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60 años de "West Side Story": Una reivindicación musical (y cinematográfica)

Tonight, tonight,
The world is full of light,
With suns and moons all over the place.
Tonight, tonight,
The world is wild and bright,
Going mad, shooting sparks into space.

Sesenta años, que se dice pronto, han pasado desde el estreno de la primera adaptación cinematográfica de West Side Story. Será, lo está siendo ya, con la gran pantalla, cuando generaciones y generaciones seamos golpeados por el incontestable paso del tiempo. A menudo leerán ustedes aquí cifras de aniversarios musicales que se asumen suficientemente pretéritas: 250 años de Beethoven, acabamos de celebrar, por más que le sintamos de rabiosa actualidad. En este mismo número rendimos homenaje a Scriabin y Zemlinsky con el 150 cumpleaños de cada uno de ellos... pero, seamos sinceros ¿quién demonios sabe quién es Zemlinsky más allá de quienes amamos la clásica? Sí, en 2022 será también el centenario de Olga Guillot y 50 años cumplirá un discazo como el Ziggy Stardust de Bowie... 50 acaba de cumplir Mediterráneo, de Serrat... pero será el cine, con su grandeza, su facilidad, sus códigos y sus formatos, el que nos haga darnos cuenta, como sociedad cultural, de cómo cambiamos... as time goes by, que dirían en Casablanca.

Para ello, un muy buen ejercicio cinematográfico es, (siempre que esté bien hecho), el remake. O mejor aún, el reboot (no sé qué complicada palabra habrá buscado la RAE para denominarlo en castellano). Como el que ahora acaba de vivir West Side Story de la mano de un Midas del negocio como Steven Spielberg. La oportunidad de revisitar clásicos del pasado desde la óptica del presente. Como se hace en el teatro contínuamente, incluso con las obras más actuales, sin que nadie se rasgue las vestiduras por ello. Códigos que aún hoy en día no parecen poder trasvasarse a la lírica, la más acomodada y clasista de las artes. ¿No es acaso, cada vez que alguien dirige una sinfonía de Mozart o toca una partita de Bach, una versión propia, única y diferente de todas las demás? ¿No debería serlo? ¿No es la historia - y todos nosotros y nosotras con ella - el mayor reboot contínuo, grabado en un solo plano secuencia?

Con faldas y a lo loco, Perversidad, Ben-Hur, Los chicos del coro, Un gángster para un milagro, El hombre que sabía demasiado, 12 monos, El cabo del miedo, Ha nacido una estrella, La invasión de los ultracuerpos... la lista de reconocidas y conocidísimas películas, amadas por tantos que, en realidad, son remakes, sería interminable. Con todo, la película original de West Side Story, dirigida por Robert Wise y Jeremo Robbins en 1961 (ganadora de 10 Premios Oscar), no deja de ser una adaptación del musical que el propio Robbins subió a los escenarios de Broadway poco antes, en 1957. Voy a más: como es bien sabido, el título en sí no deja de ser la visión de Leonard Bernstein y Stephen Sondheim, desde el prisma de su época, del Romeo y Julieta de Shakespeare. 

De hecho, la historia de West Side Story sigue apuntando, clamando hacia la misma denuncia social, a lo largo de estas seis décadas que nos han llovido encima desde el estreno del musical. Si entonces fue Reri Grist, conocida soprano lírica, quien recogió la maravillosa canción Somewhere, para pasar en la primera película a ser un almibarado dueto de amor, es ahora Rita Moreno (entonces en el papel de Anita, ahora como Valentina) quien recoge el testigo en lo que supone el mayor acierto de la versión de Spielberg. El amor pasa a ser, una vez más, alegato. ¿Y acaso no hay mayor y mejor alegato en la vida que el amor? La nueva cinta, que cuenta con una marcada, rítmica y colorista dirección musical de Gustavo Dudamel, elimina maquillajes y estereotipos raciales, trasladando las coordenadas que vieron nacer esta música a la conciencia social del ahora. Siguen siendo las mujeres quienes sustentan y promueven el cambio, el avanzar, el mejorar como sociedad. El caso de la propia Rita Moreno es paradigmático de lo que la película y el musical quieren mostrarnos. Nacida en Puerto Rico, Moreno encarna en ambas versiones (genial plow twist ofrecido por Spielberg)a una mujer nacida allí que migra a Nueva York para ganarse la vida, tal y como sucedió en su vida real. Acompañó a su madre, dejando a su hermano y a su padre atrás, para poder prosperar. Antes de cumplir los 10 años ya bailaba en clubes nocturnos y, poco después, doblaba películas estadounidenses al castellano. Antes de cumplir los quince ya había realizado su debut profesional en Broadway. Ev’rything free in America / For a small fee in America! (Todo es gratis en Estados Unidos / Por una pequeña tarifa en Estados Unidos).

