Alfonso Aijón 3 Rafa Martín copia 1

Alfonso Aijón: "La música clásica en nuestro país es una gran mentira"


No te pierdas: Alfonso Aijón e Ibermúsica. 50 años. Artículo-homenaje con la participación de artistas como Daniel Barenboim, Zubin Mehta, Simon Rattle, Evgeny Kissin, Andris Nelsons y otros 22 nombres.


Nos vemos en febrero, antes de que toda la crisis del coronavirus estalle, aunque no obstante, Alfonso Aijón, presidente y fundador de Ibermúsica, se presenta a nuestra cita recuperándose de una afección que no parece precisamente leve. No ha querido faltar, ante el compromiso y la amistad, me comenta. Él es conocido en el mundo de la clásica no sólo por todo lo conseguido a nivel artístico, sino también por sus valores, que parece poner siempre por delante. Me confirmo ante el empresario, me descubro ante el hombre. 

Voy a empezar confesándole que me siento un poco sobrepasado, como si estuviese frente a una verdadera leyenda de la música...

(Titubea, elevando las manos) Bueno, bueno, eso es a todas luces demasiado...

Entiendo que todos, además, venimos a decirle lo mismo, pero el trabajo que ha hecho está ahí, cumpliendo ahora 50 años de actividad con Ibermúsica.

Sí, 50 años pueden sonar como algo grande, pero cuando trabajas, cuando haces algo que te gusta muchísimo, el esfuerzo no lo notas. ¡Notas los sustos! Cuando las cosas que quieres hacer no salen porque hay problemas económicos, que son siempre los problemáticos. Luchar con ellos es difícil, pero programar, invitar a artistas que te gustan, que son amigos... eso es una maravilla.

Me gustaría descubrir un poco al hombre que ha estado detrás de Ibermúsica 50 años, porque hay cosas que, aunque las haya leído, no termino de salir de mi asombro... Por ejemplo, ¿ha sido usted minero?

(Risas). Sí, poco tiempo, pero he sido minero. Cuando dejé la carrera de Derecho en segundo curso, en 1957 y salí de España, por las razones obvias de ahogo político y cultural que sufríamos, en el mundo que te encontrabas en Europa (que ahora es irreconocible) era muy fácil encontrar trabajo. Podías atravesar Francia y Alemania haciendo autoestop y cada vez que te bajabas del coche, cada 50 kilométros, alguien había que te invitaba a trabajar haciendo diferentes cosas. 

Así, he ido coleccionando profesiones. En el Ruhr estuve trabajando como minero, sí, pero antes en Marburg fui enterrador, donde empecé.  En los años 50 había una revista de música que se llamaba Aria, junto con Ritmo, la única que existía por aquel entonces. Conseguía salir adelante gracias a que utilizábamos todo el entramado y maquinaria de la revista Moda en España. Allí estaban Ruiz Tarazona, Anson... ¡quién hacía la crítica de la revista! ¡De todo lo que llevase plumas y lentejuelas! (risas). El caso es que en aquella revista publiqué algún artículo de mis emociones y sensaciones en la mina. Me encantaría recuperarlos.

¿Y después?

Después estuve en una fábrica metalúrgica. De ahí, un amigo mío de bachiller me introdujo en el Banco de España y trabajé de empleado de banca en Hamburgo. ¡Sin duda la peor ocupación que he tenido nunca! (risas) ¡Bancario, que no banquero! Tengo horribles recuerdos de aquello. Sin embargo, en aquella época pude contactar con el mundo real de la música, trabajando en Radio Hamburgo. En aquellos años, la música contemporánea se realizaba a través de la radio alemana. Allí conocí a Boulez, Stockhausen, Henze... grandes amigos que se han ido yendo, como es lógico.

Me cansé un poco del ambiente de la Alemania de los cincuenta y como yo era un poco rojillo, como era natural, cuando vi que el cura del pueblo donde yo estaba se subía al púlpito para hacer propaganda electoral, me dije a mí mismo que ahí no podía quedarme. Resulta que cuando estaba en la universidad, aquí en España, trabajé como secretario del embajador de Uruguay, único país sudamericano que bramaba contra Franco, por cierto. Y al tiempo, a uno de mis contactos de entonces le nombraron cónsul general en Alemania. Me llamó y como buen rojo, uno de mis sueños era cruzar el telón. Así fuí canciller en Bucarest. Tuve la oportunidad de estar en Odessa con pasaporte especial e ir a  todos aquellos sitios donde se hacía una música fenomenal. He podido escuchar a los grandes en su mejor momento: Richter, Oistrakh, Gilels...

