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James Levine, o la batuta incansable

Conocimos esta semana el fin de la vinculación profesional entre el director James Levine y el Metropolitan de Nueva York. No parece claro, sin embargo, que esto suponga el fin de la trayectoria de Levine como director, si bien casi todos sus compromisos en los últimos años se ceñían a su actividad en el Met. Levine ha sido la batuta más revolucionaria en la historia del foso neoyorquino. En los casi cuarenta años de su titularidad allí, no sólo se ha consolidado el sonido de la orquesta, cada vez más firme y solvente, sino que se han abierto las puertas del Met a un repertorio cada vez más extenso. Fue con Levine cuando llegaron al Met títulos como Lulu (Berg), Moses und Aron (Schoenberg), Porgy and Bess (Gershwin), Rise and Fall of the City of Mahagonny (Weill) y encargos específicos como The Ghosts of Versailles de John Corigliano. Maestro curioso, reivindicó algunos títulos inéditos en Nueva York, como el Stiffelio de Verdi o Idomeneo y La Clemenza di Tito de Mozart. En total, en el haber de Levine en el foso del Met se cuentan 2.551 funciones de un total de 85 títulos, procedentes de hasta 33 compositores distintos, habiendo abordado el Anillo de Wagner en dos producciones distintas.

Vapuleado por la crítica a comienzos de los noventa, acusado de un adocenamiento superficial, lo cierto es que sin su liderazgo, de un raro carisma, el Met no habría capeado los sucesivos temporales que han ido complicando su viabilidad desde finales de los años setenta. Asistente de George Szell en Cleveland entre 1964 y 1970, Levine debutó en el Met con sólo 28 años de edad, en 1971, al frente de una Tosca con Franco Corelli y Grace Bumbry. Apenas cinco años después fue nombrado director musical del teatro, en sucesión de Rafael Kubelik, y una década más tarde, en 1986, era aupado asimismo a la condición de director artístico de la institución, labor que desempeño por casi dos décadas.  Los años 70 fueron sin duda el momento más brillante de su hacer, el más intenso también para él en los estudios de grabación de RCA, lo mismo en repertorio sinfónico que en materia operística. Esa década culminó para él con dos hitos: primero en 1976, en Salzburgo, donde dirigió La Clemenza di Tito; y después en Bayreuth, en 1982, para dirigir nada menos que la producción del centenario de Parsifal.

Desde 1999 sucedió a Celibidache en la Filarmónica de Múnich, hasta el año 2004 cuando la Sinfónica de Boston le nombró director musical de su orquesta, lo que enrareció desde entonces un tanto su vínculo con el Met de Peter Gelb. Ese compromiso con Boston terminó en 2011, fecha para la cual Fabio Luisi había sido ya incorporado al Met como director principal, manteniéndose a Levine como director titular del teatro. La mermada salud de James Levine había complicado aún más las cosas, volviendo su agenda más irregular y obligando a una renovación del foso, en la temporada 2013/2014, para hacerlo accesible a su silla de ruedas. La enfermedad, primero graves problemas de espalda y después el párkinson, complicaron de forma irremediable su actividad en la última década y media, por mucho que su tesón pugnase por imponerse más allá de las evidencias.

Parece claro que Levine no ha sido un talento comparable a otros de su generación, como Muti o Jansons. Pero tampoco caben muchas dudas sobre su oficio, versátil e incansable. Fue un colega íntimo e intenso para muchos grandes artistas de las últimas décadas y de alguna manera Levine es el padre del Met que hoy conocemos, su artífice directo y al mismo tiempo su mentor espiritual. A partir de ahora, Levine quedará finalmente como director emérito del Metropolitan de Nueva York, ocupándose del Lindemann Young Artists Development Program. Para la próxima temporada se ha previsto que Levine mantenga su compromiso con las tres reposiciones que iba a dirigir (L´Italiana in Algeri, Nabucco e Idomeneo), si bien no estará en el foso en el estreno de la nueva producción de Der Rosenkavalier con Robert Carsen y Renée Fleming.

¿Quién sucederá ahora a Levine en Nueva York? El Met ha aclarado ya que no será Fabio Luisi, que se desempeña también ahora como director musical en la Ópera de Zurich. No hay a decir verdad ningún director estadounidense que apunte maneras hasta el punto de ser un candidato real a la titularidad del Met. Parece pues obligado mirar más allá: descartadas las batutas más veteranas (los Muti, Jansons y demás), el candidato ideal sería Antonio Pappano, que acaba de renovar sin embargo hasta 2020 sus compromisos en Londres y Roma. ¿Por qué no un tránsito pausado, con margen para que Pappano se incorpore en la temporada 2020/2021? No parece imposible pero tampoco suena fácil. Si el Met tuviera la valentía de apostar por un talento aún joven y en proyección, la opción por el español Pablo Heras-Casado sería la más lógica, por delante a mi juicio del canadiense Yannick Nézet-Séguin, actualmente al frente de la Orquesta de Filadelfia y sin duda también uno de los candidatos más al alza en las quinielas, y descartando al letón Andris Nelsons, muy requerido por sus compromisos estables en Boston y Leipzig. Quizá haya otros “tapados”, como Alain Gilbert o Gustavo Dudamel —con muy poca experiencia en el foso todavía—. Sea como fuere, saldremos de dudas en apenas unos meses.