Hoy en día, Moreno es leyenda viva del Hollywood clásico, habiendo participado no sólo en WSS, sino en cintas míticas como Cantando bajo la lluvia, o El rey y yo. Con el cambio de paradigma en la industria, como le ocurriera a tantas otras estrellas, la actriz tuvo que sobrevivir a base de películas de dudosa calidad durante los años setenta, ochenta y noventa. Es sólo ahora cuando Spielberg ha querido devolver su brillo a la gran pantalla. Por el camino, no obstante, Moreno se ha convertido en una de las poquísimas artistas (16) EGOT. Esto es, ganadora de los cinco grandes premios de la industria del entretanimiento en Estados Unidos: Emmy,  Grammy, Oscar y Tony.

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Por lo demás, en esta nueva cinta, como ocurriera en 1961, Spielberg despliega el cine a lo grande. Sintoniza el procesado del color al technicolor más sesentero y juega emocionalmente, como siempre y como sólo él sabe hacer, con planos y fotografía. Saca, por otra parte, el drama a la calle, lo hace aún más universal y la lucha de pandillas, su razón de ser, su conflicto generacional y social, es llevado al asfalto neoyorquino con absoluta maestría. Vemos como la construcción de un nuevo barrio para blancos adinerados, el West Side de Manhattan, incluyendo el complejo musical Lincoln Center y el Metropolitan Opera, gentrifica los sueños de quienes han de pelear con absolutamente todo para poder vivir. La escena de America, cuando el director se decide por fin a abrir el plano, buscando el efecto clímax,  es espectacular (como lo es también la actuación de Ariana DeBose como Anita). El comienzo, con el encuentro de las dos bandas y los característicos chasquidos de dedos, con la música de Bernstein, eriza la piel a cualquiera. Y se habla español, mucho, diría que en un 40% del film. No es que lo hispano esté de moda, que lo está, es que es una realidad. La misma denuncia, decía, que la película original, pero ahora tenemos más conciencia de clase, de raza, de orígenes, también en los estudios cinematográficos y se dota a la historia de idiomatismo y dignidad ya no en lo que se cuenta, sino en cómo se cuenta.

 De la versión operística, por cierto, con aquel famoso video de Bernstein cabreado con Josep Carreras en los estudios de grabación, al no encontrar el tono a su Tony, voy a obviarla, por ser algo que se escapa a toda esta reivindicación de la que bebe el artículo. Un producto, como aquel West Side, para blancos acomodados. Y en fin, Kiri Te Kanawa como María... o Tatiana Troyanos como Anita, a quien se le sustrae la mencionada Somewhere para dársela a Marilyn Horne (en el papel de “una chica”) y sumar al falso ideal del sueño americano... hoy en día se me hace demasiado.

Y no es porque Bernstein fuera, precisamente, alguien que se mantuviese al margen de lo social. Poco después del estreno de la primera película, en 1965, la sociedad y la historia seguían viviendo tiempos convulsos mientras intentaban aprender, una vez más, la lección elemental de la igualdad, que todavía hoy no terminamos de comprender. Desde la pequeña ciudad de Selma, en Alabama, cientos de manifestantes intentan marchar pacíficamente hacia Montgomery en defensa de la libertad de voto – y tantos otros derechos -  para la comunidad afroamericana de los Estados Unidos. Tras dos intentos fallidos por la violencia ejercida sobre ellos, asesinatos incluidos, finalmente consiguen llegar a la capital del Estado el 24 de marzo. Esa noche, como celebración de lo conseguido y como un nuevo cimiento musical de todo lo que aún quedaba por alcanzar, se improvisó un concierto ante miles y miles de personas, en el que resonó el absolutamente maravilloso Mississippi Goddam de Nina Simone, pero también las voces de Harry Belafonte, Tony Bennett, Joan Baez… o la de un compositor entregado a la historia: el genio, el controvertido, el magistral Leonard Bernstein.