Resulta que cuando quise volver, me crucé con otra oferta de trabajo para ser canciller en Hong Kong, que era otro de mis sueños porque siempre había querido ir a Asia; siempre he sido muy pro-chino, de toda la vida. ¡Y allí que me fuí! Estuve en la época de Mao, antes de la revolución cultural y pude estar mucho tiempo, por ejemplo, en Japón.

¡Dónde ha sido usted pastor de búfalos!

(Risas). Es cómico, porque resulta que yo acabé en Hong Kong porque al que habían nombrado cónsul no quería ir y como sabían que había un español que por techo y comida iba gratis a donde fuese... ¡pues yo fuí! Me pusieron un buen sueldo y vivía en un sitio estupendo... hasta que al segundo o tercer mes dejó de llegarme el cheque. ¡No tenía para comer! ¡Iba de fiesta en fiesta para comer en los cócteles! (Más risas). Un día aparecen mis colegas del consulado holandés y me dicen: “Alfonso, tenemos un trabajo para ti. Eres español, toreador.... viene un barco de Filipinas lleno de búfalos. Hace escala en Hong Kong y se dirige a Yokohama para sacrificarlos. Necesitamos a alguien que los cuide”. Y allí que me fui.

Quizá, de toda la lista, la imagen bucólica de pastorear los búfalos por Japón es lo que más envidia me despierte, confieso.

Y por mucho que imagine, la pena es que la gente de su edad e incluso mayores nunca podrán tener la sensación de ver cómo el mundo ha cambiado de forma tan tremenda. Físicamente incluso. He vuelto a Hong Kong, por ejemplo, y no puedo creerme lo que veo allí ahora. Es horrible. 

Su historia, en ese mundo cambiado precisamente, me recuerda un tanto a la de Philip Glass, cuando cuenta cómo hacía autoestop por Afganistán y Pakistan en camiones de petróleo...

Aquella época era preciosa. Yo estuve en esos dos países en unos tiempos en los que, cuando la gente de los pueblos te veían llegar, a lo lejos, venían a recibirte con una hamaca, con frutos secos y yogur. Eran una maravilla de gente hospitalaria. No había ningún temor. Los mejores albaricoques me los han regalado las gentes de Pakistán y los mejores melones de Afganistán, todavía me acuerdo. Ese mundo ha desaparecido. Por culpa de la guerra y por culpa del turismo. Donde llegue un chárter y un vuelo barato, ya no hay nada que hacer. En mi época no existía el trekking, ni las motos por todos lados, ni los coches... ¡en mi época no existían ni los caminos!

 

"El conocimiento lo es todo en la vida, también en la música"

 

¿Queda algún lugar único, real?

Ninguno. Bueno, posiblemente Bután, porque lo han cuidado muy bien. De toda Asia, que la conozco entera, nunca entré a Bután porque pedían dinero. Cada día, por persona, tienen una cuota de 250€. La lástima es que sólo pueden entrar los que tienen dinero, aunque el país lo han conservado muy bien. Ahí no se permiten las locuras que se hacen en Nepal, por ejemplo, que lo han echado completamente a perder. Ya no hay animales. No hay nada. Se lo ha cargado todo el turismo.

Con todas estas experiencias... ¿Quién es Alfonso Aijón?

Hombre, pues después de todo lo que he vivido, soy una persona que se siente muy bien en su casa, en el norte de España. Cada vez más bucólico y más contemplativo. ¿Leer? Pues ya he leído muchísimo a lo largo de toda mi vida. Lo paso mejor viendo cómo se divierte conmigo un petirrojo que llega a mi jardín,  viendo cómo dos gatos se procuran caricias, o escuchando el ruido de las ramas de los árboles con el viento. Esto es mucho en mi vida y es mucho para mí. Estoy muy naturalista. Creo que filosóficamente podría encuadrarse con el panteísmo, ¡pero sin practicarlo! ¡Yo no practico religiones ni ideas políticas! (Risas).

Pero lo ha meditado, que es lo suyo.

