© A Bofill
La visita del viejo amigo
Barcelona, 10 de mayo de 2025. Gran Teatre del Liceu. Marina Rebeka, soprano. London Symphony Orchestra. Gustavo Dudamel, dirección musical.
No cabe duda de que Gustavo Dudamel mantiene una relación especial con la ciudad de Barcelona. Su presencia durante la última década en el Palau de la Música, ya fuese dirigiendo a su Orquesta Simón Bolívar o cualquier otra como invitado, y más recientemente en el Gran Teatre del Liceu, es un hecho tan habitual como la visita de un viejo amigo. Esta presencia constante tiene un efecto curioso y contradictorio. Por un lado, constituye un lujo cada visita de uno de los directores más dotados de su generación al frente de una orquesta de altísimo nivel. Por otro, se produce en ciertos sectores del público barcelonés una sensación de saturación que impide valorar en su justa medida cada una de las presentaciones del director venezolano. Un síndrome que se percibe últimamente y que tiene un nombre, el de nuevo rico.
Previa a su próxima y esperada aparición en el Gran Teatre del Liceu para dirigir un West Side Story con Nadine Sierra y Juan Diego Flórez en el reparto que, obviamente, ha fundido la taquilla, Gustavo Dudamel ha hecho parada y fonda en Barcelona durante la gira que está llevando a cabo junto a la London Symphony Orchestra. Una parada doble, pues ha ofrecido un primer concierto el sábado en el Gran Teatre del Liceu y un segundo el lunes en el Palau de la Música con un repertorio completamente distinto. El primero, que es el que aquí se comenta, incluyó obras de Maurice Ravel y Richard Strauss, mientras que en el segundo los autores escogidos fueron Wolfgang Amadeus Mozart y Gustav Mahler.
La velada del sábado, incluida en la temporada de BCN Clàssics y con el coliseo de Las Ramblas a reventar, arrancó con el poema sinfónico Don Juan, de Richard Strauss. Una lectura contundente, de tempi ágiles y efusivo fraseo que puso de manifiesto dos aspectos remarcables. Por un lado, la calidad de la London Symphony Orchestra. Se trata posiblemente de uno de los mejores conjuntos sinfónicos del mundo desde un punto de vista técnico, pero como buena orquesta inglesa sin una personalidad especialmente marcada ni definida. Esa característica, que puede interpretarse como negativa, tiene sus aspectos positivos ya que la convierte en especialmente permeable a la personalidad del director. El otro aspecto que se percibió des del primer momento y una vez más fue la capacidad de Dudamel de entender y adaptarse a la perfección a las características acústicas de cada sala, por muy distinta que esta sea. Así, los sonidos tamizados y la sensualidad predominaron por encima de la brillantez heroica en esta lectura impecable del poema straussiano.
Si la sensualidad es un componente importante en Don Juan, en Shéhérezade de Maurice Ravel lo es todo. Este ciclo de tres canciones basadas en traducciones del poeta y amigo del compositor Tristan Klingsor a partir de cuentos de Las mil y una noches constituye una obra singular dentro del universo raveliano por estructura y género. El desbordante exotismo orientalista está, paradójicamente, tratado con máxima sutileza tanto en lo que respecta a la orquestación como a la línea vocal. La presencia de la soprano Marina Rebeka solo para interpretar esta obra supuso, nunca mejor dicho, un auténtico lujo asiático, aunque inevitablemente uno se quedó con ganas de más. Sobre todo, porque pese a la indiscutible calidad de la cantante, que lució un timbre anacarado y una dicción perfecta, y de su interpretación, su acercamiento tendente al hieratismo no casó del todo con la lectura cristalina, casi transparente de orquesta y director. Todo ello acabó desembocando en una lectura admirable en lo tímbrico y algo fría en lo expresivo.
El voltaje aumentó en una segunda parte excelente que arrancó con una Rapsodie Espagnole en la que la London Symphony se lució en cada una de sus secciones, con una cuerda empastada, flexible y una amplísima gama de colores. Es en este tipo de obras donde Dudamel muestra su talento especial para equilibrar su especial instinto en la exposición y desarrollo del elemento folclórico y de baile con la capacidad analítica de los grandes directores. El resultado, una Rapsodie Espagnole que rozó la perfección por planteamiento y ejecución. También el baile es elemento central en la Suite de Der Rosenkavalier que cerró el programa, aunque en este caso el vals no forme parte de la genética del director venezolano. Pese a ello, la elegancia en el fraseo, el absoluto control de dinámicas y progresiones, así como el equilibrio y juego de los distintos planos sonoros por parte del director permitió a la orquesta desplegar su enorme potencial. Una vez más, los pasajes íntimos y sensuales fueron el eje de una versión que constituyó el colofón final a un magnífico concierto.
Fotos: © A. Bofill