Langsam, Marie, langsam
Madrid. Teatro de la Abadía. 17/01/2021. Marie, de Germán Alonso. Nicola Beller-Carbone (soprano, Marie), Xavier Sabata (contratenor, Wozzeck) Pablo Rivero (actor, un capitán, un policía, una limpiadora), Luis Tausía (actor, un borracho y una striper trans, una limpiadora), Julia de Castro (actriz, una doctora, una striper). Ensemble Proyecto Ocnos. Dirección musical: Germán Alonso.
Asistir a un estreno operístico siempre es motivo de satisfacción; también es un reto personal, sobre todo cuando uno piensa en el momento en que habrá de estar ante el teclado del ordenador en el intento de ordenar las ideas surgidas tras la experiencia de la representación. En el caso que nos ocupa, hablamos de Marie, de Germán Alonso.
Comenzaré con un reconocimiento: desde que supe de la presencia de Marie en la actual temporada de Teatro Real, apunte la fecha del único sábado presente en mi agenda; más aun al saber que esta Marie era la esposa asesinada de Wozzeck, el miserable –en todos los sentidos- soldado raso que es víctima de todos y todo y por ello, provocador de nuevas víctimas, tal es el caso de la mujer que nos ocupa.
El interés se multiplica al considerar un servidor a Wozzeck como la ópera más cercana a la perfección –sí, lo se, esta palabra nunca hay que utilizar en un comentario artístico, pero no se me ocurre alternativa lingüística más adecuada- del siglo XX y, por ende, de la historia de este arte. Wozzeck cumplirá cien años dentro de cuatro y es probable que el mundo lírico –si pandemias nuevas no lo impiden- inunden los teatros de reposiciones de esta ópera, lo que nunca está de más. Aun y todo, esta obra seguirá provocando en el espectador más conservador reacción de rechazo e incomprensión lo que no hace sino subrayar el enorme acierto de un compositor que fue capaz de golpear en las tripas del stablishment lírico de los años 20 del siglo pasado, patada que aun duele. Y ello a través de una estructura teatral y operística que roza la virtud matemática: tres actos, cada uno de cinco escenas separadas por el consiguiente interludio musical y con una duración aproximada de treinta minutos cada uno de ellos hasta redondear esos noventa minutos claves en la historia de la ópera.
Tras esta pequeña confesión permítaseme una pequeña digresión: para muchos la ópera es como la nieve. La nieve niega la diversidad, anula los colores de la naturaleza, neutraliza el relieve hasta hacerlo desaparecer y a vista de pájaro un paisaje nevado –además de blanco, frío y húmedo- es un paisaje singular, no plural. Y tras el concepto de ópera se esconde muchas veces la negación de lo diverso, de lo distinto. La ópera se ha desarrollado especialmente en los siglos XVIII y XIX en torno a formas propias y determinadas y existe un sector significativo de la afición y de los mismos profesionales del arte que fuera de los esquemas más tradicionales se sienten como si estuvieran desnudos en la nieve, desolados, desamparados. Y niegan la diversidad, lo que no deja de ser curioso porque el siglo XX es no ya el siglo de la ópera, sino el de las óperas. Es el siglo en el que conviven Wozzeck con Einstein on the Beach, o Peter Grimes con Saint François d’Assise, obras de estética dispar donde las haya. Y el XXI tiene pitas de seguir por el mismo camino, ese camino que simbólicamente abrió Alban Berg con su Wozzeck, maravillosa ópera casi centenaria que aun causa perplejidad en los amantes de la ópera-nieve.
Había que ver Maríe; y escucharla. Luego uno puede sentirse más o menos cómodo no ya solo durante el espectáculo sino incluso tras el mismo. Terminada la función uno puede sentirse zaherido, burlado o quizás afortunado por haber podido disfrutar del esfuerzo de compositor, libretista y artistas. Allá cada uno con sus conclusiones, pero Marie había que verla y oírla.
No seré yo quien desdiga al compositor. Si para Germán Alonso esta obra es una ópera solo me queda tratar de ensanchar mi concepción personal de lo que es una ópera pero no trataré de pontificar diciendo que es y qué no es, que puede o no aceptarse dentro del concepto ópera. Demasiada nieve hay en la calle sin recoger paro que ahora un servidor uniformice más si cabe el concepto.
¿Estamos ante una ópera convencional? Afortunadamente, no. Porque si en la tercera década del siglo XXI continuáramos haciendo ópera igual que en la tercera década del XIX, mal andaríamos: estaríamos momificando un género, es decir, certificando su muerte. Hay cantantes de ópera, hay actores, hay un libreto, música, una idea e intención; todo esto se pone en escena, se interpreta y el espectador, en su legítimo derecho, reacciona.