Sí, idealmente podría hablar de esas sensaciones. También podría decirle que políticamente hablando me sitúo más en la izquierda, por supuesto, pero también la izquierda ha cambiado. Ahora todo se parece. ¡Ahora todo es como la Coca-Cola! (risas).

Transmite usted una armonía y un equilibrio dignos de elogio. ¿Cuál es su truco?

Hay una cosa básica que capté yo de Mao Tse-Tung, precisamente. Son tres, en realidad. La más importante es no enfadarse nunca, por nada. Es algo que practico mucho. Lo segundo es no comer mucha carne y, por último, andar todo lo que puedas. Últimamente lo he transformado un poco. Desde luego, me quedo siempre con el no enfadarse nunca con nadie. Mi segundo mantra, podríamos decir, es que lo que sucede, conviene. Pase lo que pase. A favor, o en contra. Y por último, algo quizá más terrible, más agresivo: la mano que no puedas cortar, bésala. Con esas tres premisas, ¡se puede navegar! (risas).

No sé si son realmente fáciles de poner en práctica... ¡y mire que soy vegetariano y siempre voy caminando a todos lados!

No se preocupe, cuando viva los años que yo he vivido, estoy convencido que llegará a dominar las otras (más risas).

Y entre tanto, hace 50 años, surgió Ibermúsica.

Primero de todo, tengo que decir que Ibermúsica nació porque, cuando yo era muy jovencito, recibo una mangífica enseñanza primaria y secundaria en el Colegio Ramiro de Maeztu. Soy de la generación que comenzó a estudiar allí en 1940 y terminó en 1950. Íbamos al Museo del Prado dos veces por semana, de la mano de Pita Andrade, que más tarde fue director del propio museo. De música teníamos a Moreno Gans, compositor valenciano y a Rafael Benedito padre, que fue el fundador de la Masa Coral de Madrid y de los pocos españoles que han dirigido a la Filarmónica de Berlín. Una de las veces que vino la orquesta a tocar a Madrid, nos llevó a escucharla... ¡con trece años que tenía yo! ¡Con Knappertsbusch! Fue en los Cines Madrid, en la Plaza del Carmen.

Tuve la suerte de que, entre los muchos talleres y actividades que se daban en el Ramiro, a mí me dieron la emisora del colegio. Poníamos música durante los recreos y yo tenía a mi disposición toda la discoteca de las Misiones pedagógicas del bueno de García Lorca. Ponía los conciertos para piano de Beethoven con Artur Schnabel, o su Quinta con Strauss dirigiendo la Staatskapelle de Dresde. Al mismo tiempo, sin intuir lo más mínimo lo que me depararía el futuro, organizaba los conciertos de música en vivo que teníamos todas las semanas en el colegio... Cubiles, Querol.... lo organizaba junto a Carlos  Gómez Amat, un tipo fantástico.

¿Y fuera del Maeztu? ¿Recuerda sus primeros “encuentros” con la música?

Me recuerdo ya con 16 ó 17 años, yendo al Círculo Medina, o al Ateneo... A quienes venían entonces, también muy jóvenes, si me gustaban y veía que al terminar los conciertos estaban un poco perdidos, les invitaba a casa, a hacer música, a bailar con chicas o a comer. Después ya en el 57 me marché y cuando volví, en el 66, aquellos jóvenes de entonces me insistían en que por qué no montaba una agencia. Que yo estaba loco por la música y ellos estaban entonces bien situados. Esas personas que me animaban eran Zubin Mehta, Claudio Abbado, Daniel Barenboim... ¡así que seguí sus consejos!

¿Cómo fue el arranque?

Al principio me ayudó mi ex-suegro, al casarme con Cristina Bruno. Sin la base que él me propició habría sido imposible, porque teníamos que luchar con lo que había ya instalado, las sociedades filarmónicas. El mundo de la música empresarial en este país comienza con Ernesto Quesada, un cubano muy comercial que en el año 1927 tiene la visión de representar a la casa Stainway de pianos. Él los vendía, pero al mismo tiempo los ponía a disposición de las sociedades filarmónicas, que ahora están desapareciendo. Entonces venía Rubinstein, por ejemplo y daba diez conciertos en sendas sociedades, gracias a los pianos. Llevaban a Heifetz, Casals, Milstein... todos bien jovencitos. Un rastro maravilloso que queda de aquella época es la Sociedad Filarmónica de Bilbao. Uno entra a su antesala, con todas las fotos de estos grandes y se le caen las pestañas. Pero entonces se puso de moda lo sinfónico... 

