Maratón Gluck

Aix-en-Provence. 05/07/2023. Gran Teatro de la Provenza. Gluck. Iphigénie en Aulide. Corinne Winters (Iphigénie), Russell Braum (Agamemnon), Véronique Gens (Clytemnestre), Alasdair Gens (Achille), Nicolas Cavalier (Calchas), Susa Parassidis (Diane). Coro y Orquesta Le Concert d’Astrée. Dirección de escena: Dmitri Tcherniakov. Dirección musical: Emmanuelle Haïm.

Aix-en-Provence. 05/07/2023. Gran Teatro de la Provenza. Gluck. Iphigénie en Tauride. Corinne Winters (Iphigénie), Florian Sempey (Oreste), Stanislas de Barbeyrac (Pylade), Alexandre Duhamel (Thoas), Susa Parassidis (Diane). Coro y Orquesta Le Concert d’Astrée. Dirección de escena: Dmitri Tcherniakov. Dirección musical: Emmanuelle Haïm.

Comenta Dmitri Tcherniakov en el programa de mano de estas óperas que la idea de unir en un una sola velada las dos óperas que tienen como protagonista a Ifigenia y su trágica vida reflejada en las obras de Eurípides, surgió en la primera conversación que tuvo con Pierre Audi, director artístico del Festival de Aix-en-Provence, cuando, alrededor de hace siete años este último tomó las riendas del Festival. El mismo Audi había hecho realidad esta unión en su paso por el Teatro de La Monnaie de Bruselas y quería repetirla en Aix, dirigiendo escénicamente Tcherniakov las dos óperas neoclásicas de Christoph Willibald Gluck. Una intención, realmente poco frecuente y que tiene su interés pero también sus problemas y que no se ha plasmado hasta este verano. El resultado, en un breve resumen, podríamos definirlo como excelente en lo musical y tedioso y previsible en lo teatral.

Con permiso del extraordinario trabajo que hizo la protagonista de las dos óperas, Corinne Winters, la gran triunfadora de la noche fue, sin duda, Emmanuelle Haïm dirigiendo Le Concert d'Astrée.  A la directora y su conjunto solo se le pueden aplicar adjetivos que van de lo admirativo a lo extraordinario. Haïm, desde la primera nota que abre la obertura de Iphigénie en Aulide, se entrega con cuerpo y alma a la partitura, a los músicos y a los cantantes. Su interpretación está llena de detalles, con un conocimiento tremendo de la música, quizá, por diferenciar algo, más en Iphigénie en Tauride, donde se le vio aún más comprometida con la música, más conocida y más interpretada que su ópera hermana.

Los ritmos fueron contrastados, acorde con lo escrito por Gluck, medidos con precisión y en completo engranaje con en el escenario que la directora nunca perdía de vista. Gracias a su maestría y a unos músicos de Le Concert en estado de gracia, pudimos oír un Gluck limpio, redondo, sin estridencias, con la oscuridad propia de la tragedia, sobre todo en Tauride, más sombría que Aulide (permítanme la licencia de diferenciar así las dos obras). Fueron para ella y su ensamble, tanto al comienzo de Tauride  y, sobre todo, al final de la velada, los aplausos más clamorosos de un público que percibió que el trabajo de Haïm fue hercúleo y espectacular.

Iphigenie_Aix_24_Rittershaus_c.jpg

Para situarnos un poco en dos títulos poco frecuentes resumiremos brevemente el argumento de cada una de ellas. Ifigenia en Aulide gira en torno a la preparación de la armada griega que va a partir a la Guerra de Troya. Aulide es donde se ha reunido esta flota pero no puede emprender viaje porque la diosa Diana exige un sacrificio humano para enviar vientos propicios. Agamenón, rey de Micenas, desolado, conoce la noticia que es su hija Ifigenia, que viene de camino porque es la prometida del héroe Aquiles, la elegida para la inmolación. Aunque intenta disuadirla, tanto la princesa como su madre, la reina Clitemnestra, llegan al campamento y los dos amantes se pueden reunir. Clitemnestra hace todo lo posible para que Agamenón no ceda y no permita el sacrificio. Después de diversas peripecias y en el límite de la ejecución, la diosa se apiada de los humanos y accede a que soplen los vientos sin que haya sacrificio ninguno.

Veinte años después se desarrolla la trama de Ifigenia en Tauride. La princesa ejerce como  sacerdotisa en un templo de Diana en la lejana tierra de los tauros, un pueblo bárbaro para los helenos, situado en la actual península de Crimea. Después de una terrible tormenta, para calmar los vientos, el oráculo exige que los dos primeros extranjeros que aparezcan sean sacrificados. Dos náufragos griegos aparecen. Son Orestes, hermano de Ifigenia y que ha matado a su madre, Clitemnestra para vengar el asesinato de Agamenón a manos de esta, y su amigo de infancia Pílades. Pese al mandato, Ifigenia, que no ha reconocido a su hermano, decide que solo uno será ejecutado. Después de varios enfrentamientos entre los dos amigos porque ambos quieren que el otro se salve, es Orestes el que va a morir. En el último momento, y una vez que los hermanos se reconozcan y que el rey de los tauros, Toante, exija la muerte de los dos, Pílades vuelve con un pequeño ejército y detiene la ejecución. Finalmente otra vez interviene Diana, perdona a Orestes por el matricidio y permite que los griegos vuelvan a su tierra.

