Rapto Lyon 2016

Un serrallo humanista 

Lyon. 22/07/2016. Mozart: Die Entführung aus dem Serail. Jane Archibald, Peter Lohmeyer, Joanna Wydorska, David Steffens, Michael Laurenz, Cyrille Dubois. Dir. de escena: Wajdi Mouawad. Dir. musical: Stefano Montanari.

Evento ciertamente esperado: Wajdi Mouawad, escritor y regista líbano-canadiense, uno de los hombres de teatro más interesantes del momento en Francia y nuevo director del Théâtre de la Colline en París, especializado en el teatro contemporáneo, debutaba con su primera ópera. Para la ocasión, ha escrito nuevos diálogos para el Singspiel de Mozart -el género lo permite- que corresponden más a nuestro mundo y menos a la risible “turquería” original. Vistos los tiempos que vivimos, Mouawad permanece fiel al mensaje luminoso de Mozart (la clemencia como valor supremo), a través de un texto muy certero que subraya la similitud de los hombres al margen de su origen: todos aman, sufren, se agreden, lo mismo sean orientales u occidentales. Mouawad hace además de la mujer el motor de la acción, subrayando su presencia constantemente en los diálogos, inteligentes y reflexivos para ellas, en confrontación con las figura masculinas, de un discurso más predispuesto a los prejuicios y a las ocurrencias. El trabajo, en conjunto, permanece fiel a Mozart, sobre todo en lo que hace al mensaje de la tolerancia, pero también en su imbricación con otras óperas, con Die Zauberflöte en primer lugar, siendo ésta también una “ópera de salvación”, fórmula muy en boga a finales del settecento; pero también en relación con Così fan tutte, que pone el acento en la fragilidad del amor, cuestionando lo que hay de perenne en las parejas. De hecho, una de las ideas que resaltan en el nuevo texto propuesto por Mouawad es que Osmin no es ya el tradicional personaje buffo, sino alguien enamorado sinceramente de Blonde. Konstanze es aquí un personaje puro, en contraste con Blonde, sensible no obstante a la dulzura, al amor y a la humanidad de Selim. De ahí que al final del prólogo, que se desarrolla sobre al regreso de las parejas a casa, se festeje el evento jugando a “la cabeza de turco”, que consiste en golpear con un martillo la cabeza de un turco con la mayor fuerza posible: las dos mujeres, en nombre de la humanidad de Selim y de cuanto han vivido, se niegan a golpear. De ahí resulta una ilustración sobre el pasado de las parejas, en un recurso al teatro dentro del teatro, que permite iniciar la ópera como tal a partir de un marco previo, claro y sistemático de cara al público. Los diálogos son ciertamente aquí mucho más extensos que en el original, demasiado didácticos y moralizantes, cabría decir. Por ejemplo: al final, cuando se descubre que Lostados es el padre de Belmonte y el gran enemigo de Selim, Mouawad añade también que la mujer de quien estaba enamorado había sido esposa de Lostados, de cuyo encuentro nació el propio Belmonte, dando a entender casi de forma explícita que Belmonte podría ser un hijo de Selim…

La escenografía -de Emmanuel Clolus- es sencilla, con un suelo cubierto de pétalos de rosa, unas paredes y al fondo un globo que esconde el mundo secreto de Selim, el harem que es más tarde la prisión donde se arroja a las parejas tras descubrirse la huida y donde se encierra también Selim al final, como prisionero de sus propios recuerdos. Así, la aproximación de Mouawad parece justificarse únicamente por su vocación de ir más allá de Mozart, sosteniendo que el Selim de Mozart no es bueno en sí mismo sino porque ha sido tocado por la gracia de la ilustración, iluminado, quedando el Islam como un mundo de barbarie para el citado compositor. Buscando corregir este sesgo, la producción se desarrolla como una comedia que no es buffa sino sentimental, sobre la universalidad de la condición humana, más interesado Mouawad a menudo en dirigir los diálogos que en mirar de cerca la música, quedando los solistas un tanto a su libre albedrío. Aunque interesante, en fin, el trabajo en su conjunto queda algo lejos de las expectativas que había generado.