Tres años de lucha después llegaría un revolucionario 1968, del que ahora se cumplen cinco décadas: La Primavera de Praga, el Mayo Francés o las protestas contra la Guerra de Vietnam… y dos asesinatos que no fueron sino dos latigazos (más) para todos los que ansiaban la libertad: el de quien promovió aquellas marchas y la no violencia para generar el cambio social, Martin Luther King, y el de otro miembro fundamental en la defensa del Movimiento Afro-estadounidense por los Derechos Civiles como fue Robert Kennedy. En su funeral, Bernstein dirigió el Adagietto de la Quinta sinfonía de Mahler. Sólo cinco años antes había dedicado la Segunda Sinfonía del mismo compositor al hermano de Robert, el presidente John F. Kennedy. En un extenso discurso que tituló La respuesta de un artista a la violencia y haciendo suyas las palabras que Kennedy debería haber pronunciado cuando fue tiroteado, Bernstein dijo: “El liderazgo de los Estados Unidos debe guiarse por el aprendizaje y la razón” “¿Y de dónde surge esta violencia? – añadía él -  De la ignorancia y el odio, los antónimos exactos de aprendizaje y razón”. Son palabras que, en realidad, llevaba musicando desde sus comienzos, con especial énfasis en el que es su obra más conocida: West Side Story.

Bernstein dedicaría su Sinfonía Kaddish a Kennedy y más tarde Nixon marcaría al compositor como la personificación de la “completa decadencia de la élite intelectual” estadounidense. Muy en su línea, el presidente no acudió a la inauguración del Kennedy Center, donde se estrenaba Mass, del compositor de Lawrence, ya que le advirtieron, se cantarían textos contra la Guerra de Vietnam, buscando dejar en ridículo al Gobierno. Ese texto no era otro que “Dona nobis pacem” (Danos la paz).

Su conflicto llegó a lo personal y, tal y como recogen los audios destapados por el Caso Watergate, Nixon no dudó en calificar a Bernstein como “hijo de puta”. El músico contraprogramaba conciertos en fechas señaladas para el político y se involucró con agrupaciones y acciones como el Comité Americano para el alivio Yugoslavo, el Congreso por los Derechos Civiles, el Comité por los Refugiados Antifascistas o, entre otros, el no exento de polémica Partido de los Panteras Negras, por cuya implicación en su causa recibió duras críticas. Acertado o no, Leonard fue sin duda un hombre comprometido.

Antes, en 1949, Lenny, señalado por el senador McCarthy como amigo de los comunistas junto a Arthur Miller o Albert Einstein, estuvo presente en la Conferencia de paz que contó con un Shostakovich en el punto de mira de Stalin y al que los manifestantes invitaban amablemente a “saltar por la ventana” del Waldorf-Astoria de Nueva York. Más tarde, en las Navidades de 1989, meses antes de morir, un visiblemente emocionado Bernstein celebraba la caída del muro de Berlín con una Novena de Beethoven a la que se le cambió la palabra “alegría” por “libertad”. Entre todo ello lo ya comentado, su alianza con otro gran humanista como Menuhin, su lucha contra el sida, su entrega a la educación musical de los jóvenes o sus críticas al apartheid, por citar sólo algunas más. Bernstein fue el pianista, divulgador, compositor y director que la música necesitaba. Leonard fue el hombre y artista comprometido que la sociedad y su devenir han agradecido. Entendió que la música es política, o al menos es “lo social” y a ello se entregó.

Los artistas verdaderos son los artistas comprometidos; y el tiempo - vuelvo a él - siempre acaba por enseñarnos que, en realidad, todo lo demás está de más. Bernstein lo pudo todo. Como pianista, como director de orquesta, como compositor. Desde Bach a los estrenos de nuevas obras, su música y su sentir siempre estuvieron ávidos de mostrar, de enseñar, de trascender. Entre su catálogo aún podría citar su Segunda sinfonía “Age of Anxiety”, los Chichester Psalms, On the Town o A quiet Place. Gran parte de su música está cargada de vida, de su alrededor, que era el mundo, pero sin duda, pasado el tiempo, su mayor legado ha sido el mensaje que encierra West Side Story, y en el formato que lo presenta, fácil y accesible para todos. Con una música cargada de energía, colorida, rítmica y pegadiza en cada número. A través del escenario, de Spotify o de la pantalla del cine, televisión, iPad o móvil. Y ahora con dos opciones cinematográficas. 

Termino con otra de sus músicas para el escenario. Tras toda una vida de compromiso, sólo Bernstein podía dar vida entre compases a un personaje como el Cándido de Voltaire (repasó la obra a lo largo de toda su carrera, de 1956 a 1989), quien creía vivir en el mejor de los mundos posibles. El mensaje es tan evidente como necesario: “Il faut cultiver notre jardin”. Seguramente el mundo nunca cambiará, pero si todos nos preocupamos por cultivar nuestro jardín, por cuidar y mejorar aquello que está al alcance de nuestra mano… o de nuestra batuta como hacía Bernstein, puede que se convierta en un lugar mejor donde vivir. 

Some day,
Somewhere,
We’ll find a new way of living,
We’ll find a way of forgiving.
Somewhere,
Somewhere . . .

Fotograma película 2021: Niko Tavernise / Twentieth Century Studio.
Fotografía Rita Moreno: