La familia García (III): María Malibran, la gran diva romántica
María García, segunda hija de Manuel García y Joaquina Briones, más conocida como María Malibran, fue una auténtica diva romántica. De vida corta e intensa, su muerte prematura la hizo entrar en el Olimpo de la ópera convirtiéndola en un mito. Vivió sus veintiocho años de vida sin perder un momento, como si la certeza de una muerte cercana la persiguiera. Allí donde fue, María triunfó. El huracán Malibran arrasó Europa a su paso, levantando olas de fanatismo que fácilmente podemos comparar con los fenómenos provocados por algunas estrellas del cine o de la música actuales. Su fama es sólo comparable a la de Giuditta Pasta o, más de un siglo después, a la de Maria Callas, con quien las muchas similitudes imponen una comparación. Fue admirada por Liszt, Donizetti o Mendelssohn, entre muchos otros. Bellini, compositor con el que Malibran trabajó y compartió entre otras cosas la brevedad de su vida, no disimulaba su apasionado amor hacia la diva, nunca correspondido. El mismo Rossini, cuyas obras fueron testigo de los mayores triunfos de la cantante, dijo de ella:
“¡Qué maravillosa criatura! Ella ha sobrepasado a todos sus imitadores por su genio musical verdaderamente desconcertante, y a todas las mujeres que jamás he conocido por la superioridad de su inteligencia, la variedad de su saber y su temperamento fulgurante, del que es imposible hacerse una idea.”[1]
La futura gran diva nace en París el 24 de marzo de 1808. Pasará su infancia viajando por Europa, tras la estela de éxitos de su padre. En Nápoles conoce a Rossini y, con sólo cinco años de edad, se sube por primera vez a un escenario junto a su padre. Tras pasar unos años internada en un colegio de Londres, María vuelve a París y su padre se convierte en el principal encargado de su educación. Manuel García instruye a la joven en el desarrollo de una voz inicialmente tosca y rebelde que María habría de domar hasta conseguir una técnica perfecta. Su padre no esperaba menos y, con frecuencia, los métodos empleados para lograr estos avances sobrepasaban la severidad para entrar en el terreno del abuso. Los gritos y las lágrimas eran una constante en sus lecciones cotidianas. Años después, sus contemporáneos achacarían a este sufrimiento la capacidad de la Malibran de llorar en escena sin que el llanto afectara a su voz.
El debut operístico de María García sería el 7 de junio de 1825[2] en el King’s Theatre de Londres, con la Rosina de El Barbero de Sevilla. Una oportunidad que le llegaría (como ha sucedido con tantos grandes cantantes) por la indisposición de la que era inicialmente la encargada del papel, la célebre soprano Giuditta Pasta. En octubre de ese mismo año, la familia se traslada de nuevo, esta vez rumbo a Nueva York. A sus diecisiete años, María participa en más de setenta producciones llevadas a cabo por la compañía familiar en el Park Theatre, ante un público totalmente inexperto en el terreno de la ópera italiana y que recibe a la joven García con un entusiasmo generalizado.
Allí contrae matrimonio con el rico comerciante francés Eugène Malibran, casi treinta años mayor que ella. Los motivos del enlace, sospechosos por la precipitación con que se llevó a cabo, apuntan sobre todo a la necesidad de María de huir del yugo de su padre. Son numerosas las anécdotas sobre los choques de carácter entre padre e hija y los martirios que ésta hubo de padecer durante sus años de tutela. En una ocasión, durante la temporada americana, se dice que García ordenó a su hija que se estudiara el papel de Desdémona del Otello de Rossini en tan sólo dos[3] días. “No puedo hacerlo, padre”- replicó ella. A lo que su padre respondió- “Lo harás, hija, y si fallas, te apuñalaré de verdad con mi daga cuando deba asesinarte en el escenario”. Más tarde, en una de las funciones de la ópera, el recuerdo de esta amenaza asaltó a María mientras su padre encarnando a Otello se acercaba con el puñal dispuesto a acabar con la vida de Desdémona. Olvidando por un momento su papel, María gritó -“¡Papá, papá, por Dios, no me mates!”- ante un público extasiado que no entendía nada de lo que estaba pasando y que aplaudió a rabiar el realismo de la escena[4]. Curiosamente, Desdémona se convertiría en el papel fetiche de la Malibran durante toda su corta carrera.
El matrimonio con Malibran no resultaría tan bien como habría cabido esperar y tras la bancarrota de éste, María (portando ya el apellido de su esposo) decide volver a París en 1827, dejando atrás a su marido. Comienza así una fulgurante carrera impulsada gracias a su amistad con Rossini y algunas personalidades de la sociedad parisina como el General Lafayette. En París, tras su exitoso debut como Semirámide, su carrera se desarrolla en torno al Thèâtre Italien, pues es el campo de la ópera italiana el único al que la Malibran siente que debe entregar su arte. Rossini es el compositor de moda y es con su Desdémona, su Rosina, o su Cenerentola con las que María obtiene sus mayores triunfos en la capital francesa. Su rivalidad con la soprano alemana Henriette Sontag alimenta su fama ante un público ávido no sólo de música, sino también de drama, un terreno en el que la Malibran destacará por encima de todas sus oponentes.
