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Destino a ninguna parte

Florencia. 04/05/21. Teatro del Maggio Musical Fiorentino. G. Verdi: La Forza del destino. Saioa Hernández (Leonora di Vargas). Roberto Aronica (Don Alvaro). Amartuvshin Enkhbat (Don Carlo di Vargas). Annalisa Stroppa (Preziosilla). Ferruccio Furlanetto (Padre Guardiano). Nicola Alaimo (Fra Melitone). Valentina Corò (Curra). Leonardo Cortellazzi (Mastro Trabucco),entre otros. Coro y Orquesta del Maggio Musical Fiorentino. Carlus Padrissa, dirección de escena. Zubin Mehta, dirección musical.

De grandes ingredientes y expectativas pero de resultado aturdidor fue el estreno de la nueva producción del Maggio Musicale 2021, en su 83ª edición, con la nueva producción de La forza del destino de Verdi. Carlus Padrissa al frente de la nueva puesta en escena, el emérito Zubin Mehta al podio y un reparto atractivo con los debuts en sus respectivos roles de la soprano madrileña Saioa Hernández como Leonora y Annalisa Stroppa como Preziosilla, así como el debut en el Maggio del emergente barítono mongol Amartuvshin Enkhbat

Ópera larga, de complejo argumento, por enrevesado y bastante absurdo a pesar de estar basado en la considerada primera obra del teatro romántico español, Don Álvaro o la fuerza del sino, del Duque de Rivas, estrenada en Madrid en 1835. Estamos antee un Verdi de madurez, libre de escoger obra, cantantes y libretista, que se decidió por esta historia para el estreno en San Petesburgo de su ópera número veinticuatro, tan sólo veintisiete años después del estreno en Madrid de la obra de Rivas. Una historia llena de tópicos románticos como el amor imposible, la venganza y la muerte, como rasgos esenciales de una trama que en pleno s.XXI suena desfasada y hasta cierto punto cómica.

No era fácil el reto, pero La Fura dels Baus es mucha Fura. Carlus Padrissa apuesta por un giro espacio-temporal donde los personajes deambulan ligados a un destino que deriva en un enorme agujero negro cósmico que se lo engulle todo. En ese aspecto la producción acepta bien los aspectos truculentos y hasta inverosímiles de un argumento dividido en cuatro actos que aquí se estructuran en varias épocas de la humanidad. 

Desde una época pseudo-decimonónica en el primer acto, pasando por una época actual, a un futuro distópico y decadente hasta llegar al cuarto acto en una època prehistórica que parece un guiño al eterno retorno de la historia de la humanidad. La ópera comienza y acaba como en el film 2001 de Kubrick, donde también se explica un salto espacio-temporal con la humanidad en busca de su sino.

¿Existe el destino? ¿Tiene sentido el sino? ¿Está todo ya escrito? Las teorías del metafísico David Lewis son citadas como inspiración por Padrissa en su artículo sobre la puesta en escena en el libreto de mano de la ópera. Una teoría donde el postulado base defiende que cualquier mundo real posible es igual de cierto que nuestro mundo. Una carta blanca que justifica una producción que es espejo de una sociedad en decadencia, postapocalíptica, perdida, donde la religión (Padre guardiano, Fra Melitone), el cruce de culturas (Preziosilla), el poder (Marques de Calatrava) y el amor (Don Álvaro, Leonora), se cruzan, bifurcan y pierden en un todo kitsch, donde el feísmo y la metafísica se unen en imposible combinación.

El público reaccionó con estupefacción a la propuesta, donde destacó el trabajo de las proyecciones de Franc Aleu, basadas en puntos de fuga y trazos distópicos de un mundo suburbial más el vestuario ecléctico y post-industrial firmado por Chu Uroz. La escenografía de Roland Olbeter, que se armaba o desarmaba según las escenas, jugando a esqueletos arquitectónicos futuristas, cumplió con efectividad.

Destacó por la profundidad de su lectura y la calidad que extrajo de la orquesta el trabajo del veterano Zubin Mehta. La versión escogida para este estreno fue el que Verdi revisitó para el estreno en el Teatro alla Scala de Milán, versión de 1869, con la obertura y el final sin el suicidio de Don Alvaro. Con unos sorprendentes y vitales ochenta y cinco años, el maestro indio dosificó las casi tres horas de ópera, con unos tempi de serena densidad, fraseando los hermosos motivos del destino y los personajes, dando libertad a los cantantes, marcando estilo y expresión verdiana siempre con un sentido teatral, sumamente musical y expresivo. Un maestro.

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Del estimulante elenco sobresalió la voz característica y mórbida de Saioa Hernández quien dosificó con sabiduría sus cuatro arias y diversos dúos. Destacó en su aria del segundo acto: Son giunta!  así como en su posterior duo con el Padre Guardiano, un legendario Ferruccio Furlanetto quien dio una lección de dignidad canora y presencia escénica como solo los grandes saben hacerlo. Saioa lució su timbre de irisada belleza y tuvo en el tenor Roberto Aronica un partenaire de gran complicidad vocal. 

Aronica fue de menos a más en un rol de gran exigencia, con un inicio donde la emisión algo dura y leñosa, se fue dulcificando gracias a un fraseo y estilo cuidado hasta cumplir con brillantez en su gran aria del acto tercero, rematada con el brillante solo de clarinete. Expresivo y generoso en sus dúos con el barítono y la soprano, firmó una digna interpretación.

Para muchos la sorpresa de la noche fue el Don Carlo del mongol Amartuvshin Enkhbat, quien fue el más aplaudido de todos tras una monumental Urna fatale, su aria estrella, que remató con una espectacular cabaletta. Mostró un instrumento, denso, oscuro y flexible que lució sin fisuras en toda su tesitura. Un barítono con unos medios privilegiados al que solo le falta mejorar en colores, texturas e intenciones expresivas. pues la voz es de primera magnitud.

Triunfar como Preziosilla no es fácil pues el personaje, a medio camino de un carácter buffo con aires patrióticos, tiene un aria imposible como el Rataplan, pero lo consiguió la mezzo Annalisa Stroppa. Voz siempre presente, bien emitida, de tesitura brillante, coloratura óptima y un timbre fresco muy acorde a la vitalidad del rol. La italiana se adueñó del personaje y fue la mejor a nivel teatral dentro de la alucinada versión furera de la ópera. Un debut en el rol exitoso, que le supone una atractiva muesca más en su repertorio.

Con la dosis justa de comicidad, estilo verdiano y teatralmente convincente, el Fra Melitone de Nicola Alaimo sumó puntos a un reparto extenso y equilibrado. Destacó el alocado e impecable Trabuco de Leonardo Cortellazzi en su aria, sobre el resto de personajes secundarios todos defendidos con suficiente corrección. El coro ofreció un nivel eficiente bajo la batuta de Mehta para un espectáculo operístico en el que, por encimas de lecturas filosóficas sobre el tiempo y el espacio, volvió a triunfar la música de Verdi, la única y real certeza atemporal de la velada.

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