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Suspiria

Madrid. 31/03/19. Teatro Real. Purcell: Dido & Aeneas. Marie-Claude Chappuis (Dido). Nikolay Borchev (Aeneas). Aphrodite Patoulidou (Belinda). Yannis François (Hechicera), entre otros. Shasha Waltz & Guests. Vocalconsort Berlin. Akademie für Alte Musik Berlin. Shasha Waltz, coreógrafa. Thomas Schenck y Shasha Waltz, escenógrafos. Christopher Moulds, director musical.

Aunque podamos explicar lo extraordinario, no dejará de resultar extraordinario. Y verdad. Sasha Waltz es extraordinaria. Y es verdad. Una verdad transformada y transformadora. Del mismo modo que Die Brücke o el caballo de troya de Marc y Kandinsky metamorfoseado en Der Blaue Reiter, crearon precisamente eso, puentes, y alargaron el camino de la verdad (¡cómo Schoenberg en lo musical al mismo tiempo!), restaurando ese expresionismo alemán del que Waltz aún bebe, esta también transforma la verdad de Purcell, de Dido & Aeneas, llevándolo a nuevas coordenadas.

Sucede en todas las artes, como realidad cultural que vive y respira con la evolución social. Ahí tienen el maravilloso revisionado que Guadagnino acaba de realizar con la mítica Suspiria de Argento, en la que una soberbia Tilda Swinton toma forma, es obvio, inspirada en Pina Bausch y el Berlín de los setenta. Una etiqueta e influencia que Waltz siempre ha rechazado, la de Bausch. Hay concomitancias, y ahí está Mary Wigman como posible punto de partida, pero también hay muchas diferencias que hacen de Sasha tan única como imprescindible.

Su lectura de la música de Purcell es evidentemente física, liberada y poderosa. Un torrente que cobra nueva fuerza en cada escena, comenzando con un increíble arranque que incluye un enorme tanque de agua donde van sumergiéndose los bailarines. Imagen increíblemente visual y plástica, el prólogo que se desarrolla en él, con el mar soberbiamente representado, enlaza a la perfección con el drama de Aeneas y el adiós a la vida de Dido, precisamente, quizá, lo más flojo de toda la representación, donde se aprecia la alegoría del paso del tiempo, pero no la maraña estética convocada. Magníficos todos los integrantes del Sasha Waltz & Guests, la sucesión de las distintas escenas crea un todo homogéneo, compacto e insisto, verdadero, que insufla una nueva vida a Purcell. Y luego que vengan los puritanos de siempre con las antorchas, que será un servidor quien reciba insultos y calificativos de “destroyer” por parte del Teatro Real.

Por su parte, Christopher Moulds logra la cuadratura del círculo con una Akademie für Alte Musik Berlin tan sensible como dinámica. Viva también. Una de esas formaciones que hacen disfrutar a través de su disfrute propio. Magníficos, desde cualquier punto de vista, acompañaron a un reparto solvente, donde destacaron la protagonista de Marie-Claude Chappuis, muy implicada en el desarrollo escénico, y con “sorpresas” como la estupenda Belinda de Aphrodite Patoulidou. Acertado Nikolay Borchev como Aeneas y algo tocado, en pleno proceso gripal, la hechicera de Yannis François.

Un espectáculo total, que nos permite seguir disfrutando de una verdad que tiene más de tres siglos. La verdad tiene muchas formas, supongo, pero esta de Waltz es maravilla.

Foto: Javier del Real.