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María Moliner, una aragonesa ilustre

El 7 de noviembre de 1972, el escritor Daniel Sueiro entrevistaba en Heraldo de Aragón a María Moliner (Paniza, 1900-Madrid, 1981). El titular era un interrogante: “¿Será María Moliner la primera mujer que entre en la Academia?”. La habían propuesto Rafael Lapesa y Pedro Laín Entralgo. El electo, a la postre, sería Emilio Alarcos Llorach. María decía una de las frases suyas que más veces se han repetido: “Sí, mi biografía es muy escueta en cuanto a que mi único mérito es mi diccionario. Es decir, yo no tengo ninguna obra que se pueda añadir a esa para hacer una larga lista que contribuya a acreditar mi entrada en la Academia. (…) Mi obra es limpiamente el diccionario”. Más adelante agregaba: “Desde luego es una cosa indicada que un filósofo entre en la Academia y yo ya me echo fuera, pero si ese diccionario lo hubiera escrito un hombre, diría: ‘¡Pero y ese hombre, cómo no está en la Academia!”. 

Este episodio fue uno de los más intensos de su existencia. Poseyó siempre una voluntad excepcional, era metódica y laboriosa hasta el infinito, y defendió un concepto de la cultura, del conocimiento, la incesante pasión por las palabras. El “Diccionario de uso del español” (Gredos, 1966 y 1967; sería reeditado en 1998) es la obra de una vida, una culminación, y en cierto modo de vivir hacia adentro porque ella, en el fondo, era una perdedora y una silenciada: había perdido el sueño de la II República, había sido maltratada por el régimen de Franco, llegó a perder 18 puestos en su escalafón laboral, y percibió un vacío casi indescriptible que llevó a emprender una tarea titánica. En la entrevista, añadía: “Había un punto, el de la tarde, en que realmente me sentía vacía, sentía que algo me faltaba y entonces me puse a trabajar en el diccionario con todo entusiasmo. Siempre estaré satisfecha de esa decisión que tomé”. 

Antes de llegar a esa decisión, María Moliner construyó una biografía de pequeños matices. Nació en Paniza (Zaragoza) el 30 de marzo de 1900 y vivió allí dos años. Era la hija mayor de Enrique Moliner, que era médico como lo había sido su padre, y de Matilde Ruiz. La familia, cuando ella tenía dos años, se trasladó a Almazán (Soria) brevemente, y luego a Madrid. Cuando ella entraba en la adolescencia, su padre se marchó a Argentina y no volvió jamás. María Moliner, su madre y sus hermanos Matilde y Enrique vivieron en condiciones extremas como auténticos personajes de Dickens, según ha recordado su hijo Fernando; la joven, apasionada por el latín y espléndida lectora, empezó a dar clases, y asumió la tarea de sacar a los suyos adelante. En esa época, debió de tener alguna vinculación con Américo Castro, que, según ha escrito la especialista María Antonia Martín Zorraquino, “suscitó el interés por la expresión lingüística y la gramática en la pequeña María”. Curso estudios de Bachillerato en el Instituto General y Técnico Cardenal Cisneros y finalmente en Zaragoza. Se licenció en 1921, en Filosofía y Letras, en Historia, con la máxima nota y con el Premio Extraordinario. Al año siguiente, se incorporó al Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos de Simancas, y de ahí pasó al Archivo de la Delegación de Hacienda en Murcia. 

Allí conoció a Fernando Ramón Ferrando, licenciado en Física, con quien se casaría en 1925. Fernando Ramón era hijo de un panadero carlista de Mont-Roig (Tarragona), pero pronto se convirtió en “un librepensador de arriba abajo, sin fisuras. (…) Era una persona radical de izquierdas”. Años después, ambos lograrían el traslado a Valencia. En esos años, los que van desde la proclamación de la II República hasta la fractura de la Guerra Civil, los Ramón Moliner fueron sumamente felices. Allí María Moliner desarrolló numerosas actividades: colaboró con la Escuela Cossío, con el Instituto Escuela y con las Misiones Pedagógicas. De vez en cuando daba clases de latín y solía enseñar a sus hijos lecciones de inglés y alemán. Su inclinación por el archivo, la organización de bibliotecas y la difusión cultural, la llevaron a reflexionar sobre ello en varios textos: “Bibliotecas rurales y redes de bibliotecas en España” (1935) y a publicar, sin su nombre, el librito “Instrucciones para el servicio de pequeñas bibliotecas” (19137), un trabajo vinculado a las Misiones Pedagógicas. Además, dirigió la Biblioteca de la Universidad de Valencia y participó en la Junta de Adquisición de Libros e Intercambio Internacional, que tenía el encargo de dar a conocer al mundo los libros que se editaban en España. Fernando Ramón ha recordado aquella atmósfera “de olor característico a papel nuevo, de diversa calidad, y a tinta de imprenta”. Tras la derrota de los suyos, su marido perdió la cátedra; ella, con el menor rango del que le correspondía, regresó al Archivo de Hacienda. 

En 1946, su marido fue rehabilitado de sus cargos en Salamanca y María Moliner asumió la dirección de la biblioteca de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Madrid, en la que se jubiló en 1970. A principios de los cincuenta, empezó a redactar el “Diccionario de uso del español”, y poco después, cuando estaba inmersa en esa idea, su hijo Fernando le trajo de París un libro que la impactó: “Learner’s Dictionary”. María Moliner solía levantarse muy temprano, hacia las cinco de la mañana, trabajaba un poco, regaba los tiestos de flores, y se iba a su puesto; dormía la siesta un poco y continuaba anotando fichas, buscando palabras, leyendo periódicos, tomando notas de lo que oía en la calle. 

Su “Diccionario de uso del español” era muy superior al de la Real Academia Española: era un diccionario de definiciones, mucho más precisas y ricas; de sinónimos; de expresiones y frases hechas; de familias de palabras. Además, anticipó la ordenación de la Ll en la L, y de Ch en la C; y agregó una gramática y una sintaxis con numerosos ejemplos. El libro tuvo un éxito inmediato y hoy es una obra imprescindible, de referencia. Miguel Delibes dijo: “Es una obra que justifica una vida”. La de una mujer concienzuda, apasionada, perfeccionista, a al que se celebra ahora con este estreno en el Teatro de la Zarzuela. 

Dijeron de ella

Carmen Ramón Moliner: “Mi madre quería organizar el mundo a través de las palabras, de las familias, buscando siempre un punto de equilibrio” 

Gabriel García Márquez: “Hizo una proeza con muy pocos precedentes: escribió sola, (...) el diccionario más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana” 

Mª Antonia Martín Zorraquino:  “Emprendió la elaboración de uno de los diccionarios más originales, renovadores y valiosos del siglo XX” 

Victoria Kent:  “Fue una de las más fecundas en las actividades culturales, más positiva y más modesta” 

Colin Smith: “Un gran diccionario; el mejor en su género que conozco”

*Entre otros libros y revistas de gran interés, quisiera citar el trabajo de José Luis Cano, aparecido en Xordica en 2000: "María Moliner y el diccionario"; el magnífico monográfico de la desaparecida revista "Trébede", que coordinaron José Ramón Marcuello y Víctor Pardo Lancina, y un monográfico espléndido que publicó "Heraldo de Aragón", coordinado por Genoveva Crespo.