Tales triunfos parecen motivo suficiente para que María permanezca en París, pero la relación ilegítima que la diva mantiene con el violinista belga Charles de Bériot (del que esperaba un hijo) le supone el rechazo de la conservadora sociedad parisina, que de la noche a la mañana empieza a cerrarle puertas. Viendo en la desgracia una oportunidad, en 1832, María se lanza a la conquista de los escenarios italianos, obteniendo una serie de victorias musicales que superan todos sus éxitos anteriores. Allí donde va, todos reconocen a la Malibran, le piden que cante, es recibida entre lluvias de flores y escoltada a la salida del teatro. Conquista Nápoles, Bologna y Roma. Sus compromisos la llevan también a Londres, donde debuta (traducido al inglés) el rol de Amina en La Sonnambula de Bellini, otra de sus creaciones más míticas.
Pero será otro rol belliniano el que le abra las puertas de La Scala de Milán en el año 1834: Norma. Hay que tener en cuenta que La Scala era por entonces santuario inexpugnable de la gran Giuditta Pasta, creadora original del rol. La osadía de la Malibran al querer debutar con el papel que había elevado a su oponente a la cima de la celebridad es tomada como todo un desafío por el siempre polémico público de este teatro. Y, una vez más, Malibran triunfa. La víspera de su partida de Milán, la orquesta de La Scala interpreta una serenata nocturna bajo su ventana como regalo de despedida.
Llega después Venecia, en 1835. La cantante, alojada en un lujoso palacio en el Gran Canal, rinde una nueva ciudad a sus pies. Su poder es tal que es la única a la que se permite decorar su góndola a su gusto, en contra de las ordenanzas. Un periódico veneciano abre una nueva sección intitulada “Malibraniana” que se encarga de relatar cada detalle del día a día de la diva. A la vista de sus triunfos en la Fenice, (donde interpreta de nuevo Otello, La Sonnambula y Norma) el empresario del antiguo Teatro San Juan Crisóstomo, ruega a la cantante que ofrezca una función para salvarles de la ruina. María no duda y ella misma reúne un coro y una orquesta para interpretar La Sonnambula. A cambio, el teatro recibe un nuevo nombre: Teatro Malibran. La mezzosoprano se convierte en la primera y única cantante de la historia en actuar en un teatro que lleva su nombre.
En 1836, tras conseguir el divorcio de Eugène Malibran (después de años de lucha), María se casa por fin con Charles de Bériot. Pero el feliz matrimonio no llegará a los seis meses de duración, pues la vida de María está destinada a acabar abruptamente ese mismo año, en lo más alto de su carrera, por culpa de una fatal caída de caballo (mientras estaba de nuevo embarazada) que le causará heridas internas incurables. Durante los últimos meses de su vida, María Malibran da muestras de una increíble naturaleza. Se niega a decepcionar a su público, por lo que sigue actuando en óperas y ofreciendo conciertos (a veces varios en el mismo día), hasta apenas unos días antes de su muerte, que tiene lugar en Manchester el 23 de septiembre de 1836.
María Malibran fue, en muchos aspectos, una mujer única. De indomable carácter y genio heredados de su padre, incansable trabajadora y extremadamente activa. Era capaz de dar un recital por la mañana, otro por la tarde, salir a pasear durante varias horas a caballo y después llegar al teatro con el tiempo justo para cambiarse y salir al escenario. Viajaba vestida de hombre, guiando ella misma el carruaje. Hablaba varios idiomas, le gustaba el deporte, sabía dibujar y compuso numerosas canciones que ella misma interpretaba. Cuantos la conocieron, la admiraron. Muchos quedaron prendados de su aire salvaje y exótico, su cabello negro y su talle fino, su capacidad para mimetizarse con el personaje que interpretaba, que hacía pasar por alto las imperfecciones de su voz. Una voz que se nos describe como de una personalidad inigualable, a pesar de no tener la fluidez y el timbre limpio de otras cantantes contemporáneas, con una extensión de tres octavas y una adecuación al drama que la distingue de todas las demás. En fin, y como diría Bellini: “¿Cómo no enamorarse de esa diablesa de la Malibran?”[5]
[1] Citado en: BARBIER, P.: La Malibran. Reine de l’opéra romantique. Pygmalion, 2005.
[2] La fecha varía en algunos días según la fuente.
[3] M. Sterling McKinley: Garcia The Centenarian and His Times. (1908). Otras fuentes indican que fueron seis.
[4] BARBIER, P.: cit. y M. Sterling McKinley: cit.
[5] Citado en BARBIER, P. (cit.). Carta de Bellini a Francesco Florimo, musicólogo y compositor.