Iphigenie_Aix_24_Rittershaus_b.jpg 

Como decía más arriba, Corinne Winters se hacía cargo de los papeles protagonistas de las dos óperas. En Aulide, donde su parte es más corta, quizá menos brillante musicalmente también, ocurrió como Haïm: pudimos apreciar, desde su primera intervención, que era una voz perfecta para estos papeles. Winters posee un timbre muy atractivo, de tintes oscuros pero sin tener ningún problema en el agudo ni en el resto de la tesitura. Comprende perfectamente el canto de Gluck y consigue verdaderas maravillas como  Helàs, mon coeur sensible o Il faut, de mon destin, donde demuestra sus cualidades vocales y un fiato envidiable.

En esta primera ópera le acompañó también otra gran cantante, más veterana, muy curtida en este repertorio y que pese a algún momento más comprometido al comienzo de su intervención, sobre todo en el volumen de su emisión, siempre resulta impecable tanto en su estilo como en su entrega sobre el escenario: Véronique Gens. Su mejor momento, sin duda, fue Par un père cruel, cantado con gran elegancia. Buen trabajo también de Aquiles por parte de Alasdair Kent, una vez con un timbre particular pero que resolvió con solvencia su difícil parte, al límite siempre del agudo. Solvente el Agamenón de Rusell Braum, que, sobre todo en el primer acto, lleva la mayor parte del peso de la obra. Cumplidor el Calchas de Nicolas Cavallier, un papel también comprometido y excelente en su breve intervención como la diosa Diana (que repetiría en la siguiente ópera) de Soula Parassidis, una voz de indudable atractivo y gran proyección.

En Tauride volvió a brillar Corinne Winters, esta vez con arias de más enjundia, más elaboradas y donde pudimos disfrutar plenamente de la calidad, ya comentada, de su voz. Desde O toi que prolongeas mes jours que casi abre la ópera, pasando por O Malheureuse Iphigénie en el segundo acto y llegando, solo por destacar una de sus intervenciones a Non, cet affreux devoir-Je t’implore et je tembre. Estupenda. Estuvo acompañada por voces masculinas de gran nivel.

En primer lugar el Orestes de Florian Sempey, una voz con volumen y timbre plenamente baritonal, que en algunos momentos abusó del forte pero que también supo matizar cuando fue necesario como en Que ces regrets tous chants. Excelente el trabajo de Stanislas de Barbeyrac en un papel, el de Pílades, el amigo de Orestes, que aún no siendo de protagonista tiene unas intervenciones de una enorme belleza y donde el tenor francés pudo demostrar la calidad y clase de su canto. Sus dúos con Orestes o su breve aria Divinite de grandes âmes, fueron de los mejores momentos vocales de la ópera. Veteranía y calidad la de Alexandre Duhamel en su trabajo como el violento rey Toante donde demostró estar en plena forma.

El coro forma parte de forma muy importante en las dos óperas y como sus compañeros del conjunto musical demostraron que Le Concert d’Astrée, que dirige en su parte vocal, Richard Wilberforce, posee un nivel altísimo estando en todas sus intervenciones, tanto en el escenario como cuando cantaban desde el foso, como un grupo bien empastado, y plenamente integrado en el engranaje de las dos obras.

Iphigenie_Aix_24_Rittershaus_a.jpg 

Dimitri Tcherniakov, uno de les enfants terribles de la escena operística internacional es cada día menos terrible y más predecible, por no decir aburrido. Su planteamiento conjunto de estas dos obras de Gluck recuerda tanto a varias de sus producciones que parece que se copia a sí mismo a falta de ideas más originales. Se repite el traslado de la acción a ambientes burgueses actuales (Aulide) o marginales (Tauride) haciendo constantes guiños graciosos en medio de una tragedia, haciendo hiperactuar a los cantantes y transmitiendo actitudes contrarias a lo que dice el libreto (un ejemplo la frialdad con la que se reconocen los dos hermanos atridas en Tauride, al final de la obra algo incomprensible leyendo el texto de la ópera). La escenografía sencilla y esquemática reproduce un hogar burgués en la primera ópera.

La estructura de ese apartamento se queda solo en el armazón iluminado por neones como símbolo del deterioro del paso del tiempo de una obra a otra (destacar el excelente trabajo de iluminación de Gleb Filshtinsky). Lo demás son aderezos para simbolizar la buena relación de Agamenón con sus hijos o la altivez de Clitemnestra, la sinrazón de los representantes de los dioses o del poder (sacerdotes o reyes) y en una especie de burla sarcástica sobre las dos tragedias narradas. El director ruso no molesta ni tergiversa como en otras ocasiones, solo aburre y los cantantes y el coro siguen sus indicaciones con mayor o menor interés. Quizá lo más destacado sea el cambio de actitud de Ifigenia entre las dos obras, no sé si por implicación de  Corinne Winters o por los deseos de Tcherniakov, pero realmente en Aulide funcionó, con una princesa rebelde y luchadora, y en Tauride no convenció convirtiendo a Ifigenia en un ser frío y distante al que Winters no supo o no pudo darle una consistencia creíble.

Noche larga (dos óperas de duración media y un intermedio de 90 minutos puede ser un poco agotador) pero musicalmente muy fructífera con el triunfo de dos mujeres que son punteras en sus respectivos trabajos: Emmanuelle Häim y Corinne Winters.

Fotos: © Monika Rittershaus