Juive Munich 

Doble y afortunado debut

04/06/2016. Bayerische Staatsoper. Halévy: La juive. Aleksandra Kurzak (Rachel), Roberto Alagna (Éléazar), Vera-Lotte Böcker (Eudoxie), John Osborn (Léopold), Ain Anger (Cardenal Brogni). Dir. de escena: Calixto Bieito. Dir. musical: Bertrand de Billy.

Uno de los principales atractivos de la presente edición del festival de verano de la Ópera de Múnich era sin lugar a dudas esta nueva producción de La juive firmada por Calixto Bieito e incluyendo el debut como Eléazar del tenor Roberto Alagna. Obra infrecuente y compleja -recientemente se hizo en Lyon-, su presencia en los teatros depende generalmente de la existencia o no de un tenor capaz de sostener la parte de Éléazar con verosimilitud. Recién retirado Neil Shicoff del panorama lírico, el rol había quedado ciertamente huérfano de intérpretes, de ahí que quepa celebrar especialmente este afortunado debut de Alagna con la parte, a la espera de que otros colegas de cuerda como Kunde o Kaufmann se sientan tentados por acometerla.

La nueva producción firmada por Calixto Bieito se encuadra dentro de la categoría de sus trabajos que alcanzan a ser inteligentes sin necesidad de ser zafios. La obra gira en todo momento en torno al tema de la intolerancia, religiosa en principio, pero de toda condición en última instancia. Bieito dibuja con crudeza pero sin gratuidad ese clima de hostilidad y humillación, con escenas de sumo impacto alrededor del personaje central de Rachel: azotada por una multitud y rapada en pública humillación en la última escena, antes de ser arrojada a las llamas. La escenografía de Rebecca Ringst recrea con pocos pero atinados elementos ese clima de opresión e intolerancia. Un módulo central, presente durante toda la representación, orientado en diversos ángulos, recrea un muro de tonos grises, claro remedo del “muro de las lamentaciones” de Jerusalén. El trabajo de Bieito se sostiene así, sobre todo, a partir de una detallada e incisiva caracterización de los personajes, tanto en lo referente al estillismo como sobre todo por lo que hace a la dirección de actores, de una riqueza que pone en valor el talento del mejor Bieito. La batuta de Bertrand de Billy recrea una Juive impecable de principio a fin. En comunión con una orquesta de sonido firme y elegante, de Billy pinta un fresco doliente y amargo. Fino concertador, no se escapan entre sus manos las exigentes escenas de conjunto, que sonaron aquí con indudable intensidad.

De todo el reparto sorprendió, y mucho, el estupendo desempeño de Aleksandra Kurzak en el rol protagonista de Rachel. Kurzak sustituía a Kristine Opolais, originalmente prevista en este papel; de hecho Kurzak estaba programada en origen para la parte de la princesa Eudoxie. Aunque a principio la parte de Rachel pudiera antojarse fuera de sus coordenadas vocales, lo cierto es que Kurzak la defendió hasta hacerla suya con un instrumento homogéneo, fácil en el agudo, de centro terso e inteligente en el grave. Lo que más convenció de su Rachel fue en todo caso la verdad de la acentuación, en una interiorización del personaje ciertamente digna de elogio y con una entrega escénica sin reparos. Si prosigue por este camino, la trayectoria de Kurzak puede tener mucho interés. 

Durante toda su carrera el tenor Roberto Alagna ha demostrado renunciar a cualquier suerte de conformismo, buscando superase una y otra vez, a menudo en contra de quienes han cuestionado cada paso adelante que daba. Seguramente no siempre haya acertado de pleno, pero desde luego nadie puede dudar de su valentía. En los últimos años se ha enfrentado a no pocas nuevas partituras, desde Le roi Arthus a Le Cid de Massenet, pasando por su debut in extremis como Des Grieux en Manon Lescaut de Puccini, en el Met, sustituyendo a Jonas Kaufmann. En esta ocasión, Alagna incorporaba un complejo rol, la parte de Eléazar en La juive, un papel que casi todos los grandes tenores líricos (sorprende que Domingo no lo hiciera en su día) han estado tentados de abordar, pero que sólo unos pocos -de Caruso a Shicoff pasando por Tucker- han sido capaces de resolver con fortuna.

Nada más abrir la boca, reconocemos en Alagna la voz de un primo tenore, seguramente la más importante que en la cuerda del tenor lírico hemos conocido desde los años noventa, con sus lógicos altibajos desde entonces. Cuando está en forma, la voz retiene hoy todavía un evidente atractivo, desde luego por su color pero también por la autoridad y, singularmente en este caso, por el dominio del estilo. No ya tan sólo por la impecable fonación en francés, que se le supone, sino por el medido trabajo con el fraseo, con partes memorables como la celebración de la Pascua en casa de Éléazar. Así las cosas, a su espléndida caracterización del personaje apenas cabe reprocharle alguna esporádica y puntual dureza en el agudo, en todo caso peccata minuta. En la función de estreno Alagna introdujo la cabaletta que sigue al aria “Rachel, quand du Seigneur”, que sin embargo aparecía suprimida en la función que nos ocupa, quizá por representarle una tensión innecesaria para acometer cómodo el resto de la función.

Ocupando el lugar originalmente asignado a Kurzak en estas funciones, en la parte de Eudoxie, actuaba la joven soprano alemana Vera-Lotte Böcker, dueña de un esbelto instrumento de lírico ligera, de esmeradas dotes escénicas y que cuajó una actuación ciertamente convincente, con un canto ágil y de probada intensidad. Aunque los medios no siempre deslumbran, con un timbre que a veces tiende a quedarse atrás, el Léopold de John Osborn tuvo el atractivo de su adecuación estilística, con una línea de canto de indudable buen gusto, cuajada de pequeños detalles de belcantista aquilatado. Completando el reparto en sus roles principales, con medios suficientes aunque generalmente fuera de estilo, el bajo Ain Anger no alcanzó a redondear un retrato verosímil del cardenal Brogni.