Christoph_Von__Dohnnyi_Terry_O_Neill_Decca.jpg© Terry O'Neill | Decca

 

Christoph von Dohnányi: el legado discográfico de un director que eligió la música antes que a sí mismo.

La muerte de Christoph von Dohnányi (1929–2025) obliga a repasar una de las trayectorias discográficas más singulares de la segunda mitad del siglo XX y comienzos del XXI. Menos mediático que contemporáneos como Riccardo Muti o Zubin Mehta, Dohnányi construyó una carrera marcada por la solidez, el rigor estilístico y la amplitud de miras. Su discografía no es la de un director que buscara imponer una marca personal en cada obra, sino la de un músico que supo leer con igual convicción a Mendelssohn, Beethoven o Brahms, y también a Webern, Glass, Bernstein, Varèse o Ives.

Si hay un hilo conductor en más de medio siglo de registros, es la convicción de que el repertorio debía abordarse sin compartimentos estancos. Para Dohnányi, la tradición y la modernidad eran vasos comunicantes. La grabación no era, para él, un monumento congelado, sino un espacio de exploración y diálogo, un laboratorio abierto donde tanto el clasicismo vienés como las vanguardias americanas podían convivir.

christoph-von-dohnanyi-Hiroyuki_Ito_Getty_Images.jpeg© Hiroyuki Ito | Getty Images

 

Dohnányi y sus orquestas: labor de siembra más que de protagonismo

Lo particular de la trayectoria de Christoph von Dohnányi es que no se entiende sin la huella que dejó en las orquestas que dirigió de manera estable, consolidando una sólida carrera a través de proyectos a largo plazo, convirtiendo a cada formación en laboratorio sonoro y casi en una comunidad artística singular. 

Su primera gran responsabilidad fue la Ópera de Frankfurt, donde impulsó la apertura hacia repertorios contemporáneos, continuando con la Ópera de Hamburgo, donde consolidó un perfil internacional de la compañía, combinando clasicismo germano con nuevas obras y con una programación más abierta al gran repertorio. Su trabajo allí mostró que un teatro de ópera podía ser, al mismo tiempo, guardián de la tradición y motor de innovación.

Pero sin duda algún, el gran capítulo de su carrera musical fue la Orquesta de Cleveland, de la que fue director musical durante casi dos décadas. Sucedía a Lorin Maazel y, más atrás, a George Szell, cuya huella era aún intensa en la memoria colectiva de la orquesta. Dohnányi logró algo muy complejo: mantener la disciplina y la claridad “szelliana” sin convertirse en un epígono. Con él, Cleveland se abrió más a Mahler, Strauss, Bruckner y a la música del siglo XX (Webern, Bartók, Ives, Varèse). Dejó una discografía extensa para Decca y Telarc que es hoy referente. Su relación con la orquesta fue de fidelidad mutua: Cleveland encontró en él a un director menos mediático pero capaz de ofrecer continuidad, y Dohnányi encontró en Cleveland un instrumento dúctil, disciplinado y capaz de suscribir su apuesta por la precisión y la transparencia.

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No todo quedó ahí porque tras su etapa americana, asumió la titularidad de la Orquesta Philharmonia de Londres. En un ecosistema musical donde los directores invitados son norma, Dohnányi ofreció a la Philharmonia un periodo de estabilidad y de rigor germánico. Sus giras europeas con la orquesta consolidaron una sonoridad clara y flexible, con una intensidad interior que reforzaba su perfil.

Más allá de sus cargos estables, Dohnányi fue invitado habitual de orquestas como la Filarmónica de Viena, la Filarmónica de Berlín y la Filarmónica de Nueva York, demostrando su magisterio y magnifica batuta, pero sobre todo una humanidad musical plena.

 

Un artesano del sonido

Entre sus primeros registros de referencia sobresale su lectura de la Sinfonía nº 3 “Escocesa” y La primera noche de Walpurgis de Mendelssohn para Telarc. Dohnányi consigue un sonido transparente, alejado de la retórica ampulosa que a veces empaña a Mendelssohn. Cada línea orquestal se escucha con nitidez, y la arquitectura global se impone sobre el gesto. Su Walpurgisnacht se beneficia de esa misma sobriedad: la obra, a medio camino entre lo coral y lo sinfónico, adquiere dramatismo sin caer en el exceso operístico.

Su visión de las obras de Richard Strauss podrían seguir esta esta estela desde un punto de vista de evitar un desbordamiento gratuito. En Ein Heldenleben o en Till Eulenspiegel, Dohnányi conjuga teatralidad y control, consiguiendo que la exuberancia straussiana no caiga en lo kitsch, buscando sin desmayo la amplitud del fraseo y la solidez de la construcción sinfónica: un héroe afirmativo, sí, pero sin excesos narcisistas.

Sensacional su Elektra (DVD), descarnada interpretación, ruda e hiriente en ocasiones aludiendo a un expresionismo bien entendido, manejando la ansiedad y la tensión orquestal sonora, sin que nada se le escape y demostrado una maestría en el entendimiento global de la partitura. 

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El siglo XX: valentía y amplitud

Donde más se aprecia la singularidad de su legado discográfico es en el repertorio del siglo XX, donde Dohnányi grabó con igual seriedad a Webern, Varèse, Glass o Ives.

Sus registros de Webern —de la Pasacalle a las Variaciones op. 30— son modélicos por su transparencia. Lejos del hermetismo, Dohnányi devuelve humanidad a la abstracción serial, iluminando la textura como si se tratara de un cuarteto de cámara expandido.

