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Antonia Brico: ¡Ay, Antonia! Carta a una pionera

Querida Antonia,

Nunca hemos coincidido en este mundo, pero cuando supe de tu existencia, inmediatamente llamaste mi atención y sentí la necesidad de escribirte. Antonia, te he llevado conmigo todo este tiempo sin saber que existías. En el fondo, creo que incluso te buscaba.

Todo empezó con una película llamada La directora de orquesta, dirigida por Maria Peters. Normalmente, este tipo de cine no me llama la atención, en parte porque suelen ser cintas mal documentadas, o dan una idea equivocada de lo que podría ser una escena musical cotidiana: me parece un poco ridículo cuando aparecen pianistas que a ojos del espectador no diferencian entre grave y agudo o directores que no saben dónde están el uno y el dos, pero por cosas de la vida, pandemias y eso, para qué te voy a contarparé en ella. Qué descubrimiento, cuántos sentimientos encontrados... La película está adaptada a los gustos actuales, pero tu historia me remueve las entrañas. Suficiente como para investigar un poco más sobre ti.

Con el subidón -o el bajón, según se vea- de la película, encontré bastante información en internet: el documental que Jill Godmilow grabó en 1974 -Antonia: A Portrait of the Woman- es simplemente magnífico.Tú ya lo sabes, porque gracias a él volvieron a recordar que existías y estuviste de nuevo de moda, dirigiendo a un nivel al que pocas -pero preciadas- veces se te permitió acceder. Permíteme decirte que ver a una mujer en sus setenta dirigir con esa determinación y savoir-faire, incluso ahora -año 2020- ha sido un shock para mí. Verte ensayar Madama Butterfly desde el piano, inmersa al cien por cien en lo que hacías, buscando insis- tentemente esa continuidad tan importante en Puccini... Es algo que simplemente no ha estado en mi día a día desde que me dedico a la dirección. Por eso tú eres tan relevante en la historia.

Tú, que allá por los años 30 pudiste saborear orquestas como la Filarmónica de Berlín, Múnich, Los Ángeles, la Sinfónica de la Radio de Viena, también la de Stuttgart, la Sinfónica de San Francisco... No quiero imaginarme en qué situaciones te habrás encontrado. Si te digo la verdad, en 2020 me sobran los dedos de las manos para contar las mujeres que han dirigido semejantes orquestas.Visitar el siglo XXI te dejaría un sabor agridulce, Maestra. Por un lado, hay más mujeres que nunca en el podio. Por otra, el machismo se viste con una capa invisible, lo cual nos quita la posibilidad de enfrentarnos de verdad.

Antonia, a ti te decían a la cara que no podías dirigir porque eras una mujer. Qué vergüenza de sociedad. Las actitudes abier- tamente machistas están muy mal vistas hoy día, pero eso no quiere decir que no existan, las cosas funcionan de forma muy diferente.Yo, que soy española, crecí en un ambiente post-dictatorial en el que muchas mujeres se enorgullecían de poder tener una cuenta propia en el banco y vestirse con pantalones para trabajar. Con eso nos vendían la sensación de que las cosas habían cambiado y de que nuestra situación era mucho mejor. Pero es muy difícil erradicar tantísimos años de represión. Nuestro sistema referencial está muy arraigado y cada una de nosotras tiene que tomar la opción de formar parte de él o poner sus energías en romper las cadenas. Así lo decían los críticos de la época, que hablaban de tu solvencia, tu energía, tu determinación, tu optimismo... El San Francisco Examiner dijo de ti que eras “un fenómeno y un símbolo. Un fenómeno por su dominio de la orquesta: un símbolo porque ilustró la emancipación de la mujer de los grilletes impuestos por los hombres a lo largo de los años”. Sólo una mujer tan brillante como tú podría haber roto los esquemas de tantas mentes cerradas.

