faust staatsoper HERMANN UND CLARCHEN BAUS

Mirando al techo

06/10/2017. Berlin. Staatsoper Unter den Linden. Schumann: Escenas del Fausto de Goethe. Elsa Dreisig (Gretchen). Roman Trekel (Faust). René Pape (Mefisto). Staatskapelle Berlin. Staatsopernchor Berlin. Jürgen Flimm, dirección escénica. Daniel Barenboim, dirección musical.

Seguro que todos recordamos esos episodios en los que el gobierno de turno, ante la llegada inminente de las elecciones se dispone recolectar votos inocentes forzando las agendas e inaugurando lo imposible: aeropuertos con goteras, puentes que terminan en el vacío o teatros sin las capacidades escénicas en marcha. Son episodios sonrojantes que ocurren en España… y en Alemania. Tras siete años de obras, que incluyen cuatro de retraso de ejecución, el histórico y emblemático edificio de la Staatsoper Unter den Linden reabría sus puertas al público con la presencia de la canciller Merkel incluida.

La reforma del edificio ha dotado de nueva vida y majestuosidad a un entorno que estaba ciertamente apolillado, respetando escrupulosamente el estilo paladiano original. La sensación es que nos encontramos en el mismo lugar familiar de siempre pero saneado, reforzado el espíritu coqueto de tesoro, de caja de música en beige cubierta de filigranas. La obra sin embargo no está terminada. Imagino que el martes a Merkel se le ocultarían la cinta americana en las puertas, los rodapiés sin pintar y esos cables sueltos que invitan a guardar una distancia de respeto, algo imposible de obviar en la segunda representación a la que asistí.

Tras 400 millones de euros gastados y sin posibilidad de prorrogar en el teatro Schiller, ya no había plan B. Había que inaugurar, y en vez de elegir una obra emblemática del repertorio alemán, se ha apostado por Escenas del Fausto de Goethe, de Schumann, ajena al canon y con enormes dificultades dramáticas para su representación. Si uno espera cierta majestad y un clima de celebración en una inauguración, la producción de Jürgen Flimm promociona precisamente lo contrario. Un espíritu de arte y ensayo vacío, de vodevil con aspiraciones, domina la representación. Ni las prisas, ni el hecho de que Saul, la obra planeada originalmente, se cancelara por enfermedad de su autor (Wolfgang Rihm), ni el hecho de que la caja escénica estuviera a mínima funcionalidad justifican esta propuesta de apaños y urgencias.

Daniel Barenboim condujo su Staatskapelle con la maestría habitual, mostrando ese romanticismo tupido y extremo que tan bien les funciona. Su música fue un bálsamo entre los largos, larguísimos recitativos sin sobretitular en los que se articula la obra. Sobre el escenario, actores y cantantes representaban por duplicado dos facetas de los mismos personajes –arte y ensayo, recuerden. Las voces de la pandilla de la casa contribuyeron a intentar levantar la noche: inmenso, rotundo y siempre certero René Pape como Mefistófeles; angelical y sensual la margarita de la jovencísima Elsa Dreisig; y camaleónico aunque algo reservado Roman Trekel en el papel protagonista.

“Aburrido, aburrido”, me comentaba un desconocido sentado a mi lado durante la representación, sabedor de que encontraría en mí la complicidad necesaria. Y entonces, por un momento, al igual que al protagonista de la obra, la salvación nos llegó de las alturas. Echando la vista arriba pudimos admirar el elemento estrella de esta carísima reforma, la cubierta histórica se ha levantado casi cinco metros y se ha calzado con una estructura cerámica entrelazada, elegante, tecno-orgánica y contemporánea. Dicen que la acústica ha mejorado notablemente, aunque hoy no sea el mejor día para comprobarlo. Y así, mirando al techo, esperamos a que pase el tiempo, imaginando las buenas representaciones de las de las que podremos disfrutar en este magnífico lugar, en el futuro.

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Fotos: Staatsoper Unter den Linden