En el terreno americano, su lectura de la Sinfonía nº 4 de Ives y Amériques de Varèse revela una rara combinación de energía bruta y claridad formal. La monumentalidad se convierte en experiencia controlada, sin perder el sentido de riesgo.

Más sorprendente aún es su apertura a repertorios contemporáneos como el Concierto para violín de Philip Glass o la Serenata de Bernstein. Obras de escritura radicalmente distinta que Dohnányi presenta sin prejuicios, convencido de que la orquesta debía y podír ser vehículo de su tiempo.

El Wozzeck de Alban Berg, si no es la referencia a la que acudir siempre, es desde luego una de las mejores versiones que se pueden disfrutar de esta ópera.

 

Bruckner y Mahler: monumentalidad sin grandilocuencia

Dohnányi también dejó aportaciones significativas al catálogo bruckneriano. Sus versiones de la Quinta Sinfonía, la Sexta y la Octava destacan por un enfoque ascético, casi arquitectónico. Lejos de efectismos, ofrecía un Bruckner sobrio, donde la tensión se sostiene desde la estructura interna más que desde el gesto externo. Es un Bruckner de líneas claras, profundamente espiritual, que rehúye tanto la prisa como el sentimentalismo.

Su Mahler es contemplativo. Ascético. Largo. Serio. Honesto. No es romántico ni clásico, si acaso una mezcla sabia de ambas miradas: el fraseo más cálido y transparente del adaggieto de la Quinta, la sobrenatural visión de la Novena con Cleveland, o la afirmación vital y el drama en la Segunda (“Resurrección”).

 

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Beethoven y Brahms: sobriedad y comunidad

Entre sus registros beethovenianos, mas allá de la integral, destaca su lectura de la Novena sinfonía, donde opta por la sobriedad, resaltando la dimensión colectiva antes que el brillo individual. El resultado es un Beethoven que suena más como experiencia comunitaria que como pieza de museo. En tiempos donde cada director parece competir por imponer su sello personal, la modestia interpretativa de Dohnányi se convierte en su mayor radicalidad.

La Cuarta de Brahms - en realidad todo el ciclo con la Philharmonia de Londres - es particularmente diáfana, clara, íntima, camerística, y resulta ser un enlace maravilloso entre clasicismo y romanticismo. No hay falta de fervor interpretativo, es una clase de cómo desde el rigor llevar la tensión al límite.

 

Acompañar no, sino guiar desde el alma.

Uno de los terrenos donde Dohnányi brilló fue en el repertorio concertante. Su concepción del director como mediador entre solista y orquesta alcanzó ejemplos imborrables como en el Concierto nº 4 para piano de Beethoven con la WDR Sinfonieorchester Köln y Claudio Arrau. Disfruten de cómo la orquesta respira con el solista, en un diálogo que evita tanto el protagonismo absoluto del piano como la subordinación de la orquesta. Dos músicos que vuelven a sentar cátedra en sendas interpretaciones magistrales del Concierto para piano de Grieg, y del Concierto para piano de Schumann, con la Orquesta del Concertgebouw que probablemente sea la referencia de la discografía. 

El modelo alcanza su máxima expresión en el Concierto nº 2 de Brahms junto a Rubinstein y la Orquesta de la Radio de Colonia. Obra monumental, donde la densidad sinfónica suele engullir al piano, bajo Dohnányi, sin embargo, orquesta y solista se tratan como iguales, y el resultado es un equilibrio poco frecuente.

 

Ecos centroeuropeos: Bartók, Kodály, Janáček

Como buen heredero de la tradición centroeuropea, Dohnányi prestó atención a compositores como Bartók, Kodály, Janáček, y Dvorak entre otros. 

Su Concierto para orquesta de Bartók despliega energía rítmica y claridad de planos; mientras que el de Kodály muestra su capacidad de subrayar raíces populares sin folclorismos superficiales; y la Taras Bulba de Janáček resuena con fuerza dramática, sin perder el rigor estructural. En todos ellos, Dohnányi supo conciliar tradición y modernidad, lirismo y precisión.

Sin embargo, y a pesar de una Novena formidable, es en la Octava Sinfonía de Dvorak donde encontramos algo memorable. Equilibrio, tensión dramática, sonoridad mayúscula, y un final que probablemente sea de las lecturas mejor conseguidas de la discografía.

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Una brújula interpretativa

Hoy, al revisar la discografía de Christoph von Dohnányi, uno tiene la sensación de estar recorriendo un mapa musical completo: de Bach —a través de la Fuga ricercata de La Ofrenda Musical en versión orquestada por Webern— hasta Glass o Rorem; de la poesía romántica de Mendelssohn hasta la energía primigenia de Varèse.

Lo que une a todos esos registros es la convicción de que la música es mayor que el director que la interpreta. A diferencia de otros maestros de su tiempo, Dohnányi no buscó titulares, ni escándalos, ni el aura de “visionario” solitario. Eligió siempre poner la música en primer plano. Y esa modestia interpretativa, paradójicamente, lo convierte en uno de los directores más necesarios de nuestro tiempo. Porque siempre que acudan a él, encontrarán ausencia de frustración alguna, con la sensación de que todo lo que dirigió, lo hizo desde la manera más notable hasta la apabullante magnificencia musical de algunos de sus registros. 

Su discografía, vasta y plural, no es solo un legado: es una brújula para escuchar el pasado, comprender el presente y recordar que el arte de dirigir consiste, sobre todo, en saber ceder la voz.