Finley Otello Munich Hosl

Psicología de tocador

Munich. 21/07/21. Nationaltheater. G. Verdi: Otello. Arsen Soghomonyan (Otello). Anja Harteros (Desdemona). Gerald Finley (Yago). Oleksiy Palchykov (Cassio). Katarina Bradić (Emilia). Thomas Atkins (Roderigo). Bálint Szabó (Lodovico). Patrick Guetti (Montano). Andrew Hamilton (Un heraldo). Coro y Orquesta de Bayerische Staatsoper. Stellario Fagone, dirección del coro. Amélie Niermeyer, dirección de escena. Asher Fish, dirección musical. 

Disfrutar de una ópera como Otello en la Bayerische Staatsoper es un lujo al alcance de los muniqueses y de cualquiera que pueda venir a esta reposición dentro del Münchner Festspiele 2021. Un lujo y un privilegio porque la Bayerische Staatsoper tiene una de los mejores fosos del mundo y porque el nivel de los músicos que actúan en ese escenario es de los que uno no olvida. Así volvió a pasar con esta penúltima ópera de Verdi cuando se escucha con esta calidad de ejecución instrumental, brillantez de sonido y con dos pesos pesados de la interpretación lírica como son la soprano Anja Harteros y el barítono Gerald Finley.

El rol titular fue protagonizado por el tenor armenio Arsen Soghomonyan, y no es que la suya no haya sido una interpretación relevante, es que al lado de esos dos nombres su moro veneciano quedó eclipsado en su mera corrección. Con un 'Esultate' sonoro y firme, se mostró una voz adecuada para este rol que han afrontado con éxito voces que se acercan a ese concepto amfíbio con el que se denomina al baritenor. Así fue con Ramón Vinay, Plácido Domingo o el más reciente Jonas Kaufmann, Otellos de referencia además con varias sendas grabaciones. Soghomonyan, no tiene un fraseo destacable y la articulación de su italiano no es la más clara ni la más idiomática, por lo que se pierde mucho del carisma que un Otello ha de tener. En su dúo 'Già nella notte densa', sonó más bien monótono, en sus dudas con la fidelidad de Desdemona le faltaron intenciones y expresión, aunque mejoró y coloreó con mejor fortuna su escena final, siempre con una voz robusta y presente aún sin un color ni un carisma tímbrico especial.

A su lado Gerald Finley se engrandeció con un Yago donde cada sílaba, frase, entonación e intenciones se multiplicaron por mil en la recreación de un rol que le sienta de maravilla. Es cierto que la colocación de su voz, algo oscurecida y con ocasionales sonidos entubados o demasiado cubiertos, le restan naturalidad a la voz, pero Finley, excelente ejemplo de la escuela británica de cantantes-actores, lo compensa con una actuación integral. Su brindis con Cassio fue un festival de la ironía, su Credo un manual de colorear el texto, propio de una liederista de su categoría, pero por encima de todo quedó esa sensación de que el personaje es suyo, con un carisma escénico inapelable. El amaneramiento expreso de su interpretación recuerda y acerca el personaje de Yago al Falstaff que Verdi compuso a continuación y del que Finley es un gran intérprete. Es muy interesante ver ese nexo y cercanía, esa unión de dos roles aparentemente tan diferentes pero temporalmente tan cercanos en el corpus verdiano y que Finley hila de manera soberbia. 

Por último la talla de una gran dama de la escena la ofreció una Anja Harteros in crescendo con el desarrollo de la ópera. Con un instrumento frío al principio, uno piensa en su reciente Isolda debutada hace menos de un mes, la soprano necesita del calentamiento del instrumento para superar su primer dúo con Otello y que el timbre, seco al principio vaya ganando en cuerpo y pulposidad. Así fue como la Harteros, siempre excelente actriz, metida en el trauma psicológico que la directora de escena sumerge a su personaje, llega a una escena final prodigiosa. El timbre carnoso, el agudo seguro y generoso, el fraseo dulce y un manejo de la emisión, las medias voces y la expresión elegante, aristocrática y digna de una artista que todavía tiene cosas que decir, sedujeron por completo a una audiencia que la adora. Da igual que no hubiera mucha química con el tenor Armenio, el magnetismo de su recreación perduran en la memoria como sólo las grandes consiguen hacerlo. 

Del resto de comprimarios, destacó la luminosidad y frescura del Cassio de Oleksiy Palchikov, la seguridad y autoridad del Ludovico de Bálint Szabo y el juvenil timbre de Katarina Bradić como Emilia.

Atento a la multitud de detalles de una partitura que en manos de un buen director es una auténtica joya, se lució el maestro Asher Fisch. Teatral, vibrante, contundente al inicio de la espectacular tormenta, pero sobretodo gran acompañante de las voces, sin perder nunca la tensión dramática durante toda la ópera. El maestro israelí supo equilibrar la fuerza orquestal con el cuidado de unas voces que nunca tapó desde el control de un foso expresivo y poético. Brillantes y generosas las intervenciones corales.

La conocida producción creada por Amélie Niermeyer para la Ópera de Munich, estrenada en 2018 y recientemente vista en el Liceu con Gustavo Dudamel en el foso, parece funcionar mejor aquí en el teatro para la que fue pensada. A pesar de que el estudio psicológico de la figura de Desdemona como espectadora y víctima de la historia, como punto de partida puede funcionar, en el desarrollo de la ópera pierde fuerza teatral. Un estudio que se queda en tocador sin llegar al diván de la profundidad teatral que la obra tiene. Aún con todo, la dirección de actores es soberbia cuando se tiene a personalidades como Finley o Harteros quienes fueron con justicia los grandes triunfadores de la velada, con permiso del tapado de la función, un aclamado Ascher Fisch.