O lo puso usted...

Bueno, lo pusimos... casi me siento responsable, sí. La gente ya no quería ir a las salas pequeñas, sino a la gran sala, a escuchar mucho ruido (risas). Las sociedades hicieron una labor  musical en España impagable, pero fue toda una moda, porque por aquel entonces sólo había cuatro orquestas en nuestro país. Ahora hay decenas. Todo el mundo, alcaldes, presidentes regionales, querían tener su auditorio propio y su orquesta. Incluso a costa de falsearlas, porque cuando comenzaron a crearlas no había músicos suficientes en nuestro país y se dedicaron a traer a instrumentistas mediocres del extranjero, que se han quedado en ellas y que están ocupando un sitio que, quizá, muchos músicos españoles ahora no pueden ocupar, porque no pueden entrar. Más que nada porque estas personas forman los tribunales que aceptan a los nuevos músicos y, de forma endogámica, son puestos que acaban dando siempre a sus amigos y discípulos. El caso más flagrante es lo que se ha estado haciendo con Joaquín Riquelme, que está en la Filarmónica de Berlín tras decirle que no la Orquesta Nacional de España. A la semana de la negativa ya estaba de fijo en Berlín.

 

"España es un país fabuloso que ha perdido mucho"

 

Dice Barenboim que usted ha hecho normal lo extraordinario.

Sí. Puede ser. Hemos dado ya más de 1300 conciertos. La gente se ha acostumbrado tanto a escuchar a la Filarmónica de Berlín, a la de Viena, la Concertgebouw de Ámsterdam... que ahora se permiten criticarlas. 

De todos modos, habría que definir qué es lo normal y qué es lo extraordinario... porque no sé si le hemos dado la vuelta a estos dos conceptos.

Lo extraordinario ahora es - y eso refleja lo que significa la música en España - James Rhodes o Rosalía. Abres las páginas de los periódicos y sólo aparecen ellos.

Me preocupa más Rhodes que Rosalía, ¿no cree? 

Rosalía como no es mi mundo, ciertamente, no me preocupa en cómo puede afectar a la música clásica, pero Rhodes es peligroso. Respeto mucho su vida y lo que ha sufrido, por supuesto, pero es un populista de la música. Tiene muchos seguidores por las redes sociales, pero no toca bien, ¡no toca nada bien! Me contaron una vez una anécdota sobre una joven pianista japonesa que estaba estudiando en un conservatorio de Alemania. El maestro le dijo: Si quieres tocar preludios y fugas de Bach, escucha la versión de Edwin Fischer. A los quince días la muchacha volvió, tocando exactamente como tocaba Fischer... ¡con todas las faltas, con todos sus errores! Tenemos que elegir bien a quienes nos sirven como modelo. Si toda la gente que admiran tanto a artistas como Rhodes, les copian, les sirven como referentes de lo extraordinario... estamos abocados a la extinción.

Parece sintomático el por qué Rhodes ha elegido España para venir a vivir y vender sus libros, para hacer carrera.

En este país todo es posible. La ventaja de España es que aquí todo es posible. Todo puede florecer. De hecho, ¡en el pasado este país era una maravilla! Luego se ha ido estropeando... (risas). España es un país fabuloso que ha perdido mucho.

¿Qué se puede hacer con la música en España?

Estuve viendo el otro día el informe de la SGAE de 2018 y se te cae el alma a los pies. De música clásica se hacen 15.000 conciertos al año. De pop se hacen 90.000. Visitantes: cinco millones de clásica, 27 de pop. Recaudación: 45 millones en clásica, 350 en pop. Esa es la situación de la clásica en España. Se encuentran ciertos supuestos antídotos de los que, aunque suene fatal, yo estoy en contra. Conciertos específicos para jóvenes, por ejemplo, que aunque supongan más ingresos para las orquestas, no conducen a nada. Tenemos la experiencia, totalmente contradictoria, de que nunca antes en España ha habido tantas escuelas de música y tantos jóvenes que toquen un instrumento como ahora. Todos esos que tocan una suite de chelo de Bach, o una pieza de flauta de Mozart, cuando cumplen 16 ó 17 años, el entorno se los come totalmente. El pop hace que se olviden de la clásica. ¿Por qué pasa esto? Porque no tienen la base de haber empezado con ello en la escuela.

