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Largo al factotum

Granada. 21/07/2020 y 26/07/2020. Festival de Granada. Palacio de Carlos V. Beethoven: Sinfonía no. 4. Conciertos para piano no. 3, no. 4 y no. 5. Orquesta Ciudad de Granada. Kristian Zimerman, dir. musical.

Kristian Zimerman es un pianista de leyenda. Quien más, quien menos, todos nos hemos rendido ante su integral de los conciertos para piano de Beethoven junto a Leonard Bernstein. De ahí que fuera máxima la expectativa ante su sorprendente presencia en el Festival de Granda para repetir precisamente esa gesta, con los cinco conciertos del genio de Bonn junto a la Orquesta Ciudad de Granada, a la que también dirigió al frente de la Cuarta sinfonía. Abran paso, Largo al factotum!

En una entrevista concedida al Ideal, el pianista polaco comentaba que había venido a Granda a jugar, valiéndose del doble sentido del verbo inglés 'play', que alude por igual a la ejecución musical como al hecho del juego propiamente dicho. Y ciertamente bajo ese prisma debería analizarse y valorarse su desempeño durante estos días en la capital andaluza. Pude asistir a dos conciertos, no a la integral completa propiamente dicha. Por un lado Tercero y Cuarta, el día 21 de julio; y por otro lado los conciertos Cuarto y Quinto, el día 26. Me perdí pues Primero y Segundo, pero creo que lo sustancial pasó en estos dos conciertos que nos ocupan.

Hombre con fama de excéntrico, lo cierto es que Zimerman estaba nervioso, presa de un enorme y visible entusiasmo, que no lograba -ni quería- ocultar. No estamos ante un director al uso, ni mucho menos, y de ahí que inicialmente sorprendiera el buen resultado que logró con la Cuarta sinfonía, aunque optó por tiempos amplios y dilatados, más manejables, pero más exigentes, difíciles de sostener sin fisuras. Así las cosas, y armado con un lápiz a modo de batuta, logró un sonido realmente nítido y compacto de la Orquesta Ciudad de Granada, pero fue inevitable encontrarse con pasajes lánguidos y un tanto morosos, especialmente en el Adagio, a pesar del buen desempeño de las maderas del conjunto. En todo caso, meritorio el arrojo y el valor de Zimerman para enfrentarse a un reto así, a estas alturas su carrera. Explorar y explorarse, jugar en suma, con Beethoven como pretexto. 

El Tercero, en cambio, fue un ejemplo de todo aquello que ha hecho grande a Zimerman, hasta colocarlo en el olimpo de los pianistas del pasado siglo XX, que ya es decir. Limpieza, nitidez, suavidad, precisión, fluidez, espíritu. El exhibicionismo es bienvenido cuando hay algo que exhibir. Y aquí hubo instantes colosales -bellísimo el Largo-. Extrañó ver a Zimerman con unas grandes muñequeras cubriendo sus antebrazos, relajando una y otra vez sus brazos conforme alternaba entre el teclado y las indicaciones a la orquesta. Entusiasta en su gesto, quizá con exceso, dando casi todas las entradas, convenció Zimerman con un Beethoven encendido, pasional y cálido, con instantes de sutilísima musicalidad.

No perdió ocasión Zimerman, por cierto, de manifestar ante el público su desacuerdo con los últimos ajustes realizados por Steinway en sus pianos -en la entrevista antes citada, él mismo lo comenta, aunque sin terminar de aclarar a qué se refería-. Lo cierto es que el pianista polaco optó, en ambos conciertos, por destapar por completo el piano, lo que unido a la particular acústica del Palacio de Carlos V, dejaba una sensación un tanto descarnada en algunos momentos, como si al sonido le faltase un mayor apoyo, un colchón que a veces se afanaba en vano por compensar con vigorosos golpes de pedal.

Pero a pesar de los nervios y las tensiones, a pesar de enfrentarse a los elementos, lo cierto es que Zimerman daba la impresión de estar disfrutando con este reto. El Cuarto fue así quizá el más logrado de los tres conciertos que le escuché. Equilibrado, a pesar de alguna extravagancia en los tiempos y algún pasaje más caprichoso de la cuenta. En el Andante con moto se hizo música con mayúsculas, con la Orquesta Ciudad de Granada en complicidad absoluta, en entrega palpable. Se hizo la magia, hubo un entendimiento que se había forjado durante días de ensayo y un trabajo que imagino intenso y exigente.

Y llegó el turno del Quinto, piedra de toque para todo pianista de talla, más aún para Zimerman. De nuevo visiblemente nervioso, agitado, como consciente de a qué se enfrentaba, combatiendo consigo mismo, con los elementos y con el piano, Zimerman alternó aquí pasajes de auténtico vértigo y asombrosa precisión con otros de mayor alboroto y menos fortuna. Pero créanme, el Adagio del Emperador en manos de Zimerman sigue siendo algo inolvidable, inmortal. Solo por eso ya hubiera merecido la pena ir a Granada este año.

Personalmente disfruté mucho viendo y escuchando a Zimerman, incluso con sus imperfecciones y sus tensiones. No es hoy el virtuoso extraordinario de antaño, de acuerdo. Pero es un músico de una sensibilidad singular, con una técnica a prueba de bombas. Lo que hace grande a un músico es la capacidad para construir y sostener un sonido propio. Y eso lo sigue haciendo Zimerman, casi como en sus mejores días. 
 
El último concierto, el Quinto, fue la apoteosis de toda la serie de contrastes que vengo apuntando. Esforzado y entusiasta, Zimerman parecía decidido a darlo todo, a superarse. Pero se vio obligado a luchar con un irritante viento que insistía en mover su partitura. Pendiente al mismo tiempo del teclado, la orquesta y la partitura, fue inevitable que Zimerman se atropellase en más de una ocasión. Llegó a estar visiblemente desquiciado, pero no tiró la toalla, reconponiéndose una y otra vez. 
 
Bendita locura, pues, la de esta integral de los conciertos de Beethoven a la que Zimerman se prestó, retomando su actividad tras varios meses de reposo, primero por una operación que le forzó a quedarse varias semanas en Asia y más tarde a causa de la pandemia del coronavirus, con las agendas de todos los auditorios paralizadas. La Orquesta Ciudad de Granada estuvo sin duda a la altura del compromiso, con la incorporación de la violinista Maria Nowak-Walbrodt como concertino.
 

Foto: © Bartek Barczyk / Deutsche Grammophon