El ideal
Madrid. 29/11/20. Teatro de la Zarzuela. Pahissa: Marianela. Adriana González (Marianela). Alejandro Roy (Pablo). Luis Cansino (Teodoro Golfín). Paola Leguizamón (Florentina). Simón Orfila (Patriarca). César Méndez Silvagnoli (Padre de Florentina). María José Suárez (Mariuca), entre otros. Coro del Teatro de la Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Versión concierto. Óliver Díaz, dirección musical.
"Marianela es una ópera. El hecho de que el libreto esté escrito en castellano, no quiere decir que sea una zarzuela. Zarzuela y ópera son dos mundos distintos. En cada uno hay sus valores, pero ninguno de los compositores que ha trabajado en la zarzuela ha tenido el dominio completo de la técnica ni un alto ideal artístico para que sus obras estuvieran a la altura de la gran música universal". Son estas, amigos y amigas, palabras del propio Jaume Pahissa a propósito del estreno de su Marianela en el Teatro Colón de Buenos Aires, en 1946. Antes, la obra vio por primera vez la luz en 1923, en el Gran Teatre del Liceu y tras llevarse a cabo una reposición al año siguiente, nunca más fue subida a un escenario de nuestro país hasta ahora, 2020. ¿Qué pensaría Pahissa al ver que ha sido precisamente el Teatro de la Zarzuela, ese lugar donde a diario se dan lugar compositores carentes de un "dominio completo de la técnica ni un alto ideal artístico", quien ha echado el resto, apostando por su música y recuperándola?
Con esta Marianela que rescata la Zarzuela, pudiera dar la impresión que nos encontramos ante un compositor joven que está probándose a sí mismo con las vanguardias y fuentes de una época de revolucionarios cambios musicales. Sin embargo, Pahissa ya superaba los cuarenta años de edad cuando estrenó la partitura, habiendo encontrado inspiración y colaboración con anterioridad en autores que iban desde el más puro Noucentisme catalán, como Josep Carner adaptando la renaixença de Jacint Verdaguer, hasta el historicismo de Marquina y el realismo romántico de uno de los padres del resurgimiento de las letras catalanas como es Àngel Guimerà. Más allá de la lírica, además, ya había escrito obras de cámara y canciones, un poema sinfónico, una Sinfonietta, dos sinfonías, varias oberturas y una incursión en un sistema propio "intertonal", con Nit de somnis. Ninguna zarzuela, antes o después, pues renunció a ellas frente a un ideal particular. Pahissa, escuchándole y leyéndole, parece que se gustara tanto a sí mismo, como seguridad tenía en su hacer. "Mi padre iba por libre", nos contaba su hija, Eulàlia Pahissa (presente entre el público de estas funciones), en una entrevista publicada por Platea hace justo un año.
Esa libertad, al menos en esta Marianela, pasa a buen seguro por los últimos coletazos wagnerianos, impregnados, cómo no en 1923, de Debussy. Pero no sólo eso; sobre todo, diría yo, Pahissa bebe de Richard Strauss. Así, por momentos uno parece estar asistiendo a una mezcolanza única de Tristan y El Caballero de la Rosa, con coloridos brochazos debussinianos. Y si se quiere más, voy a más. Lo más llamativo de toda la obra, sin duda, es el empleo de una suerte de expresionismo, en el camino que Schoenberg ya había iniciado con su Noche transfigurada y que se cuela aquí entre trazos folkloristas (canciones tradicionales catalanas sustentan momentos clave), desintegrándose en la forma, con áridas disonancias, o volviendo a ella, con bellas melodías y destellos, incluso, veristas. Pahissa, en Marianela, viene a suponer toda la vanguardia, pasada o actual de comienzos del XX, en un remolino sin igual. La obra tiene sus peculiaridades: por encima de todo, ese dúo entre Marianela y Pablo del primer acto, que comienza, o parece comenzar, como una escena íntima de amor, en un nocturno que arranca hablando de forma melindrosa sobre "estrellitas" y que Pahissa riega de agudos imposibles, sin aparente razón de ser. También resulta llamativo el concertante del segundo acto, con una parte a cappella, así como la falta de efecto (o efectismo) en la entrada de algunos personajes, o en la muerte de la protagonista. Y sobre todo, la visión expresionista al describir el atardecer, o cuando Pablo recupera la vista, buscando impresiones en los chelos, los violines y las flautas, propias de un genio de la música.
