Trionfo Aix 

Una “batalla” deconstruida

Aix-en-Provence. 10/07/2016. Festival d´Aix-en-Provence. Händel: Il trionfo del tempo e del disinganno. Sabine Devieilhe, Franco Fagioli, Michael Spyres, Sara Mingardo. Le Concert d´Astrée. Dir. de escena: Krzysztof Warlikowski. Dir. musical: Emmannuelle Haïm

Se ha desatado en Francia una de esas polémicas inútiles en torno a la opinión que el libreto de esta ópera-oratorio de Händel merecía a juicio de Warlikowski, cuya opinión al respecto se ha tildado de escandalosa, digna poco menos que de un dogmatismo estaliniano. Todos los amantes del Barroco estaban indignados. Lo cierto es que el cardenal Pamphili escribió aquí un libreto moralista digno de las escuelas católicas de todos los tiempos, y muy en particular de la Roma de comienzos del Settecento. La representación teatral de debates morales o filosóficos, frecuente en la época, lleva a pensar en aquello que hoy llamamos “batallas”, esto es, disputas o luchas entre discursos antagónicos dignos de escuelas de derecho del Imperio romano o de las escuelas jesuíticas napolitanas.

Warlikowski propone precisamente por eso una dirección más bien hierática, con una economía de movimientos casi ritual, compuesta de cuadros por los que los personajes transitan, acompañados de proyecciones, como si fuesen espectadores silenciosos de una sala de cine, no siendo el propio drama y el público otra cosa que una sombra del placer evocado.

Un bellísimo muchacho baila al comienzo y muere después, probablemente de sobredosis, provocando tristeza y desolación del lado de la Belleza, sirviendo como pretexto al inicio del drama. El centro de gravedad del espectáculo es un video extraído de una entrevista a Jacques Derrida, que concluye la primera parte de la representación sin interrumpir la música, aquí llena de humor y de juegos internos y terminando justo cuando se escucha a Derrida decir “¿creéis en los fantasmas?”. Unos fantasmas que son las imágenes evocadas por la Belleza, que en la tristeza por perder al joven muchacho; una Belleza cuya máscara se descorre desvelando un Placer que es cada vez menor. Este cierre con Derrida, el padre de la deconstrucción y lector despiadado de nuestra modernidad, es una clave para leer este espectáculo.

La escenografía de Malgorzata Szczesniak representa, como es costumbre en su caso, un espacio mental; una sala de cine dividida en dos por un pasillo de hierro, donde aparecen os fantasmas, como proyecciones de las evocaciones de Belleza. El discurso moralista original, en manos de Warlikowski y con la contribución de Derrida, deviene una meditación sobre los caprichos de nuestro tiempo. No encontramos aquí al Warlikowski más expresivo: el diseño es sencillo, los gestos esenciales, los movimientos reducidos al máximo. Pero algunas imágenes son fortísimas: el Tiempo, una especie de Orson Welles cansado (Michael Spyres), preside la mesa familiar(ya en la segunda parte, en la que la Belleza parece la niña mala y culpable, mientras que el Placer es figurado como un DF famoso en Francia, quedando el Desengaño como una mujer demasiado digna y regia. Alusiones todas ellas a una realidad sensible, con referencias al cine: Warlikowski siempre hace resonar sus propuestas con imágenes de gran alcance intelectual en torno a la modernidad.

Así las cosas, al final Belleza es víctima del Tiempo, del Desengaño y del moralismo, terminando con un vestido inmaculado con las iniciales “IHS” que marcan la sumisión voluntaria y definitiva a las leyes de la moral y de la religión. Pero la dirección de escena destruye este orden armónico y en realidad Belleza se suicida: la segunda parte de la representación conduce a la muerte de al frescura y de la espontaneidad.  Y en rel reverso de todo, la moral y la religión se contentan con ello.

Para su primera incursión en terreno barroco, Krzysztof Warlikowski construye (o deconstruye) una visión de espejo típicamente barroca, valga la redundancia, donde la sala que acoge el espectáculo y sala de cine que el espectáculo mismo propone se reflejan: en mitad de ese reflejo, se desarrolla el drama, que es presentación y representación, que es nuestro y no lo es al mismo tiempo, leyendo nuestros tiempos con suma ambigüedad, abandonando falsos moralismos mortíferos, como el propio Warlikowski declara en el programa de mano.

Una espléndida realización musical acompaña este cuadro amargo y casi abstracto de Warllikowski: Emmannuelle Haïm, al trente de Le Concert d´Astrée, su desenvuelta orquesta, llena de dinamismo y tensión, capaz de dar concreción a una ópera que no posee estrictamente un dramatismo operístico, consiguiendo que su música tenga una viveza inaudita. Delicadez, rugosidad, tensión

El reparto reunido, excepcional, hace justicia a esta partitura que exige una suma perfección formal e interpretativa para superar la frecuente ausencia de dramatismo. Sabine Devieilhe asume la parte de la Belleza, aportando no sólo frescura y juventud, sino asimismo una voz controlada, coronada con agudos estratosféricos, de espléndida morbidez, logrando mostrarse siempre conmovedora. Su “Tu del ciel ministro eletto” es un momento de pura poesía, donde la soprano francesa se revela capaz de una fuerte tensión interior, sin caer nunca en el exceso, con una emotividad auténtica. La parte de Placer recae en el contratenor Franco Fagioli, que pinta un personaje vivaz, algo aniñado y algo fastidioso; pero sabe también ser refinado y sutil (Lascia la spina…), si bien la dicción deja a veces algo que desear, pues la articulación del texto podría estar más cuidada. En cambio, Michael Spyres se antoja extraordinario en su encarnación de Tiempo: canto controlado, agilidades impecables, dicción excelsa; mucho más cómodo aquí de hecho que en las óperas de Rossini, el tenor se revela insuperable en esta parte. Su “Folle, dunque tu sola presumi” es uno de los momentos álgidos de la velada. Finalmente, Sara Mingardo es un Desengaño de elegante aristocracia y de auténtica referencia en este repertorio: con una voz no excepcional, ciertamente, pero con un estilo impecable y con una distinción increíble, se impone en escena, no sólo por una emisión sin parangón sino también por una dicción modélica. La suya es una gran lección de canto y estilo.

En suma, una de las más bellas propuestas de cuantas se han ofrecido en este Aix 2016, gracias a una aleación real y lograda entre una música excelsa, una compañía de canto superior y una orquesta fabulosa, en manos de una dirección de escena inteligente, que jugando con lo más esencial, extrae de esta representación barroca un realismo inaudito. Como si fuese la caverna del mundo, con ese citado juego de espejos, se sella un encuentro entre música y filosofía, entre construcción armónica y deconstrucción dramática.