DonPasquale Irun21

Adolf Pasquale

Irun. 20/03/20. Centro Cultural Amaia. G. Donizetti: Don Pasquale. Isidro Anaya (Don Pasquale), Francesca Bruni (Norina), Marc Sala (Ernesto), Gabriele Nani (Malatesta), Peio Arzak (notario). Orquesta Sinfónica y Coro Luis Mariano Dirección musical: Aldo Salvagno. Dirección escénica: Ángel Pazos.

Desde enero de 2019 no aterrizaba un servidor en el Centro Cultural Amaia para poder disfrutar de un espectáculo de la Asociación Lírica Luis Mariano, grupo empeñado en ofrecer a los irundarras y colindantes espectáculos operísticos que si bien están cargados de humildad y condicionamientos técnicos, lo están también de ilusión y amor por el género.

El pasado mes de marzo de 2020, cuando comenzó la pandemia y las primeras suspensiones se llevaron a cabo, uno de los primeros títulos en caer de mi agenda fue el Don Pasquale de Irun, que se planteaba como homenaje al tenor que da nombre a la asociación. Y es que en diciembre de 1943 un por entonces Mariano González hizo su debut operístico en el hermoso papel de Ernesto, en el Don Pasquale donizettiano. El pasado 2020 se cumplían 50 años del fallecimiento del tenor y el título escogido para su homenaje tenía una significación histórica evidente; sin embargo, el reconocimiento ha llegado con doce meses de retraso y no en las mejores condiciones: coro con mascarilla, teatro con aforo reducido, es decir, nada que ahora nos pille de sorpresa.

Así pues, como primer título de la temporada 2021 –la Asociación Lírica Luis Mariano continúa trazando sus temporadas por años naturales- se nos presentaba el Don Pasquale en propuesta que mostraba la intención de recordar el momento histórico en el que se produce el debut del tenor irundarra: en 1943 Francia estaba ocupada por los nazis alemanes después de que estos sorprendieran a los franceses, ingenuos en su confianza ciega por la llamada Línea Maginot; el mariscal Petain gobernaba la Francia ocupada mientras De Gaulle trataba de ampliar la Francia Libre. No sería hasta agosto de 1944 cuando la población parisina se amotinara contra la ocupación después de que miles de franceses judíos hubieran sido exterminados mientras otros miles de comunistas y gaullistas eran detenidos y ajusticiados por meras de sospechas de participación en la Resistencia.

Este era el contexto en el que el joven Mariano González encuentra su oportunidad de debutar en la ópera e iniciar un camino que, como es sabido, ya como Luis Mariano, le llevaría mucho más por el camino de la opereta, el musical y las canciones populares. 

Puede así entenderse que en la propuesta escénica de Ángel Pazos Don Pasquale da Corneto sea una fotocopia –bastante bien conseguida, todo sea dicho- de Adolf Hitler, Malatesta y Ernesto aparezcan ataviados de oficiales nazis mientras que Norina juegue con dinamita desde su primera aparición, como si perteneciera a la Resistencia. El notario es otra fotocopia, en este caso de Charles de Gaulle.

Antes de entrar al minúsculo teatro algún bienintencionado me advirtió, a modo de aviso, del disparate escénico; sin embargo, la idea original no es mala. Lo que ocurre –y creo que eso le pasa a mucha gente que entra en el mundo de la dirección escénica sin gran experiencia previa- es que se quieren decir tantas cosas durante la época que, al final, se acaba diciendo muy poco; o más bien, mucho pero de forma deslabazada.

Además de la propuesta escénica, ciertamente atrevida y quizás disparatada, la velada se vio hipotecada por distintos problemas de regiduría: cartas que no están en el bolsillo adecuado, sofá que se parte por la mitad por el peso de los cantantes, entradas y salidas descoordinadas de los personajes,… Seguramente la falta de ensayos y las dificultades actuales del trabajo en grupo tienen mucho que ver con la situación pero hay aspectos que de tan aparentemente sencillos que son, parece que podrían resolverse sin mayores dificultades.

Vocalmente la velada no fue muy feliz. En mi modesta opinión el gran problema fue la concepción vocal del personaje principal, encarnado por el bajo-barítono Isidro Anaya. Existe una tradición en la interpretación de los papeles de bajo bufo que han apuestan por lo grotesco e histriónico a costa de hipotecar la línea de canto. Entre los grandes –por aquello de la fama- cantantes de la historia no era lo mismo escuchar el Don Pasquale de Fernando Corena o el de Sesto Bruscantini, por poner solo dos ejemplos. Lo que en el primero es histrionismo, humor de trazo grueso y canto muy poco académico se tornaba en el segundo contención, mayor respeto a la partitura y técnica vocal adecuada. 

En el caso que nos ocupa se apostó por la primera escuela. Solo pondré dos ejemplos: los numerosos recitativos del personaje principal, que se lanzaron sin atención al texto y de forma abrupta; o la gran escena de canto silabato que es el dúo Cheti, cheti immantinente, que se tornó incomprensible.  Se me podrá decir que dados los vítores del público el éxito popular fue incontestable y es que lo que el bajo sí mostró fue capacidad actoral aunque para algunos lo más importante es lo que se canta y en este sentido…

Gabriele Nani construyó un Malatesta que fue mejorando según avanzaba la velada; al comienzo se mostró dubitativo y con voz bastante dura. Más tarde mostró una voz más flexible y adecuada al papel.

Francesca Bruni, la Norina, se nos aparece en la propuesta escénica como una dominatrix sado-maso (sic) vestida de forma que apostaba claramente por el erotismo. Su voz no es hermosa y la franja aguda está muy hipotecada, hasta el punto de esquivar más de un agudo tradicional. Finalmente, Ernesto, que en esta velada ha de entenderse como sinónimo de luz. Marc Sala, el tenor catalán, fue lo mejor de la velada con diferencia. Así, el acto III, con el Com’é gentil y el dúo Tornarme a dir fueron el punto vocalmente cumbre de la noche: en su haber, un fraseo excelente, una adecuación estilística indudable y una creación de personaje dotada de credibilidad. En su debe, las limitaciones que se aprecian en la zona aguda. En cualquier caso, una enorme suerte haber podido disfrutar de este tenor en Irun. Peio Arzak fue un suficiente notario.

La parte coral de este título es muy breve, aunque es de esas partes en las que no solo tienes muy poco que ganar sino incluso mucho que perder; si lo haces todo muy bien, apenas consigues relevancia pero si las cosas no salen bien, se notan en exceso. No diré que las cosas salieron mal pero empaste insuficiente, falta de coordinación y algún error manifiesto evitaron una prestación sobresaliente del coro. La orquesta mostró las limitaciones de siempre, que se apuntaron desde la misma obertura: falta de delicadeza, fraseo borroso y falta de sonoridad normal teniendo en cuenta que en el no-foso apenas caben treinta músicos. Aldo Salvagno, el director-concertador de siempre apenas pasó de la coordinación de los participantes, lo que en ocasiones ya conlleva esfuerzo relevante.

El próximo junio, en torno a las fiestas de Irun –que nadie se atreve a decir que se celebraran- podremos asistir al próximo título, en este caso uno de los máximos ejemplos de la zarzuela: El huésped del sevillano, de Jacinto Guerrero.