Hablando de genios, la obra del compositor catalán sirve este año, además, para celebrar en el Tetro de la Zarzuela el centenario de la muerte de uno de los mayores ingenios de la literatura de nuestro país: Benito Pérez Galdós. Y aún así, desde mi punto de vista, dramáticamente esta ópera no vale gran cosa. En realidad, por mucho que se repita, y teniendo títulos como Doña Perfecta, Tristana, Fortunata y Jacinta, Miau o La de Bringas, por ejemplo y que yo haya leído, Marianela no resulta de las mejores obras del grancanario. Habiendo cogido la obra teatral homónima de los hermanos Quintero como referencia, el texto es de un remilgado, de un naif impostado y de un idealismo vacuo que por momentos se hace muy difícil de digerir. Su utilización y forma en la música tampoco es de lo más refinada, llamando poderosamente la atención, por momentos, el perjuicio prosódico llevado a cabo. Todo ello, por no hablar del machismo y el paternalismo que destila, casi a la altura de la crítica musical. Cosas de la época, se entiende, así como el hecho de que, tras ser un doctor quien recupera la vista del ciego, todo el mundo siga rezando y dando las gracias a Dios. Me recuerda un poco a la actualidad que vivimos, cuando la ciencia se está dejando la piel por curar a la humanidad y suministrarnos una vacuna, mientras parte de nosotros está más pendiente de la foto que va a subir a su Instagram con el postureo de turno... sumado a lo pronto que vamos a olvidarnos de ella, si es que en algún momento estamos valorándola como es debido.
Volviendo a la música, de ella dio buena cuenta Óliver Díaz al frente de la Orquesta de la Comunidad de Madrid, con un escenario prolongado sobre el foso y parte del patio de butacas, en el que, no obstante, no cupieron todos los atriles marcados en la partitura original. Con todo, la música sonó densa, quizá un punto abierta ante una cuesitón ya física y espacial imposible de solventar, son los tiempos que nos toca vivir y suerte que los estamos viviendo. Trabajada e interesante la cuerda, a rematar aún el trabajo en los vientos, especialmente los metales. De similar modo se escuchó al Coro del Teatro de la Zarzuela, excelente en sus apariciones, pero que no pudo tener un mayor protagonismo al encontrarse al fondo de la caja escénica.
En el apartado vocal, destacar antes de nada la voluntariosidad de todo el elenco, especialmente de los dos protagonistas, ante una partitura vocal que se las trae. A la Marianela de Adriana González se le exige todo desde el primer momento en que aparece en escena. Ha de resultar una muchacha afable, de aquellas personas que buscan su realización en la idealización del amor (¡nunca idealicen el amor!... ¡idealícenlo siempre!)... en un maremágnum orquestal de primer orden, algo difícil, a buen seguro, de encajar. Su protagonista es sutil, con un timbre carnoso y de tonalidades pastel, que busca y sirve al juego de dinámicas desde sus propios medios, siempre honestos, con detalles cánoros que los oídos agradecen, como sus incursiones en pianissimi. Sin duda, la soprano guatemalteca está llamada a ser una de las protagonistas líricas del circuito internacional. A su lado, un arrojado, heroico Alejandro Roy como el ingrato Pablo, que viene a ser el malo de la película. Un villano al que se le acaba cogiendo cariño por la entrega total del cantante, sacando adelante una gran colección de agudos imposibles, con voz plena y un timbre squillante.
Como personajes secundarios, un plantel de cantantes de habla hispana de primer orden. Luis Cansino como Teodoro consiguió hacer amable y afable un papel paternalista, incluso desagradable desde el prisma actual. En su momento solista del tercer acto arrancó aplausos espontáneos, a pesar de la música continuada. Noble el Patriarca de Simón Orfila y de bello timbre la Florentina de Paola Leguizamón. Completó el reparto el buen hacer de César Méndez Silvagnoli como el Padre de Florentina y María José Suárez como Mariuca.
De todos estos cantantes, por cierto, tres de ellos proceden de América, en un paso más del Teatro de la Zarzuela, entiendo, por abrirse a su internacionalización. Al igual que, no lo olvidemos, el hecho en sí de llevar a cabo esta recuperación, una ópera. Un camino hacia la estabilización de un "Teatro lírico nacional", en el que, es algo coherente en este planteaminto, tienen mucha cabida obras como esta. Creo que todo está en camino, pero como madrileño que soy, de nacimiento, pasto y sentimiento, tengo la necesidad de seguir soñando con el día en que se escuche una zarzuela cantada en catalán en este teatro. Y no quiero, permítanme, cerrar estas líneas, sin recordar otras, magníficas, del Maestro Galdós, tan necesarias y descriptivas en estos tiempos que vivimos, como cultura y como sociedad: "Todo es navegar, todo es una continua lucha, un gran derroche de esfuerzos, arte y valor para no ahogarse". Las tienen en uno de sus Episodios Nacionales: Luchana.