Ese es el pilar que sustenta todo.

Mire, yo voy a Alemania, a países de Europa del norte, donde no hay apenas horas de sol y en todas las casas y en las calles hay flores. Decenas y decenas de sitios donde comprarlas. España es un país con sol y, sin embargo, no ves tantas flores como allí. ¿Por qué? Porque no las necesitamos. Allí arriba necesitan las flores para ver el sol que no tienen. Con la música aquí debería pasar igual. No es cuestión de entretenimiento ni adorno, es que aquí la necesitamos, aunque no seamos conscientes. ¡Tenemos que necesitarla! Yo recuerdo aquel primer concierto que le comentaba antes, al que asistí con el colegio, con la Filarmónica de Berlín tocando la Incompleta de Schubert... ¡Se me ponía la carne de gallina cuando escuchaba aquellas notas! ¡Llegaba a llorar! ¡Temblabas! ¿Cómo no vas a necesitar repetir aquella experiencia cuando te haces adulto? Pero para ello, necesitas haberla vivido antes. ¿Cómo necesitamos algo que no sabemos que existe? Si no necesitas algo, todo lo demás que hagamos, serán parches.

Para alguien que no sabe nada de música, o que la ha aprendido muy tarde, lo más seguro es que le pongas una sinfonía de Bruckner y no sepa qué hacer. Se sentirá incómodo, preguntándose cuándo se acabará y viéndose obligado a estar allí sentado por una cuestión social. La música clásica en nuestro país es una gran mentira. También se está perdiendo en Alemania, en Estados Unidos, en todos los sitios... El conocimiento lo es todo en la vida, también en la música. Si no arreglamos pronto cómo recibimos la música en los colegios, pronto no tendremos nada que hacer.

El humanismo con el que usted estudió, aunque no estuviera al alcance de todo el mundo, a la vista está que da resultados.

¡Y qué resultados! Un jugador del Real Madrid era el entrenador de fútbol y nos daba gimnasia al jefe de bomberos de la ciudad. Cada uno de nosotros teníamos un microscopio en el aula de ciencias. Cazábamos ranas para diseccionar en lo que hoy es el Museo de Ciencias Naturales... 

Quizá todo aquello ha dado forma a otro de sus grandes valores, si me permite decirle, que es cómo recibe las cosas. Contaba antes que lloraba escuchando a la Berliner... pero aquí  en Madrid, en el Auditorio Nacional, en sus propios conciertos, usted siempre aplaude como el que más. Esa pasión y esa humildad no la tienen todos los programadores, ni tampoco los críticos que nos sentamos a su alrededor...

Bueno, pero ustedes están en su derecho, han der ser objetivos...  Y bueno, hasta ahora he tenido la suerte que me gusta todo lo que traigo a Ibemúsica (risas). ¡Y si no aplaudo yo, que soy el programador...! (más risas).

Sí, pero quiero decir, veo más impostación en la contención de los críticos que en su entusiasmo aplaudiendo.

Siempre encuentro algo de lo que aprender. Incluso hay versiones que no terminan de gustarme, pero trato de ver los motivos que han llevado a los artistas a tomar las decisiones que toman. Saber el porqué de las cosas, o al menos preguntárselo, siempre ayuda.

 

"Ahora se toca tan maravillosamente bien y tan deprisa, que lo que hay dentro de esas notas no se escucha"

 

Y en estos momentos, ¿cómo está Ibermúsica? Ya incluso como identidad...

Su identidad no la ha perdido y eso es muy importante. Cuando pasó lo que pasó en 2015, tras 45 años apoyados por nuestros abonados, que son una maravilla, porque en ninguna parte del mundo cuentan con 2.000, 3.000 abonados desde el principio pagando fortunas..., cuando ocurrió que 800 de ellos se dieron de baja al mismo tiempo por la crisis, con todos los contratos firmados... Daniel Barenboim me dijo: “No debes nada a nadie, vete, cierra”. Pero por responsabilidad con todos esos abonados que me habían seguido durante 45 años y con las orquestas con las que tanía los acuerdos, quise seguir adelante. 

