Mirella Freni 1970

 

L´umile ancella

A Mirella Freni (Módena, 1935 - Módena, 2020) le debo más de lo que yo mismo pueda imaginar. Su voz se apoderó de mí muy pronto, entre mis primeros discos. Ella tenía sin duda algo especial. No era ya el timbre, ni siquiera el fraseo… era otra cosa. Si amo la ópera hoy en día, en buena medida, es porque amo y amé a Freni con verdadera pasión. Ha sido sin duda mi soprano de cabecera. De hecho creo que ha sido la voz de toda una generación. Junto a otras colegas como Renata Scotto o Raina Kabaivanska, ella fue especialmente el eslabón que continuaba con el legado de la generación previa, la de Tebaldi, Callas o Gencer. Fue no en vano la gran soprano italiana del último tercio del siglo XX.

La noticia ayer de su fallecimiento me golpeó como un puñetazo en el estómago. Es increíble lo unidos que nos podemos llegara sentir con quienes no son parte de nuestra familia, ni siquiera forman parte de nuestro círculo de amistades, pero parece en cambio que lleven con nosotros años y años, toda una vida, perpetuando para siempre su voz en nuestra memoria. Es dificil rendir tributo a alguien cuando es tanto el afecto y la admiración que uno le profesaba. Pero creo que puede decirse, alto y claro, que Mirella Freni ha sido una de las sopranos más grandes de todos los tiempos. Sin lugar a duda, una de las referencias incontestables de la segunda mitad del siglo XX, con cinco décadas íntegras de actividad profesional, desde su debut en 1955 hasta su despedida de los escenarios en 2005.

Su carrera ha sido un ejemplo de inteligencia y mesura. Debutó en plena posguerra, a la edad de veinte años, como Micaela en Carmen, en su ciudad natal. Y a partir de ahí supo administrar sus fuerzas y acompasar su repertorio con la evolución de su instrumento. Se consagró no en vano como una referencia entre las grandes heroínas puccinianas, tras forjarse en el belcanto y habiendo dejado su huella en los grandes papeles verdianos. Es imposible citarlos todos aquí, pero hay un puñado de sus papeles en los que bien puede decirse que sus encarnaciones fueron históricas: su Cio-Cio-San (a pesar de no llevarla nunca a escena), su Susanna en Le nozze di Figaro, su Marguerite en Faust, su Elisabetta de Don Carlo, su Desdemona en Otello, su Amelia en Simon Boccanegra, su Liù en Turandot, su Adriana Lecouvreur, su Manon Lescaut...

Pero sobre todas las cosas ella fue Mimí en La bohème. Nadie volverá a cantar igual desde esa buhardilla parisina. Junto a su inseparable Luciano Pavarotti, hermanos de leche en su Módena natal, fueron la pareja ideal para encarnar esa universal historia de amor. Quizá no haya una grabación tan emblemática en toda la producción discográfica del siglo XX como su Bohème con Karajan y otros artistas también ya fallecidos, como Rolando Panerai o el gran bajo Nicolai Ghiaurov, quien Mirella Freni contrajo matrimonio en 1978, tras separarse esta de su primer esposo, el director y pianista Leone Magiera. 

Lo que hacía único el arte de Mirella Freni era su candor, su intensidad, su brillo. Verdaderamente no podría señalarse esta o aquella característica como algo especialmente virtuoso en su hacer. Era un compendio armónico y equilibrado. Quizá no poseía el mejor instrumento, pero para mí no hubo otro igual entre las colegas de su generación. Quizá no era la mejor actriz, pero con pocas sopranos me he emocionado tanto como con ella. Por eso Freni me fascinó desde el primer día, porque tenía la impresión de que me cantaba a mí, sin mediación alguna, sin el más mínimo filtro. Ella me tocaba el corazón y con ella me fui enamorando de todo el repertorio. Verdaderamente no me hago cargo de cuánto le debo a Freni. Apenas me empiezo a dar cuenta ahora que se ha ido y me pellizco para confirmar que su pérdida no es un mal sueño.

Una de las experiencias más hermosas que he vivido jamás tuvo lugar en 2015, cuando con mi compañero y amigo Gonzalo Lahoz nos propusimos reunir por última vez a dos históricas como Teresa Berganza y Mirella Freni, por las que ambos sentimos veneración. En el transcurso de un acto público, las sorprendimos a ambas con una llamada que ellas no esperaban, cada una a un lado de la línea telefónica. "¿Teresa?" "¡Mirella!". Aún hoy me emociono evocando ese momento. Fue tan bonito. 

Hablé con Mirella Freni por última vez hace ahora casi tres años. Conservaba el teléfono de su casa y en ocasión de su cumpleaños cometí el atrevimiento de llamarla, como si fuese un groupie temerario. En un primer momento se sorprendió por mi llamada pero acto seguido le hizo mucha ilusión que alguien se acordase de ella, simplmente para felicitarla y hacerle algunos cumplidos. Bromeé con ella y se rió como una niña pequeña. Todavía me parece escuchar su voz risueña y se me encharcan los ojos.

Gracias Mirella.