Tu querida Brico Orchestra -hoy día es la Denver Philharmonic Orchestra-, que dirigiste desde 1948 hasta 1983, me ha enviado todos los programas de mano que conservan de tu época de directora.Te gustará saber que no sólo conservan tu legado, sino que el escenario sobre el que ahora tocan lleva tu nombre y eres todo un orgullo para ellos. Mirando esos programas de mano -nada más y nada menos que 158- observo que no sólo has sido imaginativa a la hora de programar, sino muy inteligente a la hora de combinar tradición e innovación y muy consecuente estéticamente en la confección del repertorio. Has dirigido de todo, Antonia. Sé que te habría gustado dirigir más. No cabe duda de que, como dices en el documental, tenías energía para cinco conciertos al mes -lo cual nos da una idea de tu sentido de la responsabilidad a la hora de preparar un programa-. Desde la distancia observo con gran impotencia que tú deberías haber estado en todos esos libros de los dinosaurios de la dirección. Pero tú no eras ningún dinosaurio, el nombre de Antonia Brico representa todo lo contrario: una mujer que en los años 30 ya había conseguido dirigir las mejores orquestas del mundo no entraba en la cabeza de aquellos que querían enseñarle al mundo sólo una parte de lo que algunos pueden hacer con la música.

 

Brico mujeres brico orchestra

 

Reconozco que hay algo que me tiene muy desconcer tada, querida Maestra. Entre todos los documentos a los que he tenido acceso, hay artículos sobre ti, programas, críticas... De entre todo, sobresalen cuatro cartas de recomendación que no tienen precio y por las que cualquier director de la época habría matado. Bruno Walter, Jean Sibelius, Arthur Rubinstein y Wilhelm Furtwängler te cantan sus alabanzas, ¡sin que se les caiga un anillo por ello! Perpleja me tienes, Antonia, que cuando rasco un poco encuentro oro: Bruno Walter decía que habías nacido para dirigir; Sibelius que eras inspiradora y tus maneras eran magistrales; Rubinstein dio cuenta de lo fina y excelente que eras como directora. Furtwängler decía que sabías lo que querías y que eras una directora “absolutamente magistral”. ¡Ay, Antonia! Lo que se ha perdido este mundo por no haberte valorado lo suficiente a la hora de la verdad.

El verdadero desconcierto no es que escribieran estas maravillas de ti. Los pocos vídeos y grabaciones que he alcanzado a disfrutar, prueban tu excelencia: tus interpretaciones de Mozart, Bruckner y Sibelius son conmovedoras. Puede que las orquestas que diriges en las grabaciones no fueran las mejores, pero huelo tus ideas a través de mis auriculares, años después. Por más que lo intento, no entiendo qué pasó para que, a pesar de tener estos valiosos avales, nunca pudieras llegar a ser directora titular de una orquesta profesional.Tú ya lo decías: “No me llamo a mí misma una mujer directora, me defino como un director [conductor] que resultó ser mujer”. No es más que eso. Pero ser una mujer tenía un precio que tú, legítimamente, te negabas a pagar.

Desper taste más pasiones de las que tú misma pensabas, tuviste gente que te apoyó y rompiste muchas cadenas, pero tu talento necesitaba más. Te entiendo, Antonia. Eras una joya y quienes tenían el poder de alzarte como referente musical carecieron de agallas suficientes para hacerlo, sucumbiendo a sus propios prejuicios.

En el siglo XXI tenemos más referentes en los que mirarnos, pero, si te digo la verdad, cuando vi tu película me sentí más identificada que nunca. Pensé en mis compañeras, pues la ventaja es que ahora no estamos tan solas como tú lo estabas. La gran diferencia entre tu época y la mía es que tus enemigos tenían cara y ojos: el cantante John Charles Thomas declaró que no quería dar un concierto contigo porque “le restaría protagonismo”; el manager de la Filarmónica de Nueva York te confesó que “las mujeres que vienen de público esperan ver a un hombre. Has nacido 50 años demasiado pronto”. Hoy día está muy mal visto decir algo así, pero no quiere decir que muchos no lo piensen. En estos años, también han cambiado las cosas y la sociedad ha sucumbido a lo “políticamente correcto”, en detrimento de la honestidad. La dirección sigue siendo una profesión predominantemente masculina; si bien podemos acceder a la Universidad con más naturalidad y trabajar -aunque a veces las condiciones sean ofensivamente diferentes respecto a nuestros compañeros-, nos cuesta mucho que nos consideren “adultas” y que nos den posiciones de más responsabilidad. Te alegrará saber que ahora hay unas cuantas titulares de orquesta por el mundo y muchas directoras asombrosas y llenas de talento. Sin embargo, muchos siguen tratándonos con condescendencia, sin tomarnos en serio, desconfiando de nuestros métodos, nos sexualizan o dicen que no tenemos talento. O nos reducen a un porcentaje ridículo del que además se sienten orgullosos. Nuestro camino ahora es bien largo por culpa de ese enemigo invisible que reviste el sexismo de exigencias sin sentido. Cada persona y cada cuerpo son originales: así deberíamos dejar que se manifieste nuestra música, de forma original, sin tener que copiar “por imperativo histórico” esos modelos de los que habla el San Francisco Examiner. Lo verdaderamente importante es conocer la música y comunicarla, como decía Bruno Walter en su carta.