La cuestión es que no había manera de continuar, hasta que se acercó Llorenç Caballero, director de la Orquestra de Cadaqués, quien ha sido la formación residente de Ibermúsica durante muchos años, con intención de ayudar. Gracias a ello Ibermúsica ha podido continuar siendo la misma.

En aquel momento fueron varios los nombres de la música que arrimaron el hombro...

Lo que no se sabe, creo, es que muchos de ellos, como Zubin, Daniel, Tilson-Thomas, Jansons... tomaron como portavoz al director del Carnegie Hall, Clive Gillinson, para que escribiese una carta al Banco Santander. Así, Gillinson escribió a Ana Botín, ofreciéndole conciertos con todos ellos, patrocinados por el Santander, sin que este pagara en realidad absolutamente nada. En el Carnegie, en el Barbican Centre, en Berlín y en San Francisco, pidiendo a cambio 400.000€ para salvar Ibermúsica. 

Me llamaron del banco, pero ya no me recibió Ana Botín, sino un señor cuya tarjeta me hizo temblar: el director general de riesgos (risas). Me negaron la ayuda y sólo me ofrecieron un crédito con la garantía de mi casa. Así son los mecenas de este país. La liga de fútbol y la Fórmula 1 sí que lo patrocinan...

¿Entre los jóvenes talentos de ahora, hay alguien que le llegue, de veras, a sorprender?

(Piensa). No, la verdad es que no. Vamos, tendría que repasar con un listado en la mano por no olvidarme de nadie, pero creo que no. Disfrutar sí. Y los admiro, pero sorprenderme, no. Todo ha cambiado. Ahora hay una perfección técnica admirable y todo lo tocan tan maravillosamente bien técnicamente hablando, tan deprisa, a tanta velocidad, que no tienes tiempo de escucharlo. Lo que hay dentro de esas notas no se escucha. Quizá esté vacío. Veremos con el tiempo si todos los jóvenes talentos pueden repensar sus formas. ¿Por qué ahora los directores jóvenes hacen la Quinta de Mahler sin haber abordado antes todo el corpus sinfónico de Beethoven?

¿Eso quién lo pide? ¿El público, las orquestas...?

¡Lo quiere el director! Y las orquestas, como suele ser un nombre que vende, independientemente de sus resultados, lo aceptan.

¿Se ha dejado algo en el debe? ¿Alguna espinita? ¿Algo o alguien se le escapó?

Hombre, siempre sueñas y cuando uno sueña, hay cosas que pueden escapársete. Se me escapó y no se me escapó, porque en realidad nunca hubiese trabajado con él, por la forma que tenía precisamente de trabajar: Carlos Kleiber. Es bien sabido que, como todos los organizadores del mundo queríamos tenerle, pedía una barbaridad de dinero por un concierto o dos, cobrándolo siempre en metálico y guardándolo en la nevera. Cuando se le iba acabando, volvía a dar más conciertos. Una vez conté con él, pero sin anunciarle, con la Orquesta de Múnich. “Director a determinar”, decía, porque sabía que a él no le gustaba que le anunciaran con tiempo ya que se llenaba de japoneses que venían de todos los sitios. Alguien le dijo que le había anunciado, cosa que no era verdad y se enfadó mucho. Me escribió por una cosa que había antes, que era el Télex: “No le conozco, pero he oído hablar muy bien de usted. Seguro que en el futuro podemos hablar, pero usted está anunciando un concierto que yo no  voy a dar porque odio a esa orquesta y seguro que usted ha negociado con el imbécil del concertino” (risas). ¡La pena es que el Télex usaba un papel en el que luego se borraban los mensajes! ¡Me hubiese encantado tenerlo guardado!

Sólo Kleiber en todo este tiempo, no está nada mal...

Bueno, eso y si hubiese tenido muchísimo dinero, o algún magnate del petróleo me hubiese querido patrocinar, me he quedado con las ganas de hacer un teatro pequeño con ópera barroca y contemporánea.

¡Fíjese! ¡El gran señor del mundo sinfónico... suspirando por un teatrito barroco!

(Risas) ¡De hecho, donde realmente yo disfruto es con la música de cámara! Me limpio los oídos con ella.

Foto: Rafa Martín.