Musicalmente, Stefano Montanari sostiene una aproximación vivaz y con tensión, con resonancias barrocas, con una sonoridad que cuadra muy bien con la acústica, generalmente muy seca, del teatro de Lyon. La orquesta responde con un sonido limpio y preciso, lo mismo que el coro preparado por Stephan Zilias, siempre preciso en sus intervenciones. Montanari acompaña a los solistas con holgura, dejándoles respirar y demostrando una madurez y una atención a la escena bien atesoradas en los últimos años, lo que no empece para que sea igualmente exigente cuando procede (cadencias, pasajes da capo, etc.)

Como sucede a menudo en Lyon, el reparto está cuajado de nombres jóvenes y voluntariosos, tanto en su capacidad vocal como en su desempeño escénico. La única “estrella” del reparto es Jane Archibald, aquí como Konstanze, uno de los papeles más exigentes del repertorio mozartiano, con nada menos que tres arias en la primera parte, entre ellas la increíble “Martern all Arten”. Archibald sale laureada del empeño, superando con creces todas las exigencias técnicas, con cadencias originales, con un grave sonoro y un sobreagudo milagroso, rematado todo ello con una agilidad vocal increíble. Sólo cabe apostillar que a semejante nivel de capacidad técnica y solvencia musical no le acompaña sin embargo una idéntica capacidad a la hora de conferir emoción a su interpretación, más allá de la pirotecnia vocal. A su Konstanze le falta pues algo de sensibilidad, por más que la dirección de escena tienda a presentar al rol en un tono pusilánime. Al contrario, la Blonde de Joanna Wydorska, con una voz minúscula -descollan apenas los agudos en “Durch Zärtlichkeit und Schmeicheln”, consigue dotar de genuina emoción a su canto y a su presencia en escena, demostrando ser una solista sensible, que cuadra perfectamente con el propósito de Mouawad.

El Selim de Peter Lohmeyer es respetable y digno, si bien demasiado retórico en su dicción. El resto de solistas masculinos, por lo general muy jóvenes, dan muestra de una meritoria homogeneidad: el Osmin de David Steffens, visto como un doble de Selim (vestuario de Emmanuelle Thomas, en grises casi monacales, sin la menor referencia a “lo turco”, según acostumbraban los cánones de la tradición), joven y fogosamente enamorado de Blonde, que está a su servicio y lo ama (habiendo sido ofrecida por Selim a Osmin), viviendo en pareja con él, subrayando así que el destino de la mujer es el mismo en Oriente que en Occidente, sumisa y obediente al fin. La voz en su caso es clara, fresca, impostada con corrección, menos profunda que la de otros Osmin a los que estamos acostumbrados, pero igualmente noble. El Pedrillo de Michael Laurenz, de nuevo juvenil y resuelto, brilla por mérito propio por su desenvoltura escénica. La voz es quizá algo menos ligera de lo que debería, con una franja aguda siempre en forte; pero el conjunto es más que decoroso.

El Belmonte de Cyrille Dubois presenta algunos problemas. Si bien es un solista resuelto en partes bufas o de carácter, no sucede lo mismo con papeles de más marcado lirismo. Esta impresión se agrava aún más si cabe en este caso, obligado al vérselas con un diálogo en alemán -traducción de Uli Menke- que representa para él escollos evidentes, tanto en dicción como en expresividad. Su canto es muy prudente, por instantes poco expresivo, si bien técnicamente correcto. Por lo general parece pasar de puntillas por el drama, faltando en su caso legato y poesía. Una lástima, ya que estamos ante una de las promesas del canto francés.

En conjunto, pues, una bella experiencia que no termina de convencer a fondo en ninguno de su extremos. Una visión modernizada y al mismo tiempo respetuosa de El rapto  en el serrallo que por lo general se encuadra en el mismo buen nivel general de las otras producciones de la actual temporada de la Ópera de Lyon.