Marie dura unos ciento diez minutos sin interrupción alguna y nos narra la misma tragedia de Wozzeck bergiano pero desde la perspectiva de la mujer asesinada, Marie, quien sumida en pobreza estructural ha de recurrir a la prostitución para sobrevivir. Porque Marie y Wozzeck son, fundamentalmente, víctimas de la pobreza, el clasismo y unos valores ideológicos reaccionarios que –por ejemplo- perpetúan la dominación del pobre y más aún de la mujer pobre. Por ello, si Wozzeck es víctima, Marie lo es doblemente. Wozzeck es pobre, Marie es pobre y mujer. Y ahí reside gran parte del interés de la propuesta.
Germán Alonso plantea su obra cual pieza de teatro con música incidental y episodios cantados en forma tradicionalmente operística, dicho sea esto último con muchos reparos. El lenguaje de su música se incardina dentro de la estética más vanguardista y utiliza como apoyo musical un quinteto (flauta, saxofón, clarinete bajo, acordeón y guitarra eléctrica) más cinta grabada, quinteto compuesto por músicos miembros del Ensemble Poyecto Ocnos. La dirección musical –realizada desde las alturas- está asumida por el compositor y pocos reproches cabe realizar al trabajo de los instrumentistas, asumiendo una partitura que intuyo de sustanciales dificultades técnicas.
El libreto es de Lola Blasco, la misma que nos recita varios monólogos en off. En mi opinión el libreto peca de desconexión con la parte más social del drama y se centra en los recovecos intelectual(oid)es y metafísicos de la tragedia humana aunque economía y política se pasan más de soslayo. La sensación personal que me queda es querer abarcar en exceso para escaparse de la reflexión que se me ocurre acerca de la pobreza extrema de un proletariado que termina siendo instrumento del abuso perpetuo de distintos personajes que simbolizan la explotación militar (capitán), social (doctor) y económico.
La interpretación actoral, además de muy exigente, es brillante; en este sentido, para un servidor, poco habitual de las salas de teatro –no hay tiempo para todo- poco queda sino aplaudir fervorosamente el trabajo de Pablo Rivero, Luis Tausía y Julia de Castro. Los tres se entregan sin paliativos a las duras exigencias tanto de la obra en sí misma como por las escénicas. Y es que Rafael Villalobos hace una apuesta en la que se combina la sencillez de la escenografía con un juego de luces y sombras que subrayan el carácter trágico de lo contado. Una enorme cruz domina todo el escenario, tornándose por momentos ya espejo, ya punto de apoyo, ya camino a la eternidad, entendida esta no como algo cristiano sino como algo trascendental. Quizás aquí queda subrayar que precisamente la gran cruz cumple varias funciones pero ninguna estrictamente religiosa, pues entiendo que las menciones a la cruz y la crucifixión tienen más de alegato social que religioso.
Los cantantes han de ser actores, lo que no es cosa de Perogrullo; en esta ópera que no es ópera los cantantes se desnudan a través de la declamación, la interpretación y en bastante menor medida, a través del canto. Y aquí Nicola Beller-Carbone y Xavier Sabata están de sobresaliente. Dueños de enorme credibilidad, tanto la aparente y engañosa fragilidad de ella como el brutal físico de él permiten aceptar sin merma alguna su interpretación; vocalmente, Sabata es obligado a jugar con su voz en los extremos agudos de su voz, especialmente en el registro grave a distintas alteraciones y/o deformaciones de sonidos que buscan el efecto de sorprender y desagradar al oyente.
El público aplaudió y braveo aunque de forma contenida. Este tipo de tragos hay que saber digerirlos con el paso del tiempo. A las afueras, pisando las húmedas calles de Madrid –la mención al asfalto es irónica pues casi no se ve- la gente hablaba del procaz lenguaje o del exceso de desnudos. A mí procaz me parecen otras cosas que hacen con nuestra salud, no el decir que alguien es puta; y el cuerpo humano me sigue pareciendo un sinónimo de belleza natural. Por lo tanto, no me sentí incómodo. Yo fui a ver y escuchar una ópera aunque por su peculiaridad ahora me vea peleando con un figurado folio en blanco, tratando de ordenar todo lo que bulle en mi cabeza.
Marie puede tener recorrido. Quizás en festivales de teatro contemporáneo, en muestras de música actual, quizás en un simple teatro convencional, dentro de una convencional temporada de ópera donde puedan sacudirse sin freno las mentalidades de aquellos que entienden que la ópera es como la nieve, que hace desaparecer toda singularidad. Ya lo dijo alguien: langsam, Marie, langsam, que el futuro es vuestro.