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Riccardo Muti, el rigor y la autoridad. En su 75 cumpleaños

Riccardo Muti festeja hoy su 75 cumpleaños en Ravenna, rodeado de los jóvenes alumnos de la Italian Opera Academy que lleva su nombre, preparando con ellos una Traviata. El maestro napolitano es sin duda una de las grandes batutas de nuestro tiempo, en cierta manera el último bastión de una gran tradición de batutas italianas, la de Arturo Toscanini, Victor de Sabata o Antonino Votto, de quien de hecho fue discípulo. Con el difunto Claudio Abbado, Muti es el último epígono de una genealogía que apenas encuentra hoy ecos en las batutas de Riccardo Chailly o Daniele Gatti, como mucho en el joven Michele Mariotti.

Riguroso e inflexible, incluso en contra de los dictados de la tradición, en 1967 Muti se convirtió en Milán en el primer aspirante italiano en ganar el certamen Guido Cantelli para jóvenes directores. Tan sólo un año después se hizo cargo de la diceción musical del Maggio Musicale Fiorentino, donde permaneció hasta 1980. En 1971 debutó en el Festival de Salzburgo, ha donde ha regresado con regularidad hasta nuestros días. Sus compromisos estables se dispararon desde entonces: invitado a dirigir la Philharmonia Orchestra de Londres en 1972, un año después se convirtió en su director titular, sucediendo a Otto Klemperer en el cargo. De igual manera, sucedió a Eugene Ormandy al frente de la Orquesta de Filadelfia desde 1980 a 1992. Sin embargo su cargo más destacado fue sin duda la dirección musical titular de la Scala de Milán desde 1987 hasta 2005, dejando el cargo tras una sonada controversia. Desde 2007 a 2011 dirigió el Festival de Pentecostés de Salzburgo y en 2010 fue nombrado director titular de la Orquesta Sinfónica de Chicago, cargo que ostenta todavía hoy. Desde 2010 a 2014, Muti ejerció como principal batuta de la Ópera de Roma, tras Gianluigi Gelmetti, aunque sin ostentar un cargo oficial. Entre controversias políticas y problemas con los sindicatos locales, Muti abandonando su vinculación con el teatro en septiembre de 2014, dejando en el aire unas esperadas funciones de Aida.

Hasta en cuatro ocasiones (1993, 1997, 200 y 2004) ha dirigido el concierto de Año Nuevo en Viena. Por supuesto, los filarmónicos de Viena y Berlín le han invitado a dirigir sus orquestas de forma regular en las últimas décadas, y lo siguen haciendo. En cualquier caso, su labor en el foso es quizá la más destacada de su trayectoria: además de los citados teatros de Milán y Florencia, en 1969 debutó en la Ópera de Roma; en 1977 lo hizo en Londres, Viena y Ravenna; en 1979 hizo lo propio en Múnich; y por fin, en fecha tan tardía como 2010, llegó su debut en el Met con el Attila de Verdi. A día de hoy su trabajo con la obra de Verdi se aplaude y reconoce de forma unánime como una referencia. 

Al margen de su hacer en el foso, su faceta como director de repertorio sinfónico ha estado marcada por una curiosidad y una amplitud de miras no siempre reconocidas: desde el clasicismo de Mozart al romanticismo de Beethoven, Schubert o Schumann pasando por Ligeti, Hindemith Skriabin, Britten, Rachmaninov, Rota, Gluck, Cherubini, Spontini, Salieri y un largo etcétera de autores.  

El último lustro ha sido ciertamente intenso para la Muti: en febrero de 2011, precisamente en Chicago, sufrió un desvanecimiento en el foso y se fracturó la mandíbula; al mismo tiempo le diagnosticaron una dolencia cardíaca y se le instaló un marcapasos. En marzo de 2012 se hizo célebre su intervención en la Ópera de Roma, tras el coro “Va pensiero” de los esclavos hebreos en Nabucco, criticando los recortes a la cultura del gobierno de Silvio Berlusconi y llamando al público a sumarse a interpretar el citado coro.

Larga vida pues al gran Riccardo Muti, maesto de una autoridad hoy incuestionable.