruté muchísimo, con esa orquestación casi wagneriana. El año que viene dirigiré por vez primera El barberillo de Lavapiés y me hace mucha ilusión.
Es una polémica compleja, sobre todo viéndola y viviéndola desde fuera. Creo que el punto real en el que están las cosas lo sabe tan solo el patronato del Real, Daniel Bianco y el INAEM. Es muy complicado opinar. Yo suscribo al cien por cien lo que dijo Daniel Bianco al presentar la próxima temporada e la Zarzuela: es tiempo de prudencia y moderación, sin ceder a la rumurología. No conocemos ninguno en realidad el tipo de reunión que puede estar manteniendo hoy Daniel Bianco con el nuevo ministro de cultura. Daniel está haciendo un trabajo maravilloso al frente del teatro y eso seguro que desde el Ministerio se pone en valor. Haya fusión o no la haya, confío en que será para bien. Yo no oso opinar más allá porque no conozco con más detalle la situación.
¿Qué destacaría de su agenda por venir, de cara a la próxima temporada?
Este año voy a hacer muy feliz a quienes me encasillan en Rossini (risas). Y por decisión propia además (risas). Tras esta Turandot, hasta final de año prácticamente toda mi agenda está dedicada a Rossini. Qué mejor manera de celebrar su 150 aniversario y homenajear a Alberto Zedda. Grabaremos un DVD de L´equivoco stravaganteen Wildbad en julio. En agosto y septiembre estaré en Santiago de Chile haciendo El barbero de Sevilla. Después Tancredi en Bari, un concierto con Mariella devia en el Teatro Real y finalmente La donna del lago en Marsella, completando un 2018 muy rossiniano. En 2019 abriré el año con Tosca, como antes mencionaba. Tengo el objetivo de haber dirigido la integral de sus óperas para su centenario en 2024. Espero lograrlo aunque es muy difícil que se programen títulos como Edgar, La rondine o Le villi, pero estamos en ello. En Metz debutaré también Carmen, será mi primera ópera francesa y además en Francia.
Con Metz tiene un vínculo bastante estable, por lo que veo.
Sí, soy el principal director invitado de facto. No tengo tal designación, pero trabajamos muy a gusto, sí. Tosca y Carmen serán mi quinto y sexto títulos allí, tras Turandot, Cenerentola, Turco in Italia e Il trittico. El público francés es muy entusiasta y tengo muy buena sintoníacon Paul-Émile Fourny, director artístico del teatro de Metz y director de escena
Mencionaba antes a la gran Mariella Devia. Me imagino que es un honor y un regalo que le escoja a menudo para dirigir sus galas líricas.
Imagínese… Mi trabajo con Mariella es una de esas cosas que contaré en el futuro a mis nietos (risas). Es un fenómeno increíble, una artística única. Es quizá el único caso de la historia en el que canta cada vez mejor con el paso del tiempo. Es algo único. Pero no solo desde un punto de vista vocal, que es quizá el más evidente. También por su musicalidad, por su inteligencia y su sabiduría en torno al belcanto. Yo he aprendido muchísimos con ella, ha sido una gran maestra para mí.