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Sevilla, la barroca

Sevilla (6/02/2024). Teatro de la Maestranza. Alcina. Haendel. Jone Martínez (Alcina), Maite Beaumont (Ruggiero), Daniela Mack (Bradamante), Lucía Martín-Cartón (Morgana), Ruth González (Oberto), Juan Sancho (Oronte), Riccardo Novaro (Melisso). Orquesta Barroca de Sevilla. Lotte de Beer, dirección de escena. Andrea Marcon, dirección musical.

Si hay un estilo artístico unido a la ciudad de Sevilla, ese es sin duda el Barroco. No solo porque en esa época surjan pintores, escultores, imagineros o arquitectos cuya obra perdura, sino también porque marca una impronta en la ciudad, en su manera de vivir y de ser que recuerda lo mejor del barroco: la exuberancia de la de decoración junto a la profunda belleza del estilo. Prueba de ello sigue siendo, cada primavera, la explosión de la Semana Santa, marca inconfundible de la ciudad. Por eso, oír música barroca en Sevilla es siempre algo muy especial. Si además está servida de manera tan extraordinaria como en la Alcina de G. F. Haendel que ha programado el Teatro de la Maestranza, la experiencia se hace aún más placentera. 

Varios son los factores que han hecho de esta función algo muy especial, pero destacaría entre todos ellos el estupendo trabajo de la Orquesta Barroca de Sevilla, que al mando del veterano y gran maestro Andrea Marcon, dio toda una lección de virtuosismo, perfecta interpretación y, sobre todo, de encaje impecable para disfrutar de la música de Haendel de una manera espectacular. Y es que esta joya que tiene su sede en Sevilla tiene que luchar por su supervivencia frente a unas instituciones, de cualquier color político, que no se dan cuenta que este conjunto está a la altura de las agrupaciones más destacadas tanto nacionales como internacionales. El trabajo del equipo que dirige la Orquesta es admirable y su calidad siempre puesta en valor en todos los foros posibles. En esta ocasión, como ya decía, estaban bajo las órdenes de un gran especialista en el repertorio barroco. Marcon dirigió (clavecinista también en la función) dejando su marca personal en una interpretación medida y concentrada, fiel al Haendel londinense, a ese compositor que triunfaba en una de las plazas más cotizadas de la época creando una ópera que se encuentra entre las más brillantes de su amplio catálogo. Elegante en los recitativos, espléndido en la marcación de las arias, su versión fue brillante y hermosa. Destacar a uno u otro de los componentes es casi injusto, pero no puedo olvidar momentos solistas realmente emocionantes, como la intervención de la violagambista Elvira Martínez en el aria Credete al mio dolore, de una belleza que para mi será difícil olvidar. También señalar al concertino Bojan Cicic, también con solos de gran virtuosismo, a Irene Roldán al clave o las dos trompas: Ricardo Rodríguez y Rafael Mira. Un privilegio escucharlos. 

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No le fue a la zaga en brillo el fenomenal grupo de cantantes que reunió el Maestranza para esta ópera. En primer lugar hablar de la Alcina de Jone Martínez. Desde su primera intervención en solitario con Di’ cor mio quanto t'amai se vió claramente que estábamos ante una voz de una calidad extraordinaria. Toda su intervención estuvo en la misma línea: seguridad en toda la tesitura, bellísimo color y un estilo elegante y atractivo. Cada una de sus intervenciones fue un éxito y dentro del gran nivel general fue la triunfadora vocal de la noche. Maite Beaumont ha demostrado en mil batallas barrocas que es una cantante de primer nivel, una auténtica y característica voz barroca  Su Ruggiero fue de menos a más y destacó en esas arias lentas, realmente delicadas, que Haendel escribió para este papel como Verdi prati, selve amene. Pero también defendió perfectamente el canto de coloratura en la complicada Stà nell'Ircana pietrosa tana. Muy bien Daniela Mack como Bradamante. Su timbre oscuro dio gran empaque al papel, y destacó especialmente en su trabajo en las arias de más compromiso vocal. La Morgana de Lucía Martín-Cartón fue una auténtica delicia gracias también a la extraordinaria música que creó para su papel el compositor alemán, como la atractiva aria que cierra el primer acto de la obra Tornami a vagheggiar. Ya en roles más secundarios, admirar el canto del tenor Juan Sancho como Oronte. Demostró su destreza en las coloraturas y un fiato envidiable. Muy bien también Melisso de Riccardo Novaro y cumplidora Ruth González como Oberto. 

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La producción de la Ópera Alemana del Rin estaba firmada por la conocida Lotte de Beer (la reposición estaba a cargo de Julia Langeder). De Beer es una directora escénica que tiene momentos brillantes (recordamos con gusto su Trittico de Múnich que se pudo ver después en Barcelona) y por otros bastante decepcionantes (como sus Nozze del Festival de Aix-en-Provence). En esta ocasión sitúa la acción del libreto rocambolesco, complicado y lleno entrecruzamientos amorosos de Alcina en una isla, podíamos pensar que caribeña, en los años 40 del siglo pasado. La idea escénica se basa en unas plataformas móviles que juntas asemejan una mansión playera (con una chimenea incluida) y que se van moviendo según las exigencias de la historia. Todo el conjunto escénico, iluminación, vestuario, resultan pobres y demasiado simples, pero de fácil adecuación para todo el teatro. Simplemente están ahí sin que aporten nada a la historia que, repito, no es fácil de representar. El trabajo actoral es correcto, intentando la directora hacernos ver todo lo que ocurre en escena como un engaño más de la maga Alcina que realmente es una mujer mayor y derrotada. Demasiado poco para una firma tan buscada internacionalmente. 

Pero lo que será inolvidable en la noche sevillana, llena de luces y sombras tan barrocas, será el triunfo, una vez más, de la música bien interpretada. 

Fotos: Guillermo Mendo