En tu época, todas las personas que te apoyaron, lo tenían todo en contra. Aun así, lo hicieron con la mayor honestidad. Hasta la mismísima Eleanor Roosevelt cayó rendida ante tu personaje, apoyando tu primer proyecto en Nueva York: hay que ser muy valiente para crear una orquesta en la NuevaYork de los años 30 cuyas integrantes fuesen exclusivamente mujeres, demostrando así que ni los instrumentos ni la batuta estaban fabricados para ser exclusivamente tocados por hombres y que las mujeres eran capaces de hacerlo a un nivel altísimo. No te das cuenta, Antonia, pero en tu mente no existían los límites. Sólo te movía el amor por la música y con esa premisa lo hiciste todo en la vida. Ni siquiera sucumbiste al amor, porque sabías que casarse significaba supeditarse a la figura de un marido.

Con toda la humildad, pero también la cercanía, me gustaría decirte que me veo en ti. Me gustaría que mis compañeras te conocieran lo suficiente como para verse reflejadas también, pues somos parte de la misma lucha en momentos históricos diferentes.¡Ay,Antonia! Eres a la dirección lo que Harvey Milk al movimiento LGBTIQ+ y Rosa Parks a la lucha antirracista, pero no te hemos reconocido lo suficiente. Qué nostalgia tan grande es aquella que tienes sobre lo que no has vivido. No me gustaría que vieses esta carta como una queja constante del mundo en que vivimos, pero como eras una feminista declarada, sentía que tenía que explicarte cuáles son los problemas en esta época. Te hablo de tú porque eres el mejor espejo en el que podría mirarme. Me he emocionado con tus grabaciones, con cada documento y comentario que he leído sobre ti. Tu talento era tal, que se hizo innegable a ojos de los que de verdad pensaban en la música como lo que es, un arte de lo más puro y venerable que trasciende cualquier estereotipo en la búsqueda de algo sin duda mucho más noble que nuestros cerebros limitados y condicionados por nuestro entorno.

¡Ay, Antonia! Si te hubieses llamado Antonio, qué habría sido de ti... Hoy los numerosos discos que nunca pudiste grabar formarían parte del top mundial y se te consideraría la especialista en Sibelius por excelencia, al igual que Mengelberg y Walter lo eran de Mahler.

Hay una sola razón por la que le agradezco a la vida la última letra de tu nombre. Si te hubieras llamado Antonio, muchas mujeres no habrían visto las maravillas que una mujer es capaz de crear solo con las migajas que recibe de aquellos que sólo utilizaban los ojos para juzgarte.Tu talento, resiliencia y perseverancia son una inspiración para todas las mujeres que compartimos tu amor por la música. Tu legado, un motivo más para no rendirse.

Con todo mi respeto y admiración, Irene.

P.D.: Busqué desesperadamente a Evgenia Svetlana, de quien dices en el documental que dirigía en la URSS sin parar. Resulta que no era tan mujer... Se llamaba Yevgeny Svetlanov. Como tú dices, no paraba de dirigir, pero ahora ya sabes por qué. De él sí que hay muchas grabaciones y documentales. Pero de momento, seguiré rascando a ver si encuentro más joyas sobre ti.

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Esta carta no habría sido posible sin la desinteresada colaboración de Valerie Clausen y la Denver Philharmonic Orchestra, que con mucho gusto me proporcionaron incluso más información de la que había solicitado y a quienes no quería dejar pasar la oportunidad de agradecerles su amabilísimo gesto.